Antonio Alvarez-Solís Periodista
El insulto fascista
La comparación que la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, hizo de los manifestantes que el pasado 25 de setiembre rodearon el Congreso de los Diputados español con los guardias civiles que lo asaltaron el 23 de febrero de 1981 le parece al veterano periodista una gravísima ofensa fascista que debería provocar algo más que pasividad y una tibia respuesta por parte de la oposición que se dice de izquierdas.
Si España fuese un país mínimamente serio, hoy se poblarían las calles para defender la soberanía nacional, que ostenta en plenitud cada ciudadano y ha de ejercerla con vigor en la parte alícuota que le corresponde. Los ciudadanos no pueden permanecer pasivos ante la gravísima ofensa fascista que la Sra. Cospedal hizo a los manifestantes situados ante el Congreso de los Diputados para pedir la apertura de un periodo constituyente. Lean ustedes este párrafo que pretende asimilar a los congregados frente al Parlamento con los rebeldes del 23-F: «La última vez que se rodeó al Congreso fue por el intento de golpe de Estado por unas personas que querían taparnos la boca a todos los españoles que habíamos elegido libremente a nuestros representantes y querían ocupar la casa de todos». Exquisito manejo del idioma para no ofender a los rebeldes del 23-F, tradicionales servidores de la derecha. Es imposible agraviar con más desprecio a quienes solicitan una nueva Constitución. Con un lenguaje así provocó la montaraz derecha española la guerra del 36.
Sepa usted, Sra. Cospedal, que esas «personas» a las que usted se refiere eran guardias civiles armados que actuaban como vanguardia del ejército sublevado en Valencia. ¿O no es así? ¿A qué viene, pues, la vaga denominación de esas «personas»? ¿Tanto miedo le da a usted citar por su nombre a la Guardia Civil? Esto último lo comprendo porque ese cuerpo armado fue uno de los primeros y más fuertes apoyos del genocida, si exceptuamos a la guardia civil de Catalunya o de otros rincones menos sonados, que al término del conflicto pagaron con su vida la defensa del orden constitucional. ¿Conoce usted, Sra. Cospedal, esa parte de la historia o está jugando turbiamente con el lenguaje a fin de facilitar un posible uso contundente de la fuerza armada frente a la libertad -Guardia civil o Policía antidisturbios- que usted limpia con su ocultación? Este lenguaje suyo solamente resulta posible en un país como España, con una izquierda incapaz de poner coto a esos dirigentes impregnados de sustancia violenta, ya que desconfía por su parte de las masas en la calle. Y esto último quiero rubricarlo con la laxa condena hecha por el socialismo encarnado por la Sra. Valenciano, que ha dicho simplemente que la Sra. Cospedal «se equivoca», ya que el 23-F entraron en el Congreso de los Diputados «militares con pistola». ¡Bravo por la puntualización! Eran militares y ya está resuelto el asunto. Nada de Guardia Civil. El mismo PSOE, cuyo secretario general hablaba hace una semana de un necesario Estado federal, condena a la Sra. Cospedal y a su partido con una discreta frase en que afirma que comparar la protesta de la calle con aquel intento golpista no «parece lo más adecuado». ¡Ah, qué fina cortesía! ¡Qué brillante forma de situarse nada menos que frente una injuria moralmente punible, como es la contenida en el insulto de la Sra. Cospedal, con unas palabras de salón comprometido con el abrasador sistema que se está llevando por delante a millones de españoles! ¿En qué consiste «lo más adecuado» para esos socialistas que siempre han jugado populistamente con las palabras que pretenden a la vez atraer al pueblo y al mismo tiempo uncirlo a su yugo? ¡Cómo se echa de menos una izquierda que contenga corazón de calle!
Muchos ciudadanos que han entregado la vida a explicar la libertad, ese producto tan exótico en España, esperan ahora la reacción del Sr. Rajoy frente a esa señora que convierte en inundación las aguas del lenguaje cada vez que abre la boca ¿O es que el Sr. Rajoy ha decidido encerrarse temerosamente en el interior del cuadro formado por su falange macedonia para protegerse de todo mal? ¿Está de acuerdo el Sr. Rajoy con la Sra. Cospedal en lo que se refiere especiosamente a esas innominadas «personas» que irrumpieron en el Congreso de los Diputados el 23-F, que dispararon sus armas para arrodillar a los «padres de la patria», mientras los carros de combate paseaban en una Valencia sublevada por militares que pasaron por los tribunales protegidos por el ala de un ángel? Por cierto, ¿podrían la Sra. Cospedal o su sumiso presidente facilitarnos el nombre del ángel?
Todo sucedió a la perfección frente al Congreso en este 25 de septiembre de 2012. Mil trecientos agentes de Policía, armados hasta los dientes, protegieron a sus señorías frente a una masa ciudadana que dejaba constancia del desastre político español, que ya motiva los más irónicos comentarios en los grandes medios de expresión extranjeros. Mil trescientos agentes mandados por la elegante Sra. Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno en Madrid, que alertó a los manifestantes diciéndoles que la policía iba «a actuar en consecuencia para que se cumpla la legalidad». La legalidad, la legalidad... La legalidad en consecuencia, como es de esperar siempre. Escribe el creador del Tao que las leyes son buenas cuando producen una virtuosa armonía y que son nefastas e injustas cuando quebrantan la paz en las almas y las relaciones. Pero háblele usted del Tao a la elegante Sra. Cifuentes...
Algo van ganando, de todas maneras, los ciudadanos que han decidido atrincherarse en la razón y la democracia para hacer frente a las miasmas ideológicas que pudren el aire. De momento, van rescatando una calle que es suya, ahora que ha muerto el Sr. Fraga, el potente eslabón que unió el franquismo muerto con el franquismo vivo a fin de conservar la especie clonada por la Constitución que decidió moldear una España absolutamente de derechas y acomodar a una izquierda absolutamente inservible. Una Constitución para que no pase absolutamente nada a las «personas» que la leen a punta de pistola, a los banqueros que financian la política armada, a los empresarios que han construido su parapeto contable con los cuerpos inertes de los parados, a los monseñores que solicitan paciencia a quienes no comen, a los intelectuales que han resucitado el Madrid barroco que juega a los bolos con el lenguaje y a la justicia que se ha subido al estrado para convertir la cárcel -qué paradoja, Señor!- en el único lugar en que se puede vivir sin riesgo la libertad de palabra. Una Constitución para una España que susurra o ruge mientras unas determinadas «personas» encierran la calle entre alambradas y están dispuestas a dar leña con la legalidad convertida en porra.
Magnífica situación la española, con los periódicos estatales poblados de mails, o como se diga, que proponen el encierro por vida de aquellos que han sido declarados culpables. Una España con esos españoles que inclinan el pulgar para solicitar al César la muerte «perpetua» de los disidentes del franquismo. Porque hay muchos españoles franquistas. ¡Una barbaridad de franquistas que añoran aquellos años de «placidez» a los que se refería un dirigente «popular» con el alma de amianto!
En fin, recuerdo ahora la frase de Cánovas, personaje que dejó firmada una señorial herencia de sangre para su país -con aquella Restauración que constituyó la primera Transición-, en la que afirmaba, mientras trataba de dar forma a la Constitución de 1876, «que son españoles todos los que no pueden ser otra cosa».
Dice la segunda ley de la termodinámica o principio de la entropía que el desorden tiende a aumentar, aunque este principio solo es válido en el plano de lo regional, ya que el ancho universo se rige mediante la formación creciente de estructuras racionales que confieren esperanza. Al menos de algo han de servir a uno para su consuelo los rudimentos de física.