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Arantza Santesteban

Emocionalmente inestables

De-construir las categorías establecidas debería implicar por parte de todos y todas construir formas horizontales y diversas de vivir y manifestar las emociones

La norma existe como tal. Es todo aquello que estandariza, normativiza y eleva a categoría lo que es aceptable y lo que no. La geografía emocional de las personas también dispone de mapas estandarizados o de, lo que es lo mismo, guías parciales que recogen aquello que se pretende visibilizar. Desde ahí se construye a menudo una realidad emocional donde el verbo sentir no incluye siempre el extenso territorio que ocupa. Por enésima vez, y mientras las estructuras clásicas de poder no se reformulen en su totalidad, habrá que recordar, que el mundo y, sobre todo, la norma fueron -y siguen siendo- diseñados en base a criterios de género, etnia y clase social. Es por ello que no considero precipitado decir que en la cuestión emocional se ha canonizado la percepción emotiva del hombre, blanco y de clase media-alta.

A mí cada vez me resulta más cansina esa visión construida y generalizada que tiende a mostrar como verdad absoluta aquello de que las mujeres somos emocionalmente inestables. Generalmente son los hombres los que tienden a reconocernos en ese papel, aunque en esto, como en todo, también existen matices; son estas particularidades las que hacen de la realidad algo complejo y multidimensional. En todo caso, y como convivimos entre las nuevas y viejas formulaciones de poder, existen dinámicas estructurales que todavía hoy pesan demasiado.

Es por ello que me escuece cuando oigo decir en boca de quien se encuentra en proceso de cambio o de de-construcción esa frase que insinúa que nosotras somos más complicadas. Esta frase que en principio parece inofensiva y que es socialmente aceptada, a mi entender, no hace sino redimensionar una forma canónica de vivir las cosas. En realidad, no hace sino devolvernos a parámetros clásicos, donde se toma como vara de medir un modelo de sentir más simple, más sencillo, es decir, en términos clásicos, el asignado a la manera de procesamiento emocional de la masculinidad hegemónica.

Aunque de manera cada vez más sutil y difusa, considero que sigue actuando toda una línea ideológica que tiende a actualizar una y otra vez aquella máxima que Freud formulara cuando asignó la histeria -que proviene de la palabra griega «útero»- como una característica de las mujeres. Y vaya si actúa, porque en realidad, cuando alguien dice que las mujeres somos más complicadas, no está tan lejos de insinuar que somos un poco histéricas y, por tanto, excluye esas maneras de sentir, diferentes y diversas, que conforman el profundo territorio emocional de las personas. De la misma manera que en el uso del lenguaje reivindicamos la utilización de formas no sexistas, en lo emocional también deberíamos reivindicar formas de percepción más inclusivas.

De-construir las categorías establecidas debería implicar por parte de todos y todas construir formas horizontales y diversas de vivir y manifestar las emociones. Comprender que hay que reformular los mapas y que el verbo sentir se puede conjugar de tantas maneras como personas existen.

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