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La tensión entre Turquía y Siria refleja un conflicto lleno de injerencias que nadie quiere ver estallar

La interceptación por cazas turcos de un avión comercial sirio que unía Moscú y Damasco es el último episodio de un conflicto internacionalizado, repleto de injerencias externas pero que nadie desea que estalle en una guerra abierta con intervención militar de las potencias mundiales. Turquía y Siria siguen la escalada, unos organizando la retaguardia y las líneas de suministros y armas -que han matado a miles de personas- a los rebeldes sirios y otros luchando por evitar perder el control de la frontera, bombardeando esporádicamente territorio turco -con resultado de algunas víctimas civiles- en una guerra que es a vida o muerte para el régimen sirio. Mientras tanto EEUU -con Romney haciendo la promesa electoral de armar a los rebeldes- y Gran Bretaña establecen bases en Jordania, Qatar y Arabia Saudí financian a la oposición con un ojo puesto en su archienemigo Irán, que apoya a Al-Assad, y que cuenta también con Irak y Líbano, y la seguridad de que Rusia y China vetarán en la ONU cualquier intervención militar.

Las injerencias no han resuelto el conflicto, lo han exacerbado aún más. La intervención militar no servirá. Todos contienen la respiración en este impasse mientras el pueblo sirio se desangra.

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