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Reflexiones (VIII) | Elecciones del 21 de octubre

«Se acabó; la voluntad de la sociedad vasca no podrá ser ninguneada ni bloqueada»

Un día como hoy hace justo tres años, en la sede de LAB, Rafa Díez y sus compañeros eran detenidos en un intento de abortar el giro estratégico de la izquierda abertzale. No lo lograron y toda la escena política y social vasca ha cambiado. Díez se declara satisfecho, «aunque nos ha costado la cárcel». Desde allí contesta al cuestionario de GARA para este serial de reflexiones sobre el país.

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Rafa Diez Usabiaga | Sindicalista y preso

GARA

Siempre se dice que las próximas elecciones son muy importantes, pero en este caso parece más indudable. ¿Percibe una opción real de un vuelco importante y un futuro diferente?

Evidentemente, el momento es trascendente. Estamos dando los primeros pasos en una nueva fase del proceso y se está dibujando un nuevo mapa político en todos los territorios vascos. Hemos dejado atrás unilateralmente un escenario de confrontación violenta y bloqueo político, y con eso se abre la oportunidad de avanzar hacia la paz y la convivencia democrática, y asimismo de articular una alternativa de cambio político y social. Especialmente destacaría que se han revitalizado miles y miles de activos, hombres y mujeres, para ser protagonistas del nuevo tiempo político, y eso tiene un enorme valor. La marea humana ilusionada por el cambio, identificada con EH Bildu y la apuesta de la izquierda abertzale, es un capital que no tiene ninguna otra fuerza, y para el futuro es la garantía de su influencia progresiva. El cambio estratégico que impulsamos ha sido capaz de revolucionar el panorama político, ilusionar a muchos sectores sociales que estaban en stand by. Estoy convencido de que la foto del 21-O revelará tanto el movimiento de fondo que se percibe en Euskal Herria o Catalunya como la irrupción con fuerza de EH Bildu como referencia determinante.

Desde su experiencia sindical, ¿hasta qué punto la crisis es la prioridad principal de las personas y cómo llega eso al voto?

En primer lugar, no hay una crisis económica «estanca» o aislada de una situación política o de las políticas que emanan desde ámbitos institucionales. La crisis sistémica y sus consecuencias de desempleo, reducción de derechos laborales y sociales, recortes en sector público... es un problema político, de involución antidemocrática. Por tanto, la respuesta a la crisis, el rechazo a este robo masivo de rentas de la mayoría social trabajadora, es una batalla política por la democracia y la soberanía. En este contexto, lo peor que nos puede pasar es caer en el miedo o la resignación, es interiorizar un conservadurismo paralizante ante las incertidumbres que lógicamente surgen. Lo que nos tiene que dar «miedo» es seguir en manos de posiciones políticas convertidas en gestores de los sectores financieros y especulativos que han provocado la crisis. Esos sí que dan miedo. Así que tenemos que abordar la realidad con confianza, convicciones, ambición y, también, sin infantilismos ideológicos. El pulso político-económico abierto es enorme y los procesos de cambio necesitan luces largas e ir estableciendo etapas progresivas en función de afianzamientos ideológicos y evolución de la correlación de fuerzas. No podemos esperar resultados con ansiedad e inmediatismo. Hay que trabajarlos de manera permanente y progresiva.

¿EH Bildu puede convertirse en receptor de un aluvión de voto básicamente por ese motivo? ¿Cómo se gestionaría eso?

Es verdad que la desconfianza en el «modelo PNV», en el «bluff López» y el rechazo al fraude del PP nos sitúan ante la posibilidad de cosechar un apoyo histórico. Evidentemente eso supondrá mayor responsabilidad y exigirá, asimismo, una correcta interpretación de los resultados. Debemos, además, ser conscientes de que estas «olas» llegan a la orilla pero que luego tendremos que avanzar en terrenos más complicados. No podemos hacer un fin en sí mismo del avance o incluso el logro de una hegemonía institucional, olvidando la importancia del movimiento sindical y social. A mi entender, el «proceso de paz», el reconocimiento nacional y el derecho a decidir nuestro futuro, el impulso de un modelo socioeconómico alternativo o el objetivo de un Estado vasco en Europa estará en función de la capacidad de EH Bildu, como fuerza hegemónica o no, de influir en otras posiciones políticas desde el diálogo y la propuesta, desde el debate y la movilización, para lograr consensos y acuerdos socialmente mayoriarios. Por eso el programa, las propuestas de EH Bildu, tienen que compartirse. La sociedad tiene que sentirse protagonista.

Si la crisis es sistémica, ¿la independencia garantiza realmente salir del sistema y articular otras políticas?

Contestaría con otra pregunta: «¿Hay salida en un modelo de negación de la nación vasca, de dependencia y de imposición como el actual?». Por supuesto que no. Seguir en este modelo nos lleva a la paralización en nuestra evolución económica, social y cultural, y con ello a la muerte a fuego lento de nuestra identidad nacional. La independencia, aun reconociendo que estamos en un mundo de interdependencias, es sinónimo de democracia para la sociedad vasca. Además, ante los mensajes falsos y apocalípticos que se plantean, la independencia de Euskal Herria no va contra nadie, no es una amenaza contra nadie, sino la mejor alternativa. La dimensión demográfica vasca, nuestro modelo productivo o la cohesión social refuerzan su capacidad y virtualidad, y estoy convencido de la evolución natural del independentismo, por convicción e interés colectivo.

Las sucesivas huelgas y otros factores han dejado claro el rechazo a las políticas de ajuste, pero sigue sin percibirse con claridad cuál es la alternativa, por dónde se empieza al menos a construir otra cosa... ¿Hay alguna referencia válida?

Sí, claro que sí hay alternativas. Las hay en materia fiscal, en el reparto del trabajo, en el impulso al sector público, en el desarrollo del tejido productivo, en la política social, en la configuración de instrumentos financieros, públicos... Pero, en primer lugar, no podemos ser una «terminal» política sujeta a «los viernes de Rajoy», no podemos seguir sufragando los desmanes especulativos de núcleos financieros y el despilfarro o corrupción masiva extendida en el modelo español, y por supuesto tampoco podemos imitar en el marco vasco terapias similares influenciadas por catecismos neoliberales.

Eso sí, tenemos que interiorizar que las alternativas son un problema de correlación de fuerzas institucional y social. Sin eso, sin convicciones y capacidad de lucha, no hay cambios ni alternativas. El cambio no son propuestas de laboratorio más o menos atractivas o coherentes, sino disponer de un poder social organizado capaz de ir progresivamente modulando una alternativa económica y social. Esta concepción es básica para evitar frustraciones y no caer en «cambios» que caducan en la propia jornada electoral.

En cuanto a modelos, no podemos ser rehenes de ninguno concreto, aunque sí existan experiencias (Islandia, países nórdicos...) que son trasladables al marco vasco.

Hay una contradicción a la vista. Hoy por hoy una estrategia independentista requeriría una unidad de acción con el PNV, que a su vez es un obstáculo para construir otro sistema socioeconómico. ¿Cómo se solventa?

Como señala, un proceso independentista necesita mayorías políticas y sociales, y por tanto será indispensable tejer compromisos, complicidades y acuerdos. Por otro lado, es evidente que la constitución de esas mayorías es incompatible con doctrinas neoliberales generadoras de desigualdad y desvertebración social: está claro que el neoliberalismo es antagónico a la extensión del suelo social independentista. Dicho esto, entiendo que el avance del soberanismo y la fuerza del espacio social organizado irá influyendo en fuerzas políticas como PNV, PSE, PSN... que necesitan su propio «Zutik Euskal Herria» para ubicarse en la nueva fase. Sus posiciones, cómodas en el bloqueo, han quedado viejas y agarrotadas. Además, paralelamente se irán activando espacios de pensamiento, aportación y compromiso en otros ámbitos. Este capital emergente, clave en el proceso catalán, se está conformando y sería bueno que se encauzara en un think tank nacional.

¿Y con el PNV, qué? Pienso que sus márgenes para la ambigüedad y la indefinición son muy reducidos. Hoy el carril central está en el soberanismo y no hay espacio intermedio entre este y el actual constitucionalismo. Además, la fuerza del independentismo y la posición del sindicalismo abertzale le dificultan enormemente alianzas que le llevarían a un desgaste rápido. Vemos también que el ejemplo catalán está poniendo muy incómodo y nervioso al PNV. Por tanto, desde la voluntad de acuerdos no debemos tener hipótesis cerradas o preconcebidas. Eso sí, ojalá el PNV se sume sin escapismos al objetivo de un Estado vasco en Europa, como reclamaba la plural Diada.

¿Para la independencia hace falta una alianza interclasista? ¿Es factible que empresarios apuesten por esta opción?

Lo he planteado anteriormente. Además, diría que el interclasismo está en la propia posición y voto a EH Bildu o PNV, más allá de un análisis ideológico de las propuestas de cada cual. Me parece indispensable desarrollar espacios (empresarios, directivos...) que aporten a los retos políticos y económicos. Me consta en este sentido un interés y reflexión in crescendo en algunos círculos empresariales sobre el potencial y la viabilidad de un proyecto nacional, máxime con la deriva del proyecto español y el efecto lastre para la economía vasca. Somos un pueblo pequeño, no tenemos recursos naturales sobre los que pivotar un modelo económico, nuestro capital básico es el humano: capacidad de creación, innovación, organización y esfuerzo colectivo.

¿Con qué se queda de la gestión de Bildu en Gipuzkoa?

Es prematuro hacer balances tras la herencia dejada por el «modelo de gestión PNV» y el contexto global. Pero pienso que existen indicadores y realidades suficientes para considerar que estamos en el inicio de una gestión institucional al servicio de otros valores. Destacaría la seriedad, rigor y transparencia como ingredientes para avanzar en cambios cada vez más ambiciosos, a pesar del impresentable «frente anti-Bildu» y el acoso de lobbys muy concretos desde el minuto 1, que demuestra el miedo de ciertos sectores a un cambio en Gipuzkoa.

Se abren las puertas a la resolución del conflicto. ¿Cómo ve la situación actual?

Lo más conveniente y deseado, en términos de cohesión social, sería avanzar con más celeridad hacia un escenario de paz, normalización democrática y reconciliación, asentando un suelo sólido para un debate y diálogo político sereno y profundo. Desgraciadamente, la opción del PP está siendo embarrar el clima político. Ante esta opción por la no-solución, la sociedad vasca tiene una apuesta y una voluntad clara, y a ese deseo muy mayoritario tiene que seguir contribuyendo la izquierda abertzale desarrollando e influyendo en nuevos pasos. No debemos estar supeditados al ritmo del PP en el «proceso de paz», sino que la unilateralidad tiene que seguir consolidando nuestro compromiso y credibilidad con la sociedad vasca y la comunidad internacional, y al mismo tiempo debilitar las posiciones inmovilistas del PP.

Supongamos que sigue el bloqueo. ¿Qué efectos provocaría a medio-largo plazo?

El proceso está desarrollándose a velocidades distintas según variables de análisis, parece que vamos a trompicones y en ocasiones puede parecer que estamos estancados. A nivel político, el cambio está siendo muy rápido en correlaciones de fuerza: impulso del independentismo, desgaste del constitucionalismo, crisis política en los gobiernos de Gasteiz e Iruñea... En un espacio corto de tiempo se han madurado condiciones tanto para un diálogo y debate político inaplazable como para profundizar la estrategia independentista, todo ello en una coyuntura internacional de desgaste de los estados que está fomentando movimientos independentistas en Escocia, Quebec, Flandria, Catalunya... en una ola histórica que Euskal Herria está en condiciones de alcanzar. Y este avance, impensable para muchos hace solo dos años, ha sido respondido con el Estado con un bloqueo del «proceso de paz». La situación de presos y exiliados, juicios políticos, amenazas de ilegalización, prohibición de manifestaciones... denotan el interés del PP por enfangar la fase abierta ralentizando una evolución política que se le va de las manos. ¿Cómo avanzar? Por encima de trabas e incluso provocaciones, el camino abierto es imparable y la izquierda abertzale seguirá aportando iniciativas. Sin entrar en especulaciones temporales, estoy convencido de que la sociedad vasca y la comunidad internacional serán determinantes para mover los parámetros actuales del «proceso de paz», y que el 21-O será importante para lograr un punto de inflexión. En mi opinión, en los próximos meses debemos llevar la Declaración de Aiete a todos los rincones de Euskal Herria, dotándole de cobertura. Asimismo las instituciones tienen que mostrar su apoyo conformando una ola que condicione las actuales posiciones del Estado, y una dinámica similar tiene que trabajarse a nivel internacional.

Superada la ilegalización, ¿cómo cree que se va activar el diálogo entre partidos?

La legalización de Sortu y las elecciones del 21-O son un abrelatas. No hay justificaciones de ningún tipo para escapismos o dilaciones, la sociedad vasca reclama espacios incluyentes para asentar consensos básicos entre todas las fuerzas políticas. En este sentido, los proyectos políticos, por muy antagónicos que sean, no deben ser obstáculos para buscar y lograr consensos básicos en torno a los derechos individuales y colectivos y el compromiso de respetar la voluntad democrática de la sociedad vasca, sea cual sea. Y eso sí, si algún sector se niega o boicotea ese diálogo y búsqueda de consensos, estaremos ante la necesidad de optar por unilateralismos políticos para encauzar la voluntad de la ciudadanía. Se acabó la fase de bloqueos y excusas. La voluntad de la sociedad vasca no podrá ser ninguneada ni bloqueada.

Arnaldo Otegi acaba de afirmar en su libro que la izquierda abertzale estaba en riesgo de estrellarse, y ahora EH Bildu está en la pugna por ganar las elecciones. Supongo que estarán satisfechos. ¿Le sorprende la facilidad con que se ha instalado en la centralidad del país? ¿Cuál es su tope?

Efectivamente, estamos muy satisfechos por la evolución de los acontecimientos, aunque nos ha costado la cárcel. Nosotros éramos conscientes tanto de la imperiosa necesidad del cambio estratégico como de su potencialidad. No diría que todo lo sucedido estaba «previsto», pero en concreto no me ha sorprendido el avance espectacular del bloque soberanista; la confianza que teníamos en la sociedad vasca era muy grande ante opiniones más escépticas o incrédulas.

Lo que sí me ha sorprendido es la incapacidad del Estado y su clase política para valorar la dimensión del cambio en Euskal Herria con el fin de la actividad de ETA y su efecto dominó en la agudización de la crisis del modelo territorial. Esa ausencia de reflexión está profundizando la crisis global del Estado y facilitando el avance independentista. Cuando en verano de 2010, formando parte de una delegación de la izquierda abertzale, nos reunimos con los máximos responsables de medios de comunicación del Estado, además de plantearles con claridad la envergadura del cambio de estrategia les dibujamos un escenario de esta naturaleza, haciendo hincapié en la falta de reflexión en clave de Estado sobre cuestiones estructurales como modelo territorial o modelo productivo. ¿Y cuál ha sido la evolución? Más huir de los problemas de fondo, más cortoplacismo y parche, más reflexiones que están en la pura propaganda partidaria... Eso sí, han sido capaces de reformar la Constitución en pocos días por orden de los mercados y sin embargo utilizan la misma Constitución como tótem intocable ante las reclamaciones mayoritarias de Euskal Herria o Catalunya. Este espacio está siendo ocupado por sectores ultras que, a su vez, son una fábrica de independentismo y desafección al Estado.

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