La distancia física de kilómetros hacia el este me separa del último sábado de la campaña electoral. Una circunstancia que no conlleva un exilio informativo de todo lo que sucede, a pesar de que, fuera de Euskal Herria, el leit motiv mediático lo protagonizan Mas, con sus mensajes independentistas, y el ministro Wert con su doctrina españolizante. Sin embargo, el que busca halla y, como no cabe duda de que la tecnología hace milagros, en un medio me he topado con encuestas que ya han perfilado los probables resultados. Algunas colocan a Araba como el herrialde donde EH Bildu y el PNV mantienen una igualdad de votos cuyo desenlace inclinará la balanza del futuro hacia el independentismo de izquierdas o hacia la derecha nacionalista, que nunca serán lo mismo. La incertidumbre del qué será me sugiere dos cuestiones. Una, constatar que Araba, y en especial Gasteiz, está transformando su imagen y su exigencia social. La multitudinaria manifestación contra el fracking y las movilizaciones de la huelga general han vuelto sacar a la calle ese sustrato de izquierdas que el franquismo quiso enterrar, dando la ciudad a militares, burgueses, curas y funcionarios fascistas; un sustrato social que resurgió en el 76, en las luchas del 3 de Marzo, que siempre estuvo ahí entre la resistencia y el desencanto y, ahora, se asoma a la lucha política más joven, decidido y con identidad de pueblo. Y dos, pienso en la responsabilidad que esa encuesta da a cada voto de la izquierda abertzale de Gasteiz, en la definición de un futuro en el que solo se ha abierto una puertecilla. Somos como el «disputado voto del señor Cayo», pero al pil-pil, con perejil socialista y aceite independentista.