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ANTE LA MANIFESTACIÓN DEL SÁBADO EN BAIONA

«Nunca antes habíamos sentido este apoyo en Ipar Euskal Herria»

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José Estevez, Janine Beyrie, Kattin Haranburu

Familiares de presos en el Estado francés

Aunque llevan años explicándola, la situación de los presos vascos en las cárceles francesas es menos conocida que la de las españolas. Dos políticas carcelarias que coinciden en la dispersión o el alejamiento, pero que al norte del Bidasoa tiene otros elementos que añaden obstáculos e impedimentos a la vida diaria de los prisioneros y a su relación con los familiares.  Esperan que la marcha del sábado llene Baiona y pueda marcar el principio del fin de este régimen.

Arantxa MANTEROLA | BAIONA

La movilización del sábado en Baiona se presume multitudinaria, y más aún tras los últimos embates represivos. Y será especialmente emotiva para los familiares de los presos vascos en el Estado francés. Entre el frenesí de los preparativos, GARA ha reunido a tres de ellos para conocer más de cerca otras tantas realidades de la política penitenciaria aplicada por París: la dispersión y alejamiento, la cadena perpetua y el aislamiento. La cita sirve también para que reflejen sus impresiones respecto al momento político actual, su percepción respecto al futuro y, cómo no, para que narren el modo en que, día a día y año tras año, viven y afrontan esa política carcelaria que el sábado será denunciada en la calle.

Los tres entrevistados son ya, muy a su pesar, veteranos en estas lides. Hace más de 22 años que Kattin Haranburu recorre la geografía francesa para visitar a su compañero Frédéric Haranburu Txistor, uno de los tres condenados a cadena perpetua, al igual que ocurre con Jakes Esnal y Ion Kepa Parot. Txistor pasó los primeros diez años de su condena en París, donde la familia le visitaba cada semana. Cuando luego fue trasladado a Arles, la frecuencia de las visitas se espació obligadamente: «Era muy dificultoso llegar en tren y teníamos que hacerlo en coche, con lo que ya no podíamos ir tan a menudo», apunta Kattin. Estos últimos años se encuentra en el centro de cumplimiento de Lannemezan, a 200 kilómetros de su casa. Aunque en todo este tiempo los momentos duros han sido muchos, Kattin hace especial hincapié en el periodo en que Txistor tuvo que hacer frente a una enfermedad. «La atención médica fue correcta pero tardía, y necesitó ayuda exterior para recuperarse».

Según la legislación francesa, por los años que lleva cumplidos podría solicitar la libertad condicional, pero esperan el momento adecuado tras observar lo que está pasando con Ion Kepa Parot, cuya tercera demanda ha sido rechazada recientemente. «Hay diferentes elementos a tener en cuenta y la situación política es una de ellas. Txistor decidirá junto con sus abogados cuándo y cómo quiere solicitar la libertad condicional», añade Kattin, consciente de que las condiciones requeridas son cada vez más estrictas pero segura de que en cuanto lo decida todos se volcarán en preparar el dossier, buscar un trabajo y un domicilio.

«Un lujazo» de 640 kilómetros

José Estevez es hermano de Juan Carlos Estevez, Melli. «Somos mellizos», aclara. Desde hace mes y medio se encuentra en Muret, cerca de Toulouse, así que le parece casi «un lujazo» que «solo» deban hacer 320 kilómetros desde Orereta (y otros tantos de vuelta) para verle. «Juan Carlos lleva fuera de casa desde 1994 y ha conocido diferentes cárceles. En 1999 París lo expulsó al Estado español y quedó en libertad cuando no le renovaron la prisión preventiva. Después huyó de nuevo y fue detenido en 2004 en Limoges. De Fleury-Mérogis lo llevaron a Toulon, cerca de Marsella y 11 de los 27 meses que pasó allí estuvo aislado y dispersado», explica José. Viajaban en coche porque la combinación por tren era mala. «Además del consiguiente peligro por tener que recorrer tantos kilómetros en carretera, perdíamos días de trabajo y el coste económico era importante», recuerda.

José cuenta que la posibilidad de hacer llamadas telefónicas le ayudaba en cierta manera a paliar un poco la soledad del aislamiento, pero aclara que su hermano «es una persona que siempre ha peleado por sus derechos. Juan Carlos conoce la normativa penitenciaria casi mejor que los propios carceleros. En junio empezó a rechazar la comida de la cárcel. Creo que es lo que ha hecho que lo trasladen, porque no solo es una protesta simbólica. El hecho de rechazar el alimento de la cárcel obliga a la directora a hacer un expediente todos los días informando de que no ha comido y notificarlo al centro regional de prisiones como que está atentando contra su salud».

Sea como fuere, «desde que está en Muret con otros dos compañeros presos le ha vuelto la sonrisa». Sin embargo, su situación es «de incertidumbre: Termina la condena en diciembre, y como denegaron la euroorden en su contra pero también tiene prohibición de estancia en territorio francés, no sabemos qué le va a pasar, si lo expulsarán, lo confinarán...»

«Crueldad extrema»

La experiencia de Janine Beyrie es múltiple. Como a la mayoría de las familias le «toca» recorrer cientos de kilómetros y, además, por partida doble. Su hija Lorentxa lleva once años en la cárcel, y su yerno, Aitzol Gogorza, trece. Lorentxa estuvo ocho años y medio presa en cárceles de la región parisina y tras un espacio de dieciséis meses en Joux la Vilaine, hace casi dos años la volvieron a llevar a Fresnes. Aitzol también estuvo preso en las cercanías de París y, después de expulsarlo al Estado español, hace dos años, ha pasado por Soto del Real y Sevilla. Ahora está en Basauri y es uno de los trece presos cuya puesta en libertad se exige por padecer una enfermedad grave.

Pese a las tremendas dificultades para poder visitar a ambos, declara con una pizca de humor -«también hace falta», apostilla- que «todavía somos jóvenes y tenemos energía». Pero su coraza se resquebraja cuando explica lo duro que es que Lorentxa y Aitzol no puedan verse. No contiene su emoción al expresar el padecimiento que percibe en su hija: «Nunca dice nada, tampoco a sus compañeras, pero yo sé que está sufriendo mucho, sobre todo por Aitzol».

Y es que, aunque se casaron hace más de ocho años en una cárcel francesa, nunca se les ha permitido estar juntos. «Se comunican por carta, que, por supuesto, tarda de dos a cuatro semanas en llegar». Una situación que califica de «extrema crueldad» e incluso «sadismo» dado el estado de Gogortza, que asegura que «podría ser más soportable si pudiesen verse». «Tanto en Francia como en España saben muy bien cómo hacer daño», concluye.

Las idas y venidas de Janine se han «simplificado» desde que su yerno está en Basauri. «Antes, con Lorentxa en París y Aitzol en Sevilla, era verdaderamente complicado». Aun así, viajaban con regularidad. Ahora, el fin de semana les da para hacer la vuelta de París, llegando a casa el sábado a la noche, y visitar el domingo por la mañana a Aitzol. Al igual que José, ella también lo considera todo un «lujo»... eso sí, de más de 1.800 kilómetros.

¿Cómo se afronta todo esto día a día? La pregunta es para los tres: «Es difícil para todos, para la familia y también para el propio preso». Kattin incorpora un apunte: «Lo más duro en nuestro caso es no saber cuándo acaba la condena, no tener una fecha límite. Eso es la cadena perpetua. Cuando se tiene salud se soporta pero, con la edad y con problemas de salud, todo es más difícil»

Aun así, y a pesar del inmovilismo de los estados y de que la política penitenciaria no ha cambiado «si no es a peor», ven el momento con cierto optimismo: «Creo que son los últimos estertores de todo esto. Gracias al trabajo realizado por mucha gente, ellos también son conscientes de que las cosas están cambiando», indica Beyrie, que matiza que en cualquier caso «esa fotografía debe visualizarse en la manifestación del próximo sábado».

Haranburu hace piña rápidamente con ese destello de esperanza: «Ha habido otras épocas en que parecía que las cosas iban a arreglarse también, pero creo que ahora es diferente. Eso sí, habrá que pelearlo. No podemos olvidar que existe un conflicto político complejo. Avanzaremos, sí, pero lo haremos poco a poco».

«Hemos salido de nuestra soledad y eso es nuevo. Nunca antes he sentido tanto apoyo más allá de lo que es nuestro entorno habitual -continúa Janine Beyrie-. Lo que pedimos ahora es lo mismo que pedíamos hace diez años o más, pero veo que otros utilizan nuestras mismas palabras y plantean las mismas peticiones. Eso, por lo menos en Iparralde, no se ha conocido antes», confiesa. Y añade que «del mismo modo en que nosotros apostamos por Aiete, ahora incluso hay políticos que asumen que llevar a buen puerto el proceso de paz es también una responsabilidad suya».

Una sensación de apoyo que corrobora José Estevez, quien en los últimos dos años también percibe un avance en el interés de la gente en general hacia los presos: «Ahora hay personas que me preguntan por mi hermano cuando antes nunca lo habían hecho», detalla.

Esas percepciones no les hacen olvidar que la política de venganza en cuyo diana están sus familiares sigue en plena vigencia. Y lo sucedido con Josu Uribetxebarria este verano es, apunta Jose, «el reflejo de dicha política. Basta con ver su foto cuando salió del hospital para saber que va a morirse», constata. «Y aun así -agrega Janine-, han puesto traba tras traba. Eso es puro sadismo».

«Creer y luchar»

Preguntados por cómo ven el futuro, la respuesta de los tres resulta unánime. «Creemos, tenemos que creer que lo lograremos. No puedes ir al Himalaya si no piensas firmemente que vas a llegar a la cima. No tenemos otra opción que creer y luchar por ello», expone Beyrie, con contundencia.

Sus dos compañeros en esta charla con GARA asienten con la cabeza, sabedores de que no hay lugar para la autocomplacencia y que únicamente mediante la implicación cada vez mayor de la ciudadanía conseguirán generar ese movimiento que haga, a su vez, moverse a los dos estados. Haranburu, Estevez y Beyrie aseguran que no existe otro camino para que más tarde o más temprano -«mejor esto último»- todas las situaciones que han descrito se conviertan en pasado, sus familiares salgan de la cárcel y vuelvan a casa, «porque como dice nuestro lema: Etxean nahi ditugu!», concluyen.

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