GARA > Idatzia > Iritzia> De reojo

Raimundo Fitero

Fomento

 

Las infraestructuras megalómanas, políticas, imperiosas y recalcitrantes acaban convertidas en esqueletos que perduran más allá de toda memoria, de toda coyuntura o ciclo. Los ministerios, consejerías o departamentos que llevan como impulso nominativo la palabra Fomento, acaparan los casos sospechosos de la máxima posibilidad de que sus acciones dejen un reguero de corrupciones aquilatadas hasta el techo de lo permitido. El modelo de desarrollismo económico que ha fracasado, nos deja unas costuras por todos los paisajes que van a ser muy difíciles de recomponer durante siglos. Pero insisten los irresponsables.

Mirando esos canales televisivos que se dedican a contarnos historias de grandes construcciones, de puentes en donde la ingeniería alcanza unos niveles casi mágicos, crece una invasión propagandística de que lo que es preciso es fomentar esas inversiones, ya sea en estadios deportivos, en los edificios más altos levantados con la tecnología punta, o las infraestructuras viarias, ferroviarias que siempre se presentan como un símbolo del crecimiento de una ciudad, una región, un país, pero que en demasiadas ocasiones no son nada más que un intento, una propaganda que provoca una gran frustración y un gasto insostenible.

Se parte siempre de la idea falaz de que el motor económico debe ser la inversión pública en estos asuntos, pero no es nada más que la trampa en la que se establece la ignominia. Noticias tomadas al vuelo en un zapeo ordinario: en Argentina se suspende el contrato de mantenimiento del Talgo que va de Buenos Aires a Mar del Plata, porque resulta muy caro. En Bogotá, no se puede inaugurar una ramal del metro Transmilenio porque en un punto hay nueve vigas inmensas que deberían ser un puente que no se hace porque se ha terminado el presupuesto. El gobierno español habla de colocar en esa pesadilla del banco malo a las empresas explotadoras de las autopistas de peaje, porque tiene pérdidas acumuladas de más de cinco mil millones de euros. Se añade el dato de una bajada del veintisiete por ciento de los usuarios de esas vías de recaudación. Todo esto en una sentada simple. ¿Por qué siguen empecinados en la Y vasca?