El régimen y la oposición siria evidencian sus debilidades
El régimen sirio repliega sus posiciones y se concentra en mantener el control sobre Damasco, el centro del país y la región alauí, con el fin de mantener una carta fuerte ante una posible negociación. A su vez, la oposición armada no es capaz de superar sus divisiones y se debate en críticas a sus jefes en el exilio, mientras los jihadistas cobran protagonismo.
GARA | DAMASCO
El régimen sirio, acosado por la insurgencia, ha concentrado la defensa del territorio en Damasco, el centro de Siria y el territorio alauí al noroeste del país, según los analistas que creen que la intención es mantener y reforzar sus posiciones ante un posible tiempo de negociación.
«Es consciente de que no podrá controlar la totalidad del territorio, y sabe que incluso deberá abandonar Alepo. Creo que el objetivo del clan Assad es replegarse sobre Damasco y Homs», asegura Thomas Pierret, profesor de Islam Contemporáneo en la Universidad de Edimburgo.
Después de veinte meses de revuelta y guerra civil contra el régimen, las tropas del gobierno, poco a poco, han ido reduciendo el terreno bajo su dominio. El norte, así como una parte del este del país, escapa a su control, aunque mantiene posiciones militares, varias de ellas aisladas unas de otras.
«Ha abandonado una parte del país para concentrarse en la `Siria útil'. Cueste lo que cueste tiene que mantener el eje que va de Damasco a Homs y hasta la región alauí. Lo que está a la derecha (este) puede ser sacrificado, pero hay que intentar preservar lo que está a la izquierda (oeste)», explica Joseph Bahout, profesor del Instituto de Estudios Políticos de París y especialista en Líbano y Siria.
La capital es esencial para asegurar la legitimidad del poder, así como la ciudad industrial de Homs, porque es un nudo económico del país. La región alauí, situada en las montañas del noroeste y que se extiende hasta la ciudad costera de Latakia, es también vital para un régimen basado en esta minoría religiosa. El régimen concentra sus unidades de élite con su potencia de fuego en Damasco, donde los combates se han intensificado en los últimas días después de que el principal frente se hubiera desplazado a Alepo.
Por otra parte, las regiones kurdas en el norte son prácticamente autónomas. Bahout señala que «en Deir Ezzor y Boukamal, la presencia del régimen se disuelve porque las tribus han tomado distancia con el poder central», mientras en el sur, Deraa «es casi tierra de nadie» junto a Jordania.
La facilidad con la que los insurgentes se hicieron con un importante campo petrolífero en la región de Deir Ezzor, custodiado solo por 40 soldados que acabaron muertos o prisioneros, ilustra este cambio de estrategia. El objetivo sería mantener una carta fuerte para negociar a la espera de un cambio de la situación internacional -una crisis entre Israel e Irán o en los países del Golfo que apoyan a los rebeldes- . Negociaría así una salida «tipo yugoslava haciendo valer que los frentes se han establecido y que continuar la guerra llevaría a una carnicería prolongada», asegura Bahout.
Insurgencia dividida
Pero la insurgencia armada también tiene sus carencias. Tampoco puede avanzar posiciones bajo el fuego del régimen, sobre todo de la aviación, y además se enfrentan a la división en multitud de grupos y a la falta de coordinación.
La falta de unidad deja el protagonismo a los islamistas, mejor organizados y experimentados, a menudo bregados en otras guerras. Así, se multiplican los atentados kamikaze, ya casi diarios, que llevan el sello de estos grupos jihadistas. Ayer volvió a registrarse otro con un coche bomba en Muadmiya, cerca de la capital, y uno más en el barrio de Saeda Zeinab.
Los combatientes en el interior se enfrentan a los comandantes del ELS en el extranjero, a los que tachan de «cobardes en el exilio». El ELS fue creado inicialmente por desertores del Ejército refugiados en Turquía, bajo la dirección de Riad al Assad, un coronel del Ejército del Aire. «Nadie en Siria respeta a estos jefes porque cuando un oficial deserta, debe combatir, no instalarse allí. Beben té, fuman narguile y hablan y hablan», critica Abu Mohamed, antiguo oficial del Ejército, huido a Bélgica hace cinco años pero que ha regresado a la revuelta.
De los 400 hombres bajo su mando en Alepo, solo tres son desertores, mientras el resto son civiles que han tomado las armas. Una situación generalizada en muchos frentes, donde civiles mal preparados protagonizan los combates.
También acusa a estos jefes de la falta de unidad de la oposición. En un nuevo intento de unificar su dirección política, el Consejo Nacional Sirio, propuso ayer Riad Seif, exdiputado en el exilio como figura que «evite el vacío político tras la caída de al Assad» y garantice «un reconocimiento internacional».
El enviado internacional, Lakhdar Brahimi, expresó ayer su temor a una «somalización» del conflicto, con un hundimiento del Ejército y el surgimiento de milicias armadas.
El primer ministro británico, David Cameron, afirmó que estaría de acuerdo con una salida segura para el presidente, Bashar al Assad, si aceptara poner fin al conflicto. En una entrevista a la cadena Al-Arabiya, aseguró que «no le ofrezco un plan de salida a Gran Bretaña, pero si quiere marcharse podría marcharse, eso podría arreglarse».