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Ciudades inteligentes que van más allá de la Cúpula del trueno

Las ciudades inteligentes son aquellas que aspiran a ser sostenibles por sí mismas y a aprovechar al máximo las posibilidades tecnológicas. Ayer, en el edificio CISER en Nafarroa, se dibujó el rumbo para conseguir unas urbes más eficaces y menos contaminantes.

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Aritz INTXUSTA

La autosuficiencia energética de una ciudad ha sido una utopía que en varias ocasiones ha sido retratada por el cine. Quizá el ejemplo más gráfico sea la turbulenta Negociudad en la que se desarrolla la tercera película de Mad Max. En ese filme se retrata una urbe que consigue subsistir en pleno desierto gracias a una inmensa granja de cerdos subterránea. De la piara no solo obtienen comida, sino también el preciado gas metano que proviene de los excrementos de los animales. Con este gas alimentan la turbina que les proporciona electricidad e incluso abastecen con él los apocalípticos vehículos con los que persiguen entre las dunas a Mel Gibson.

Negociudad es un mito cinematográfico, pero a veces la fantasía se acerca a la realidad. Actualmente, Argentina está desarrollando una granja con 3.200 cerdos con la que abastecer energéticamente dos de los puertos más importantes del país: San Lorenzo (Santa Fe) y Quequén (Buenos Aires). Sin embargo, un modelo de ciudad autosuficiente basada en una sola fuente energética no es extrapolable a las ciudades actuales de Euskal Herria. Las ciudades inteligentes serán mucho más complejas y estarán basadas en la informatización y la conexión de las diversas tecnologías existentes, así como en un aprovechamiento óptimo de las energías renovables.

Si no hay un holocausto como el que se prevé en «Mad Max y la Cúpula del Trueno», las proyecciones demográficas apuntan a que, en el año 2050, tres de cada cuatro personas vivirán en las ciudades. Por ello, deberán ser diseñadas de tal forma que puedan aspirar a la autosuficiencia. El primer requisito que se debe cumplir es la concienciación de la ciudadanía. A diferencia de los brutales personajes ciberpunks que habitaban Negociudad, la ciudad inteligente o smart city, requiere de ciudadanos concienciados. «La ciudad en sí no va a ser inteligente, sino que depende de sus ciudadanos y del compromiso de los mismos con la eficiencia y el medio ambiente. Al menos, tiene que dar la opción a ser inteligentes a sus habitantes», explicó el profesor Luis Orus, del centro Cenifer en una charla específica que ofreció ayer.

La tecnología abre numerosas oportunidades a las urbes de mejorar su eficiencia. Por un lado está la construcción o el amoldamiento de los edificios a un consumo más sostenible. Según apuntó Huberto Aguado, otro profesor del centro, el 41% del gasto energético se produce en los edificios y la racionalización de ese consumo genera un ahorro que puede distribuirse después en nuevas mejoras, activando de esta manera una espiral en busca de una excelencia y una sostenibilidad cada vez mayor.

Por ahora, las ciudades de Europa están buscando la forma de convertirse en ciudades inteligentes lanzando proyectos pioneros. Existen iniciativas centradas en iluminar la ciudad con farolas led que moderan su intensidad de alumbrado según la necesidad. En Málaga, por ejemplo, se han colocado sensores en los aparcamientos que avisan sobre dónde quedan espacios libres para estacionar. Es una tecnología que ya existe en parkings privados, pero que trasladada a la calle, se convierte en un servicio ciudadano que no solo mejora el confort y el tráfico, sino que también reduce la contaminación al evitar que los conductores den vueltas de forma absurda. La aplicación de estos nuevos conocimientos también aporta nuevas maneras de ampliar la implicación ciudadana en la toma de decisiones o incluso de agilizar las consultas sanitarias.

Barcelona es una ciudad pionera en implementar estos avances. Ha desarrollado ya proyectos como el distrito 22@, en el que se han instalado varias empresas y centros de negocio que trabajan con las nuevas tecnologías. Lo que distingue a Barcelona de otras urbes es que existe un plan definido para alcanzar esta autosuficiencia. De aquí a cuarenta años, los técnicos responsables del urbanismo confían en que se consiga llegar al nivel cero de emisiones contaminantes.

Las ciudades inteligentes, sin embargo, tienen algunos problemas para desarrollarse, más allá de la actual crisis económica que ralentiza todo. Uno de los escollos que deben superar es que el grueso de las tecnologías punteras está en manos de empresas privadas, por lo que los poderes públicos no pueden desarrollar ciudades inteligentes por sí mismos. Además, las empresas que se dedican a este segmento compiten entre sí y, muchas veces, desarrollan programas endogámicos y no permiten que las tecnologías complementarias confluyan si no son todas del mismo proveedor. Asimismo, las smart cities implican un nivel de información mucho mayor y eso conlleva un control superior de la vida de los ciudadanos, lo que choca con la privacidad personal.

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