Iker Bizkarguenaga Periodista
Hablando de utopías
En pleno debate televisivo sobre la crisis y sus consecuencias, uno de los contertulios soltó algo así como que, más allá de las inclemencias del tiempo que nos está tocando vivir, él seguía confiando en la economía de mercado. Y desde el incómodo sofá mi amodorrado cuerpo soltó un quejío que todavía me persigue.
Desde que uno tiene uso de razón ha escuchado ese insistente soniquete que sostiene que el socialismo es una utopía que queda muy bien sobre el papel pero que en la práctica ha demostrado ser un fiasco. Argumento que lleva como anexo un inevitable discurso sobre la historia reciente y el desmoronamiento de lo que una vez fue el bloque del este. Sin embargo, cualquiera que tenga un poco de idea de economía sabe que para utopía, pero de la buena, la que expuso allá por finales del siglo XVIII Adam Smith en su «Riqueza de las naciones».
Ese libro, un enorme trabajo que merece ser leído de principio a fin, es tomado como el documento fundador del liberalismo económico, dogma fetiche para aquellos que hace unos años anunciaron complacientes el fin de la historia. Con el único inconveniente de que pasan por alto algunas de las principales premisas que expuso el economista escocés casi medio siglo antes de que naciera Karl Marx.
Resumiendo mucho mucho, Smith partía de la existencia de una libertad absoluta de información, de movimiento de bienes y factores de producción, de fuerza de trabajo, etc. Y en esas condiciones, la búsqueda del beneficio propio conllevaría el enriquecimiento y desarrollo de la sociedad. La famosa mano invisible. Aun si fuera posible, ese esquema no nos convence a quienes pensamos que el motor de la humanidad no puede ser la competencia y el individualismo, sino la solidaridad y el bien colectivo. Pero ocurre que esas condiciones nunca se han dado. Y si no, que pregunten a la «fuerza de trabajo» que intenta entrar en Europa desde África.
No ha habido libre mercado, ni lo habrá. Algunos lo llaman liberalismo como coartada ideológica, pero nunca ha dejado de ser el saqueo de una minoría respecto a la mayoría. Estamos rodeados de monopolios, duopolios y oligopolios, en todos los sectores, sin excepción, y unas pocos apellidos gobiernan el planeta. Como hace quinientos años. El economista Michael Hudson lo llama Cleptocracia, porque son ladrones quienes nos gobiernan. Utópico es pensar que van a dejar de hacerlo.