LITERATURA
«Los humanos no hemos cambiado con el paso de los siglos»
Escritora
Toti Martínez de Lezea (Gasteiz, 1949) es una de nuestras más prolíficas y conocidas escritoras, amén de haber trabajado como traductora y ser una de las fundadoras del grupo teatral Kukubiltxo. Tiene treinta y tres libros publicados, siendo «Mareas» (Ttarttalo) el último de ellos. Este consta de 35 narraciones de diferente tipo con las que pretende recuperar la memoria de la mujer de la costa vasca.
Alvaro HILARIO | BILBO
Ya está en las librerías el último trabajo de Toti Martínez de Lezea, «Mareas» (Ttarttalo); «Urak dakarrena», en su versión en euskara. Es un libro compuesto por treinta y cinco narraciones -situadas en diversas localidades de la costa vasca en una horquilla temporal que va desde la Prehistoria hasta el año 1969- que tienen a la mujer como denominador común.
¿Cómo se lleva ser una autora superventas? ¿Conlleva algún tipo de presión?
He tenido la ventaja de haber empezado a escribir de mayor, teniendo ya una vida profesional y familiar establecida. Nada ha cambiado en mi vida, por lo tanto, en estos últimos 14 años. No tengo presiones de nadie y, por otro lado, tampoco las admitiría. Las promociones, que son un par de veces al año, tampoco son agobiantes. Y bueno, no me considero una super ventas: tengo lectores desde el principio, lectores a los que se van sumando otros nuevos, algo de agradecer. También me ha costado: en 14 años he publicado treinta y tres libros para todas las edades y de muchos tipos. Es un oficio y, si sabes hacerlo, lo haces. Trabajo seis o siete horas por día: si no escribo, estoy documentándome. Al principio escribía solo por placer (si no escribes por placer, mejor lo dejas) y, en la medida que he tenido lectores, he seguido escribiendo y me han seguido publicando.
Parece que el género histórico tiene muchos adeptos.
Siempre los ha tenido. Homero no estuvo en la guerra de Troya y escribió la Iliada; Shakespeare tampoco estuvo en la guerra de las Dos Rosas y escribió Enrique III. Quiero decir que este tipo de literatura siempre ha existido, que la relación entre Historia y Literatura siempre ha sido estrecha. Nos gusta saber qué ha pasado antes. Cuando se escribe sobre un tiempo que no se ha vivido se le llama novela histórica, pero no es más que narrativa. Eso sí, el lector de este tipo de novelas es muy exigente y hay que documentarse bien para que las cosas no chirríen. A mí me gusta crear mis tramas, mis ficciones, mis personajes; no me gusta novelar sucesos histórico. Sin embargo, he de documentarme bien de todas las maneras para crear mis paisajes, mis decorados; documentar bien las costumbres, el clima político, la situación social, cómo se ganaba la vida la gente, cómo vestían, etcétera. No es solo situar una narración en un tiempo determinado.
En este libro trata temas relacionados con la mujer que son atemporales. ¿Contextualizar esos temas en el pasado le da mayor libertad para tratarlos?
La historia, las situaciones económicas, políticas o religiosas, se repiten. Aunque en diferentes contextos, se repiten: los seres humanos no hemos cambiado con el paso de los siglos; seguimos siendo mezquinos o generosos, valientes o cobardes. Este libro no es una reivindicación; es, simplemente, un intento por recuperar la memoria de las mujeres de la costa. Las situaciones (el adulterio, el trabajo en común, el aborto, las violaciones, etcétera) que narro en este libro se han dado y se siguen dando.
De todos modos, al leer el libro, parece que el recurso del contexto histórico le ha dado más libertad para hacer que gane el bien y el mal sea castigado.
Bueno, no siempre ganan las mujeres de este libro. Tampoco se trata de eso. La narración ambientada en el Elantxobe, por ejemplo, habla de esos hombres que, por las razones que fueran, abandonaban su hogar por muchos años volviendo, en ocasiones, sólo para morir o pasar sus últimos años, cuando ya no tenían nada fuera. Las mujeres, mientras tanto, se quedaban aquí con los hijos, el trabajo, al cuidado de la hacienda. Aquí no gana ni pierde nadie: cuento la historia tal cual sucedió. Las mujeres que pelearon en Hondarribia en el siglo XVII o la muchacha de Mutriku que escapa para evitar un matrimonio de conveniencia... no son historias de heroínas, son historias destinadas, como decía, a recuperar la memoria histórica de las mujeres de este país.
¿Por qué estas narraciones están ambientadas en la costa vasca?¿Por qué llegan hasta 1969?
Me propusieron que hiciera un ensayo sobre la mujer en la costa, algo que rechacé por ser un trabajo de investigación. No es mi trabajo: mi trabajo es ficcionar, hacer novela. Pero aquella propuesta me dió la idea de escribir sobre la costa, de hacer historias cortas basadas en esta parte del territorio. Yo ya tenía experiencia en hacer narraciones cortas en «Perlas para un collar» (Suma, 2009), escrito junto a Angeles de Irisarri, y me gustó [se trata de un volumen que reúne treinta relatos; diez, los referidos a mujeres judías y musulmanas, corresponden a Toti]. Y sitúo la última narración en 1969 porque entonces yo tenía 20 años y en ese año publicó Benito Lertxundi un disco muy novedoso para mí, que estaba estudiando euskara en Gipuzkoa. También porque aquellos eran los tiempos donde las mujeres no podían llevar pantalones o bikinis, donde una mujer no podía ir sola a casi ningún sitio. En aquel momento las cosas empiezan a cambiar, es cuando las chicas del país empiezan a salir de au pair al extranjero. Podía haber seguido avanzando en el tiempo pero, por todas estas razones que te cuento, decidí dejarlo en ese punto.
«Mareas / Urak dakarrena» nos trae un buen número de historias construidas en torno a la mujer vasca. Historias que van desde Biarritz a Muskiz pasando por Zarautz, Ziburu o Ea; historias ordenadas cronológicamente empezando por la Prehistoria en Praileaitz y terminando en Ispaster en 1969. Un libro para la memoria, sin reivindicaciones: no estaba en las intenciones de Toti Martínez de Lezea «crear heroínas».
Treinta y cinco narraciones son muchas. ¿Es muy difícil no repetirse?
He puesto toda mi intención en que los relatos no fueran todos iguales; esto es, en que hubiese monólogos, que hubiese narraciones en primera persona, que hubiera relatos contados en pasado; que unos fueran largos y otros cortos. El primero y el último, por ejemplo, son relatos muy cortos aunque podía haberlos hecho más largos. Sin embargo, he dado a cada relato el espacio que pedía. El cuento de Saturraran («Memoria del dolor; Saturraran, 1937») puede dar para escribir una novela entera pero la historia me dolía y lo dejé así; me remití a contar lo sucedido -o parte de lo allí sucedido-, sin llegar a hundir el dedo en la llaga, sin intención de juzgar a nadie. Esto es lo que hubo y esto es lo que cuento. Hay un relato que no es mío, que es una carta que escribieron las mujeres de Ziburu y Donibane Lohitzune a la Convención Nacional de 1789; aún no le habían cortado la cabeza a Luís XVI.
En la carta piden el voto para la mujer y el derecho a la educación. Es uno de los primeros manifiestos feministas registrados en el mundo y que se conserven. Hubo un momento en el que tuve la tentación de cambiar el relato y situar a las mujeres redactando una carta donde pidieran derechos de educación y de otra índole. Pero aquello me pareció que era trastocar la Historia, porque la carta existe y son ocho pliegos. Tal como está escrito, en esa época piden que los solteros que no quieran casarse sean privados de ingresos y sean estos concedidos como dote a las mujeres para poder hacerlo en caso de desearlo; o que se supriman los clubs de hombres de origen inglés que tanto daño hacen a la población. Luego vi que esa era la mentalidad de 1789 y, ¿por qué iba a cambiarla? Es un testimonio muy significativo escribir al rey pidiendo participación activa en la política. Es un texto muy revolucionario, a pesar de los «añadidos». A. H.