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Una muerte que pone en primera plana el escenario de emergencia que vive el país

La muerte de Amaia Egaña ha conmocionado a Euskal Herria. Su suicidio deja una acusación sin respuesta en el aire, sin ninguna posibilidad de remedio. Pase lo que pase después, Amaia Egaña seguirá estando muerta; pero será un reflejo de todos aquellos que lo han perdido todo -la prosperidad relativa, la dignidad y la vida- en esta crisis. Si algo positivo puede traer consigo esta trágica muerte será algo menos espontáneo que las movilizaciones de respuesta, algo más sólido y profundo que ocurrirá en las mentes y en los corazones de la gente: el reconocimiento del coste humano, real, de las políticas de austeridad, de su creciente capacidad de destrucción masiva y una determinación absoluta para no dejar que nunca más vuelva a ocurrir.

Los desahucios son uno de los episodios más vergonzosos, dramáticos y antisociales de esta época de crisis. La avaricia de los bancos, con la colaboración de partidos políticos a los que financian y tienen en nómina, está condenando de por vida a miles de ciudadanos. No solo se les expulsa de sus casas, sino que siguen manteniendo la deuda con los bancos, impidiendo así un nuevo comienzo en sus vidas y obligándolos, en el mejor de los casos, a la caridad de los familiares de los que se emanciparon y, en el peor, a la exclusión extrema, a la desesperación o al suicidio.

Si el Gobierno de Rajoy hubiera querido, con un mínimo de sensibilidad y de voluntad política, con un mero trámite de urgencia, mediante decreto, podría haber parado los desahucios. Ahora, tarde y superados por la tragedia, intentarán capear el temporal. Kutxabank ya ha anunciado que para todos los desahucios. Pero no podrán evitar tener que avergonzarse de sí mismos y ser señalados, con razón, como responsables.

Enfermedad crónica que se expande

El paro ha vuelto a azotar esta semana con fuerza a Euskal Herria que, arrastrada por el Estado, va de récord en récord desde que estalló la crisis. El número de parados en Hego Euskal Herria aumentó en 5.255 personas durante el mes de octubre, con lo que el número total se eleva a 219.071. La tasa sobre la población activa se eleva así al 16,49%, con un incremento interanual de un 17%. Son cifras que reflejan una doble verdad: como fenómeno, el paro es incontenible, y lejos de ser un problema transitorio o cíclico, se presenta como un problema estructural de la economía vasca. Una economía que desde hace tiempo detecta una desagradable realidad: su incapacidad para crear empleo. Y con ello, constata el fracaso general de la política económica imperante.

Para las élites económicas, el paro es algo común y rutinario en la creación y caída de empresas en toda economía, e incluso sostienen que es un lubricante necesario para que la maquinaria económica funcione. Pero hoy y aquí, el paro es una realidad crónica que todo lo corroe, una enfermedad que se expande hasta consumir lentamente a la gente, a las familias, y es probablemente la más nociva de las enfermedades de nuestra sociedad. Más y cada vez más parados, aislados del mundo laboral, sin apenas ayuda mutua ni acción colectiva que alcance a crear empleo. Y lo más doloroso es ver a esos parados convertidos en una especie de balón al que los políticos, enfundados en el eslogan «lo primero, el empleo», dan patadas en el juego partidista y la carrera electoral.

La era del desempleo masivo y sistémico está probablemente empezando. Y antes de que termine, cambiará el curso de la vida y marcará el carácter de toda una generación. Y la de sus hijos. Dejará una huella imborrable en los trabajadores vascos. Y, sin duda, distorsionará la política, la cultura y la identidad de nuestra sociedad para largo tiempo. Será una era de grandes desafíos e interrogantes que transformará Euskal Herria. Una era que sólo ofrece una única certeza: no habrá recuperación hasta que no encontremos un modelo económico completamente nuevo, autocentrado y basado en el bien común. Hasta no organizar un desafío popular masivo en torno a una alternativa radical que deseche y reemplace los fundamentos básicos del capitalismo de consumo.

«Sálvese quien pueda, pero yo primero»

Este país hoy vive una situación de emergencia nacional y social, que lejos de ser breve y pasajera, ha venido para quedarse. Todos los indicativos apuntan a un agravamiento general y, en un horizonte no tan lejano, se dibujan escenarios donde la depreciación de los sueldos y ahorros de las clases populares pueden seguir la senda griega. Si hay una salida a la crisis, es difícilmente imaginable que sea para volver al mismo punto de partida, a los niveles de derechos y bienestar social que conocimos.

La lógica neoliberal según la cual los ganadores son cada vez menos y más ricos y los perdedores más y más pobres constituye una injusticia generacional de proporciones históricas. Y su perversa «religión» - el «sálvese quien pueda, pero yo primero»-, una dictadura del presente a expensas del futuro. Euskal Herria, además de un cambio radical de su economía y de las formas de vida, requiere una nueva intolerancia movilizada contra esa «religión», contra toda violación del derecho a su supervivencia futura y a la de la dignidad sus gentes.

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