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Análisis | Barack Obama, reelegido

Elecciones USA: Dios salve a América

Los autores remarcan la necesidad de que Estados Unidos recobre el pulso productivo, que le convirtieron en la primera potencia industrial mundial, y entienden, por otro lado, que «se está jugando su futuro económico», aunque no en función del resultado electoral. El gran reto de Estados Unidos debería ser la recuperación del pulso productivo -y de las infraestructuras- que le convirtieron en la primera industrial mundial

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Desde la perspectiva de las políticas económicas, ¿qué podemos esperar del resultado de las elecciones presidenciales USA? En principio, hay algunas referencias básicas.

La primera es, probablemente, la de la previsible continuidad. La elección de Obama significa claramente una probable continuidad de las políticas desarrolladas durante los últimos cuatro años. Al contrario, no es fácil prever las políticas que efectivamente hubiera desarrollado Romney como presidente, por distintas razones. En primer lugar, por supuesto, por no haber desempeñado el cargo hasta ahora. En segundo lugar, porque las propuestas de Romney a lo largo de la campaña han sido sucesivamente contradictorias. Y, finalmente, porque, desde Ronald Reagan, las presidencias USA se han caracterizado porque cualquier parecido entre las políticas defendidas en campaña y las realmente aplicadas ha sido pura coincidencia.

En efecto, a pesar de las agresivas críticas al déficit público lanzadas durante las campañas electorales, los mandatos presidenciales republicanos han sido, al contrario de lo que cabría suponer, los que más han disparado el déficit presupuestario, una de los más graves problemas de la economía USA.

En sentido contrario, todas las promesas «populistas» de Obama en su primera campaña se derrumbaron en el momento en que, durante su primer mes de mandato, colocó al mando de su equipo económico a representantes directos del poder financiero central, responsables personales además de las medidas adoptadas durante el gobierno Clinton que contribuyeron de manera fundamental al origen de la crisis financiera.

De Obama hay que esperar, en principio, más de lo mismo. El mantenimiento de las políticas de rescate bancario y una política monetaria agresivamente expansiva, que permite disimular los problemas a corto plazo y atender los constantes requerimientos al sector financiero.

Si Romney hubiera mantenido sus promesas electorales, quizás se hubiera producido un cambio en la política monetaria, poniendo fin a las estrategias expansivas iniciadas no por Obama sino durante el anterior mandato del presidente Bush. Los recursos que necesita la economía americana a corto plazo no procederían en este caso de la emisión de dinero, sino de la reducción de impuestos.

No obstante, a pesar del peso alcanzado por los movimientos articulados alrededor del Tea Party, no eran de esperar cambios radicales en las nuevas políticas económicas republicanas. Una menor recaudación fiscal y un mayor gasto militar y, como corolario, un menor gasto público en otros conceptos. Como en el caso de Obama, Romney hubiera mantenido las políticas de rescate de los grandes bancos, reduciendo quizás la aportación a estas políticas de expansión monetaria.

Todo ello sin perjuicio de que las situaciones críticas son precisamente las que generan los grandes cambios políticos y que, por lo tanto, siempre hay que estar abiertos a la posibilidad de cambios no previstos.

El problema fundamental de Estados Unidos, como el del conjunto de Occidente, es el del sobreendeudamiento de la economía, requiere medidas estructurales con respecto al sector financiero que, después de muchas promesas en 2008 y 2009, han sido progresivamente marginadas. Ni la reforma del sistema bancario ni la del sistema monetario se han abordado en serio y, por lo tanto, la salida de la crisis financiera se está planteando de forma desenfocada y, como en otros países occidentales, a través de un continuo sangrado de la economía real, ya muy castigada.

El gran reto de Estados Unidos debería ser la recuperación del pulso productivo -y de las infraestructuras- que le convirtió en la primera potencia industrial mundial y, sin embargo, ninguno de los dos candidatos en estas elecciones está enfocado en esta dirección.

Es cierto que la crisis en Europa no parece avanzar en buena dirección, pero tampoco lo está haciendo en Estados Unidos.

A corto plazo, los datos macroeconómicos de Estados Unidos parecen más positivos, consecuencia inevitable de haber optado por políticas monetarias claramente expansivas.

También es cierto que Estados Unidos, Corea del Sur y Australia son los únicos estados occidentales que han conseguido durante estos 5 años de crisis iniciar el proceso de desapalancamiento financiero, primer síntoma de una posible recuperación real a medio plazo.

Sin embargo, hay que tener en cuenta: que la reducción del endeudamiento conseguida hasta ahora en Estados Unidos apenas alcanza a un 16% del PIB frente a un 300% de endeudamiento total. Es decir, apenas un 5% del total. Que la reducción del apalancamiento ha contado en Estados Unidos con un instrumento inexistente en otros países: el carácter del dólar como divisa de reserva.

En efecto, al ser el dólar todavía la divisa de reserva mundial, Estados Unidos tiene la opción de utilizar políticas de expansión monetaria cuyo coste repercute en buena parte sobre el conjunto del planeta.

Nada en los programas de los dos candidatos hace prever que -al menos inicialmente- estuvieran dispuestos a adoptar decisiones que permitan a Estados Unidos salir de la actual peligrosa dinámica, basada en la adopción de medidas de choque destinadas básicamente a resolver los problemas urgentes.

Esto supone que, muy probablemente, con cualquiera de los dos candidatos: con una dimensión mayor o menor, probablemente hubieran continuado las políticas de expansión monetaria. Hubieran tenido continuidad las políticas de rescate del sector bancario. Se hubiera mantenido el importante gasto militar americano

En definitiva, con toda probabilidad, las diferencias prácticas entre uno y otro resultado radicaban en las cifras de recaudación impositiva por un lado y de gasto público no militar por el otro. Aquí se centraban también los discursos de ambos partidos políticos durante la campaña.

Sin embargo, aunque el eco mediático se centre en estas políticas presupuestarias, ello no significa que sean realmente las más importantes. Basta para ello con comprobar cómo los programas de estímulo del gobierno Obama en su conjunto apenas han llegado a un billón de dólares, y -como contraste- las estimaciones más moderadas de los recursos destinados al rescate bancario se sitúan entre 6 y 9 billones.

Estados Unidos se está jugando su futuro económico, sin duda. Pero, al parecer, no en función del resultado de estas elecciones.

Nada parece indicar que ninguno de los dos candidatos tuviera un verdadero ánimo de afrontar los retos de fondo de la economía americana.

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