CRíTICA teatro
Palabras comodín
Carlos GIL
Si en un trabajo escénico se junta la palabra «identidad» con «memoria», se crea un campo magnético en donde lo políticamente correcto se transforma en una auténtica red para hacer cualquier tipo de cabriolas estéticas, conceptuales, artísticas en las que no solamente la fragmentación se enseñoree de la estructura, sino que se vayan sumando otros elementos tan piadosos como las palabra comodín. Un texto de tono poético, una hipo-actuación, el uso del vídeo, un recorrido por lugares diversos a modo de viaje iniciático, con lo que al final de este conglomerado debemos buscar en esas palabras fetiche para dejarnos convencer de la bondad de las intenciones.
En esta ocasión, las sensaciones se vuelven lanzas. Y si la primera parte, esa salida a visitar lugares donde se nos ofrecen grabaciones de vídeo, nos coloca ante una aparente banalidad, en donde el actor guía nos habla de «una experiencia», y tópicos semejantes, hasta que no volvemos a la sala, con escenario y público delimitado de manera convencional no entramos en calor teatral.
Y es ahí donde vemos todavía más grietas por las que se nos escapan las energías a base de reiteraciones, las imágenes simples que no nos proporcionan incentivos de ningún tipo, unos textos leídos de manera mecánica, y un instante de escritura directa que nos coloca una sonrisa sobre unas imágenes que reproducen unas escenas con muñecos que crean un pequeño mundo no explorado. Y ahí queda la experiencia interrumpida. Han indagado en un campo no habilitado teatralmente. Son las intenciones sociales las que debemos suponer que han presidido las acciones. Las palabras comodín nos dejan en la frontera del desencanto escénico.
Obra: El desencanto
Dramaturgia: Jacobo Pallarés
Intérpretes: Diego Sánchez, Kika Garcelán, Alejandra Garrido, Maribel Bayona, Pedro Lozano, Jacobo Pallarés. Lugar y fecha: La Fundición (Bilbo) 10-11-12