Wert, disciplina y biopolítica
Para el ministro de Educación, Cultura y Deportes español, Catalunya es España. En el peculiar mapamundi de José Ignacio Wert, los y las niñas catalanas sufren una dolencia identitaria. El bálsamo de fierabrás que propone el ministro para combatir ese mal no es otro que una cura de «españolización». De esta forma, niños y niñas experimentarán «la vivencia equilibrada de las dos identidades».
Con el fin de equilibrar la convivencia de dos identidades diferentes -y antagónicas-, quien parece compartir los objetivos de la instrucción franquista contenidos en la «Formación del Espíritu Nacional» quiere hacer de la escuela una fábrica de reparación de identidades alienadas. Esta manera de entender la alteridad como un mal absoluto a combatir -un todo o nada- conduce a la aplicación de políticas de minimización ante un supuesto «riesgo nacionalista», a través de dispositivos disciplinarios educativos basados en criterios lingüísticos (castellanización de la población, minorización del catalán) y curriculares (implantación de contenidos acordes con la idea de «España una, grande y libre»).
Un hecho tan natural como desear ser y afirmar: «soy catalana», es transformado en un caso de somatización política, en una patología -como el sobrepeso y la obesidad infantil-, por la fuerza del significado emocional y el valor político atribuido a la imagen mítica del Reino de España.
Imponer la filiación a España como elemento crucial del proceso de socialización de las niñas y niños catalanes generará más independentismo. Dentro de muy poco lo veremos. En una ocasión, Walter Benjamin sentenció: «Convencer es estéril».