Arturo, F. Rodríguez | Artista
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Columna nº cien. Número redondo. ¿Cómo acabar con una columna redonda si el propósito va en contra de la propia forma? De la forma de una columna. ¿Cómo intentar en un breve artefacto literario como este, una reflexión supuestamente ocurrente? ¿Cómo hablar del arte de nuestros días cuando no nos dejan verlo; o de aquellas exposiciones hechas para «hacer justicia»; o de las injusticias de toda exposición; o del intento de abordar la forma política del arte y de la emboscada en la que se cae ante dicho empeño? La máxima tentación de escribir con la forma de una columna es la de abrir comillas, dar paso a todo lo que ya ha sido dicho por otros y cambiar su forma. Así se haría uso del artilugio literario y uno podría retirarse con la satisfacción de haber utilizado ingeniosamente la ventaja que proporciona ser publicado. Se trataría de usar dicha argucia y retirarse rápido, de puntillas, ya que el espacio es breve e impreciso: la columna es un asomarse y una retirada, una risa al borde del papel y una ayuda al gesto de pasar la página.
Y la foto. Aparece en lo más alto de la columna, es la forma que reafirma la firma. No se da la cara, se esgrime el rostro, una auténtica declaración de arrogancia solo comparable al calificativo de «columnista». Una desvergüenza tal no puede durar infinitamente ni castigar con su insistencia a un público que merece siempre voces nuevas, visiónes distintas y estimulantes.
La columna se presta al exceso por la escasez que presenta su forma: una sombra alargada. Pero lo cierto es que este conato poético que pretende rasgar la retórica informativa que le rodea no da más de sí. No hay forma. Ya es suficiente.