el concepto del empleo, a debate
¿Vivir para trabajar o trabajar para vivir?
Es una pregunta vieja y también actual, escuchada mil veces y olvidada otras tantas, releída ahora por la brutal crisis que destruye empleo. ¿Qué es el trabajo? ¿Por qué y para qué trabajamos? ¿Podemos hacerlo de manera diferente? Planteamos estos interrogantes a tres personas con opiniones muy diferentes.
Maider IANTZI
La socióloga Mari Otxandi se encuentra de baja porque, aunque le encanta lo que hace, no puede más. Amparo García ofrece el testimonio de una ama de casa que no se puede jubilar. Y desde la frustración de buscar y no encontrar un trabajo estable pero también desde el esfuerzo que hacen en la asamblea de parados de crear empleo, Salvador Cañero recuerda que hablamos de «la forma de vida de un montón de gente».
Junto con la salud y el amor, el trabajo es lo que más valoran las personas. Y ahora, como hay poco, aún más. La falta de empleo es la principal preocupación ciudadana y la crisis también hace que se esté replanteando el concepto mismo del trabajo.
Mari OTXANDI | Socióloga, autora de «Los nuevos herejes»
«Se dice que el problema viene de la persona, pero es más colectivo. Antes se hacía huelga, hoy te vas al sicólogo». En su libro «Los nuevos herejes» Mari Otxandi refresca la casi olvidada teoría de Paul Lafargue, quien participó junto a Marx y Engels en la consolidación del movimiento socialista, porque le parece muy de actualidad. En el Estado español no tanto, pero en el francés hace muchos años que se habla de la reducción del tiempo de trabajo. «Si la gente trabajara cinco horas al día, quizá habría empleo para todos», apunta. Esta idea le indujo a pensar en la obra de Lafargue «El derecho a la pereza», de 1880, donde afirmaba que con tres horas era más que suficiente ¡cuando se trabajaban 10 ó hasta 12 horas!
Esta socióloga y etnóloga que nació en Alta Saboya y que tiene raíces en Zuberoa nos explica que su pensamiento ha evolucionado desde que publicó en 2007 «Les nouveaux hérétiques» (y más tarde su versión en castellano). Ahora ve más sufrimiento. «La gente calla porque si no la echan a la calle. ¿Y por qué necesitamos trabajo? Porque necesitamos dinero». Cada vez está más convencida de que esto está muy relacionado con el consumo.
Durante muchos años no ha tenido trabajo ni tampoco mucho dinero, pero sí tiempo para hacer otras cosas. Considera que hay que encontrar un equilibrio: «Cuando no tengo trabajo asalariado, dispongo de tiempo para hacer otras cosas en mi valle, en mi pueblo, con mis amigos; puedo producir otros sistemas, intentar construir otra sociedad».
Opina que siempre tenemos algo que hacer y por eso no tenemos tiempo para pensar qué mundo queremos y construirlo juntos. Está mal visto pasar un día sin hacer nada; sin embargo, es necesario y bueno.
Conoce a cantidad de personas que nunca han trabajado con un salario y nos comenta que entre diez amigos han intentado recuperar un pueblo en ruinas, hacer su huerta, obtener su carne... «Para mucha gente, no trabajan. Para mí, trabajan mucho. Una madre que cuida a sus hijos, ¿no trabaja? Trabaja mucho y, además, hace una obra muy útil», afirma esta escritora que, tras pasar la infancia en París, se trasladó a Zuberoa, después a Donostia y ahora vive en Ituren. Para ella, hasta leer un libro es trabajo, porque tal vez saldrá algún fruto de eso. Cada actividad humana es trabajo. «Me gusta más la palabra actividad -matiza-. Trabajo viene del latín tripalium, que es un instrumento de tortura, y lo define muy bien».
Llama «nuevos herejes» a las personas que se niegan a participar en el engranaje del trabajo así concebido. Por ejemplo, quienes han optado por vivir por sus propios medios: los zapatistas han construido una entidad autónoma juntos y funciona desde hace casi veinte años. Pero acepta que generalizar esas experiencias concretas es ya más difícil. «En cierta manera, sería una revolución y no lo permitirían». Tampoco la izquierda cuestiona el trabajo asalariado.
Siempre hemos oído que debemos conseguir un empleo para ser independientes, pero Otxandi se siente dependiente, dependiente de su jefe. Otro valor que se le otorga al trabajo es la realización personal, pero hay mucha gente a quien no le gusta su empleo. A otros sí les gusta lo que hacen, pero no la organización y «eso se vive muy mal». La socióloga habla de su propia experiencia: «Cada vez exigimos a la gente más productividad, y no somos máquinas. Llega un punto en que no es posible dar más y se acaba en estrés o depresiones. En esos casos se dice que el problema viene de la persona, pero es más colectivo. Antes se hacía huelga, hoy te vas al sicólogo».
El trabajo también aparece ligado al éxito. Se tiene éxito en la vida si se tiene un buen trabajo. «Pero, ¿qué es el éxito?», le preguntamos. «¿Y qué es un buen trabajo?», responde. A ella, la médica laboral le ha dicho que de momento no debe pensar en trabajar. Al comentarlo con la gente, ha percibido dos reacciones. Unos piensan: «Uy, uy, uy... van a echarla a la calle». Y otros: «Pobre, no tiene fuerza». No cuestionan el porqué. «Digo que el problema no soy yo: cuando no estoy en el trabajo estoy muy bien, con mi familia, con mis amigos, tengo multitud de actividades. El problema es la organización, la manera de gestionar a la gente».
La socióloga defiende que el dinero tiene el valor que se le da, no más, al igual que el trabajo. La primera medida que tomaría en una revolución sería precisamente hacer desaparecer el dinero. En Ipar Euskal Herria están creando ahora una nueva moneda local, a la que se ha denominado eusko, para localizar la economía y hacer algo en el día a día para fomentar la vida de aquí. Hay otra iniciativa en Malerreka denominada Trukerreka. Mari Otxandi sostiene que son ejemplos de cómo hacer una revolución en la práctica y argumenta que, si todos hacemos cosas pequeñas, al final se hacen grandes.
Llegó a Donostia con 14 años y estuvo sirviendo en una casa hasta que se casó a los 23 años. Enseguida tuvo a sus hijos. Tiene una hija de 50 años y un hijo de 47. Ha trabajado para ellos y con ellos. «He hecho de todo: punto, costura, toda la ropa de mis hijos hasta la universidad, llevar la casa, atender a los niños, llevarles a bailar, a patinar... Por lo tanto, considero que he trabajado, además en jornada completísima». Pero no se puede jubilar. Sigue haciendo las mismas cosas, aunque sale un poco más. «Voy dos días a la semana al gimnasio, es divertido y muy bueno para mis huesos. Y de vez en cuando voy al cine con las amigas o hago una merienda, pero puntual a casa, porque el marido espera para cenar. Todavía es de los que esperan a que la mujer haga la cena».
Amparo GARCÍA | Ama de casa sin jubilación
«He trabajado, sigo trabajando y parece que es costumbre, obligación. No he tenido tiempo para mí». Le encantaría tener una jubilación propia para poder decir «esto es mío». Eso le parece muy importante. Como cuando sirvió en la casa no le aseguraron, no ha cobrado. El tiempo que ha trabajado no cuenta para nada. En su entorno no se hablaba de seguros. «Nosotras no le dábamos esa importancia, porque no sabíamos, claro. Y si lo pedías, tampoco te lo hacían. En aquella época, no; estoy hablando de hace 52-53 años. Nosotras no teníamos intimidad, ni nuestra habitación, para dormir unas horas; estábamos dispuestas a todas las horas. Por eso, luego al casarme no noté esa diferencia con los niños. En la casa no tenían niños, pero era lo mismo: ordeno y mando. Conozco a muchísima gente que ha estado como yo, también que ha estado mucho mejor, y que ha sido despedida a los 60 ó 65 años después de estar toda su vida trabajando para los mismos señores. Sin jubilación y sin nada. Esa ha sido la norma; luego, hay excepciones».
Cuando reformaron las leyes se alegró muchísimo, pero considera que se podría hacer mucho mejor. Dijeron que las amas de casa iban a cobrar. «Ahora no está el panorama para exigir nada, lo tendríamos que haber hecho hace unos años».
Como ama de casa no se ha sentido valorada como trabajadora. «He trabajado, sigo trabajando y parece que es costumbre, obligación. También tengo amigas con maridos que participan, pero yo no he tenido esa suerte. Aunque te digan y hagan ver lo contrario -aclara con humor-, yo no. Yo soy de las que se levantan y tienen que hacer la cama, la comida, la ropa... todo».
Siempre ha pensado que no ha tenido tiempo para ella, salvo en la niñez. Ahora hace cosas, pero no tiene la salud de antes, aunque ha viajado mucho. Cuando se jubiló su marido visitaron Argentina, Tailandia, Brasil, Estados Unidos... Ahora disfruta en Benidorm y en Donostia. «En verano me baño en la playa, me siento muy afortunada».
Salvador CAÑERO | Miembro de la asamblea de parados de Santurtzi
«Los políticos no ven que el trabajo es lo que proporciona que también viva el tendero del pueblo, el del bar...»Salvador Cañero era albañil. Poco a poco el trabajo fue cayendo hasta que llegó un punto en que las empresas para las que trabajaba cerraron. Tras estar en el paro más de un año, empezó en un empleo precario. Le llaman por horas y esta semana en que hablamos ha trabajado un día, la siguiente igual serán dos... Le llega para pagar lo justo y muchas veces ni eso. Monta los escenarios de teatros y conciertos.
«Empecé a trabajar con 22 años. Hasta entonces estudié pero no se me daba muy bien e intenté labrarme un futuro en la construcción. Trabajé duro durante muchos años, pero al final no ha valido de nada, porque prácticamente creo que no trabajaré más que esporádicamente en la construcción». Comenta que nunca ha tenido esperanza de tener un trabajo fijo, al menos en el segmento de población en que se mueve. Es más, trabajó en dos empresas dos años reglamentarios para que le hicieran fijo y en cuanto llegó al tercer año lo despacharon.
«Lo que hay que hacer es conseguir que la gente tenga una seguridad, algo a largo plazo, porque cuando terminas de trabajar te ves en una incertidumbre en la que vas a Lanbide y lo único que hacen es decirte: `Bueno, miraremos tu currículum, haz un cursillo...'. Pero no te dan una solución, lo que necesitas es trabajar. En cambio, hay unas ETT gestionando un montón de trabajo y prácticamente decidiendo a dedo. Sería mucho más lógico que Lanbide fuese el que dirigiese todo el trabajo que se genere, con cierto criterio de necesidad, porque hay mucha gente con una necesidad pasmosa. El trabajo no es solo negocio».
Opina que, «sobre todo los políticos, no acaban de ver que es el día a día de la gente y eso proporciona que también viva el tendero del pueblo, y el del bar... Si no hay trabajo, ¿iremos todos a comprar al Max Center y los pueblos se quedarán muertos?».
Tiene 45 años y ve que la cosa se complica extremadamente. Para Cañero, el trabajo es levantarse por la mañana con un objetivo, porque buscar trabajo es una frustración continua. A su modo de ver, a pesar de que parezca que se hace algo, en realidad no se hace nada por el parado y ahora mismo es el mayor problema.
Cañero reivindica que las personas tienen que trabajar. Defiende que los jóvenes no se tienen que ir a Alemania para lograr un puesto y que las instituciones deben empezar a fomentar el empleo de aquí. Para ello, cree que la soberanía alimentaria debería ser clave. En la asamblea van a intentar conseguir huertas y plantar en Santurtzi, con el objetivo de «lograr una cultura de plantar lo tuyo y crear lo tuyo».
El estudio «La movilidad internacional de la juventud en la CAPV», elaborado por el Observatorio Vasco de la Juventud, revela que seis de cada diez personas de entre 15 y 29 años están dispuestos a salir al extranjero y cuatro de cada diez tiene previsto hacerlo a corto plazo. Teniendo en cuenta todas las edades, el 35% de los desempleados de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa se ha planteado salir, según otra encuesta de Manpower. Esta sitúa en el grupo de 25 a 34 años el porcentaje más alto, con un 45%. Le siguen los jóvenes de 16 a 24 años, con un 35%, y los parados de 35 a 44 años, con una tasa del 29%. Sin embargo, este indicador se reduce hasta el 11% entre los mayores de 45 años.
La encuesta también aprecia diferencias en función del sexo de los encuestados, ya que mientras la proporción de hombres que ha pensado en emigrar por motivos laborales es del 40 %, las mujeres dispuestas a marcharse son muchas menos: el 22%. GARA