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«El decreto del gobierno me deja fuera; sin luchar estaría ya sin casa»

¿Qué ocurre con la mayoría desahuciados que están fuera del decreto del Gobierno español? Nada. Siguen a la espera de ser expulsados de sus casas. Olga Veloso es una de las miles de víctimas. Ya ha frenado su desalojo en dos ocasiones gracias a una única receta: organizarse y plantar batalla.

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Alberto PRADILLA

A Olga Veloso le quieren arrebatar su casa. Está, desde hace tres años, en esa macabra lista de quienes no pudieron hacer frente a sus pagos y que esperan, con la espada de Damocles a que el banco ordene su desahucio. Lo estaba hace tres días, cuando el Gobierno español anunció un plan para que «los más vulnerables» no pudiesen quedarse en la calle. Lo sigue estando ahora. No entra dentro de ese corsé normativo con el que el Ejecutivo del PP pretende definir la necesidad. Nada ha cambiado. Ella es una de las miles de afectadas por la voracidad de las hipotecas a quienes el decreto presentado el jueves deja donde estaban: a un paso de la calle. Aunque Veloso, de 44 años, no está dispuesta a dejar su casa sin plantar batalla. Ya ha conseguido paralizar su desalojo en dos ocasiones gracias a la movilización de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas (PAH) y la asamblea del 15M de Vallecas. La tercera no será la vencida. Sigue confiando en lo único que hasta ahora le ha dado resultado: organizarse y pelear por su vivienda.

Los límites de la normativa

«Ni estoy separada ni tengo hijos pequeños ni discapacitados a mi cargo. No entro en el decreto del Gobierno. Bueno, hay una cláusula que sí que cumplo: no llego a los 19.200 euros anuales», dice Velloso, sentada en una pequeña silla en el campamento permanente que los afectados por los desahucios han plantado frente a la sede de Bankia, en la plaza Celenque de Madrid. «¿19.200? ¡Si no llego a los 10.000! ¡Ni a los 8.000!», sentencia. En su domicilio de Vallecas, ese que la entidad que fue presidida por Rodrigo Rato quiere arrebatarle, reside junto a su marido, Eduardo Velastegui y su hija, que tiene 19 años. ¿Ingresos? Los justos. Justísimos. Su compañero recibe el subsidio de 425 euros tras haber agotado el paro. Ella, de vez en cuando obtiene algunos ingresos ejerciendo como cuidadora. Su hija estudia Química en la universidad y, como dice su madre, «suficiente tiene». Al menos, gracias a un expediente brillante, obtuvo una beca que le permite no tener que dejar los libros.

Si este balance familiar no entra dentro de lo que los diferentes altos cargos del Gobierno han definido como «familias de buena fe», es obvio que este no estaba pensado para «proteger a los más vulnerables». ¿Cuántos son los que se verán beneficiados? El PP no ofrece cifras. Pero todo apunta a que, como en el caso de Veloso, son muchos más los que se quedan fuera que los que podrán respirar más tranquilos. Ella, lo resume así. «Tenía esperanzas, quería creer que llegaría una solución, Pero PP y PSOE solo protegen a los bancos. Cubren sus deudas pero no se preocupan de los ciudadanos».

Su historia es la crónica del empobrecimiento de una sociedad. El reflejo de las «razones sobrevenidas» que tanto repiten Luis de Guindos o Soraya Sáez de Santamaría. En 2006, Veloso y su marido decidieron comprar una casa en Vallecas. Entonces, ella trabajaba en una empresa de asistencia y su compañero, en otra de mudanzas. Dos años después, ambos estaban en paro y su cuota mensual disparada a los 1.750 euros. Impagable. Así que se dirigió a Bankia, cuando todavía pensaba que podía fiarse, y trató de renegociar. Le dijeron que abonase 1.000 al mes y que ya lo arreglarían. Meses después quiso cambiarse de compañía móvil y se llevó la sorpresa. «Me dijeron que tanto mi marido como yo estábamos en una lista de morosos. Entonces descubrí que habían iniciado un proceso judicial».

A partir de entonces comienza ese peregrinar por las puertas cerradas. Hasta que descubrió la PAH y las diferentes asambleas. «Comencé a ir a los desahucios. Para apoyar y, también, para prepararme», relata. Hasta que llegó su turno. El 8 de mayo, fue el primer intento. La solidaridad lo impidió. «Estaba previsto para las 11 de la mañana. Pero desde las 7 ya había gente. A muchos ni siquiera los conocía. Ellos me han dado fuerza para seguir adelante», dice Veloso, que reconoce que, en un primer momento, asumir que no podía hacer frente a las letras le producía vergüenza. Ahora, lo cuenta como parte de la denuncia. El aparente remedio pactado entre la banca y el Gobierno del PP se ha revelado como humo. Para Veloso y para miles de familias más. Ella ya se prepara para su tercera batalla: no quedarse sin casa.

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