CRíTICA clásica
Los buenos frutos del trabajo
Mikel CHAMIZO
La reunión de trabajo entre la Orquesta Sinfónica de Musikene y Arturo Tamayo, uno de los grandes especialistas del Estado en materia de músicas del XX y contemporáneas, se saldó con un concierto de nivel general muy digno para un conjunto no profesional. Comenzó lo velada con la obra que, en cierto modo, da el pistoletazo de salida al siglo XX musical, el “Preludio a la siesta de un fauno” de Debussy. Su largo solo de flauta fue interpretado con personalidad y dulzura por Arhats Rekondo, al que se sumaron las precisas aportaciones individuales de los demás vientos. Pero la sonoridad general del conjunto fue demasiado cautelosa, delicada en exceso, con si la pieza de Debussy fuese una miniatura de cristal que hay que observar desde lejos. Los clímax se quedaron cortos y el resultado fue un tanto apagado, pero dentro de esa opción intimista los jóvenes maestros de la Orquesta de Musikene respondieron con notable sutileza.
Llegó después el “Concierto para fagot” Op.75 de Weber, interpretado con gusto y una buena dosis de nervios por Alba González. Se veía que la fagotista había trabajado muchísimo la partitura, pero su versión, inteligente y meditada, se recibió algo rígida en dinámicas y fraseo por la falta de tablas. Además se vio enfrentada a una dirección anticuada de esta pieza más clásica que romántica, con una sección de cuerda excesivamente grande y unos estándares interpretativos de hace veinte años por lo menos. Mucho mejor se las ingenió Tamayo con la “Sinfonía Ultreia” de Escudero, que sin contarse entre sus creaciones más llamativas es, sin duda, una obra efectiva y llena de sorpresas agradables en su discurrir casi rapsódico. El madrileño supo invitar a los estudiantes de Musikene a que dieron lo mejor de sí mismos en esta aventura polimórfica que plantea Escudero en el plano instrumental, repleto de solos y combinaciones camerísticas. La versión fue más que meritoria y el público la agradeció con generosos aplausos.