Más allá de sus aplicaciones prácticas, la iniciativa de la ANP de Mahmud Abbas ha servido para poner en evidencia la soledad de los EEUU de Obama e Israel.

Triste consuelo si no llegara acompañado del hecho de que el pueblo palestino ha logrado poner una pica, simbólica pero firme, hacia su libertad. Una libertad que, contra los cantos de sirena del universalismo freaky, pasa, allí y aquí, por lograr un Estado de pleno derecho.

Otra cosa muy distinta es concretar, a futuro, qué Estado. Porque pretender que esta iniciativa, que evidentemente se circunscribe a las fronteras de 1967, supone la aceptación de la partición por parte de los palestinos es hacer trampa.

Abbas advirtió en Nueva York que su iniciativa supone «la última oportunidad para salvar la solución de dos Estados».

Hay, en ambos bandos, quienes promueven la solución final de echar al mar al otro. En el lado israelí lo justifican en versículos de la Biblia actualizados con la amenaza que suponen los palestinos para la pervivencia de Israel. En el lado palestino denuncian la ocupación de sus tierras con la excusa del Holocausto y la falacia, demostrada por historiadores israelíes, del éxodo judío tras la segunda destrucción del Templo de Salomón.

No falta quien defiende la solución de un único Estado, ni judío (como el actual Israel) ni árabe, lo que podría encarrilar problemas a día de hoy irresolubles.

¿Utópico? A día de hoy las tres soluciones lo son, también la de un Estado palestino cuarteado e inviable.

Lo único viable es una negociación sin precondiciones. La ANP está dispuesta y Hamas le ha apoyado en su iniciativa en la ONU. Siguen faltando Israel. Y EEUU.