En esta Liga de puente aéreo en la que el reparto de millones, puntos, récord de goles o favores arbitrales viaja sin remedio de Madrid a Barcelona y viceversa, a nadie sorprendió la goleada en el Camp Nou. Lo que no esperaba -o no deseaba- el aficionado rojiblanco era, de nuevo, un Athletic timorato, acomplejado, entregado, que sobrevivió futbolísticamente veinte minutos a base de una correcta circulación de balón en zona intrascendente hasta que llegó la primera situación de peligro. De córner, disciplina en la que el Barça no destaca y en la que el Athletic naufraga.

A partir de ahí un nuevo suplicio, un equipo sin actitud, sin orgullo, olvidando qué implica vestir esos mismos colores que engalanaron Bizkaia durante abril y mayo, cuando se pudo volver a presumir de ser alguien en esto del mundo del fútbol. Frente al mismo equipo que les atropelló en el Calderón en la final de Copa, los jugadores rojiblancos mostraron una actitud indolente que aún escuece, sin ningún ánimo de venganza, sin intención de reivindicarse.

Tras el varapalo, poco propósito de enmienda por parte de un entrenador al que el libreto se le ha quedado corto, incapaz de dar solución al desatino defensivo, acompañado de declaraciones de los futbolistas que no invitan a la esperanza. Porque en el Camp Nou no hubo nada positivo a lo que aferrarse. Disputar la posesión no es un fin en este deporte, tan solo un medio -y no del gusto de todos- para llegar al objetivo. Peor aún que las palabras fueron los gestos de camaradería con el rival. Como si se quisieran obtener los tres puntos a la simpatía, a la capacidad de regalar abrazos. Antes del partido resultaron incomprensibles. Después, hirientes.

¿Y los estratégicos, que diría Macua? Pues Munian, aquejado de tortícolis, no disputó el encuentro, aunque se descarta que la causa sea por mirar hacia atrás en la tabla clasificatoria. Llorente, que se viste de rojiblanco pero no es futbolista del Athletic desde mayo, seguirá a estas horas abrazándose con las farolas por alguna rambla barcelonesa. Y Amorebieta, que continua buscando a Messi, empeñado en solicitar unas cifras para la renovación que su rendimiento deportivo no justifican. En época de recortes generalizados, los futbolistas tan solo los admiten en el peinado.

Puede que diciembre sea demasiado pronto para tener la ilusión perdida, para hablar de la próxima campaña. Pero eliminados en Europa, sin grandes esperanzas para la Copa y deambulando en la tabla liguera, bien harían en Ibaigane en ir preparando un nuevo proyecto. Y visto que ya se ha confirmado que la opción del Valencia es Ernesto Valverde, que recen en Ibaigane para que no renueve con un club que preside un tal Llorente. Qué pesadilla de apellido.