CRíTICA teatro
Cincelando palabras
Carlos GIL
Nombre: María. Nombre completo: María Moliner Ruiz. El médico que la está tratando de sus primeros síntomas de pérdida de memoria se lo hace repetir decenas de veces. Y cada vez que se escucha María Moliner, viene la imagen de su obra, de su diccionario de uso, de una obra descomunal que tanto ha ayudado para ordenar el caos ideológico de todos los otros diccionarios. Un trabajo de años para limpiar las palabras de toda la basura y moho de un uso utilitario para transmitir una idea reducida del mundo a través de una sobrecarga de intenciones para ocultar su auténtico significado.
María Moliner cinceló cada palabra, la limpió, la fijó y le dio el esplendor que la Real Academia no hacía. Cada palabra formando parte de un rosario que conforman conceptos. Un diccionario que formula una manera de pensar, de hacer que sea la palabra precisamente la que nos lleve a un discurso, y no al contrario.
La obra tiene otros valores en paralelo. El primero, conocer a la autora, sus datos biográficos, su compromiso con la República, las represalias que el franquismo le infirió tanto a ella como a su marido. Una mujer de una familia humilde, licenciada en filosofía y letras, madre de cuatro hijos, bibliotecaria de profesión, que logró a base de talento, trabajo y vocación hacer esa gran obra, ese diccionario de referencia. Y en ese repaso de la biografía, se recorre la memoria histórica, se dejan entrever las persecuciones, las renuncias, los silencios, los desastres inflingidos contra la inteligencia, la cultura, la enseñanza pública y laica que tanto se parece a lo que está sucediendo actualmente.
Todo ello a partir de un texto de un novel, Manuel Calzada, que logra una estructura dramática ágil, capaz de conjugar los datos históricos, la memoria, la admiración por una obra de estas características y las emociones personales, sin olvidarnos de la enfermedad, de esa pérdida de memoria, de la dificultad para el habla, para reconocer las palabras que sufrió María Moliner en sus últimos años de vida. Y todo ello hecho con un buen reparto, bien templado por José Carlos Plaza, en donde, una vez más, Vicky Peña demuestra su excelencia interpretativa, insuflando humanidad a esa María empecinada, simpática, humilde, pertinaz, dando a cada palabra su peso, en una magnífica lección de dicción y dosificación de sentimientos. Junto a ella un eficaz Helio Pedregal y el sestaotarra Lander Iglesias, haciendo un trabajo reseñable como marido. En un espacio sencillo, referencial y una iluminación de matices, se logra una obra de teatro de texto que satisface, que recompone. Una excelente muestra de teatro actual, comprometido.