Josu MONTERO Escritor y crítico
Bonald
Estudió de joven lo que debe estudiar un poeta: Náutica y Astronomía. Hace 64 años publicó su primer poemario, y hace más de medio siglo su primera novela, una acre denuncia de la sociedad andaluza que le valió el sambenito de «antijerezano». A este sabio del flamenco, al que considera un arte marginal, clandestino, tabernario, el grito de un pueblo sojuzgado. Sus memorias se detienen en la muerte de Franco, demasiado desencanto a partir de ahí. Junto a Paco Brines es el único superviviente de una generación diezmada antes de tiempo, la del 50, aquellos poetas cuya niñez fue partida por la Guerra Civil: Goytisolo (José Agustín), Valente, Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, Barral, Ángel González, Costafreda, Valverde, Hortelano... Aquellos jóvenes poetas que peregrinaron a la tumba de Machado en Colliure; aquel grupo de amigos que compartieron poesía y resistencia, y también larguísimas noches de farra llenas de palabras y de alcohol. «A veces pones juntas dos palabras que nunca lo han estado y se abre una puerta, se descubre un mundo. Y eso a veces se produce por mera atracción fonética, por la música de las palabras».
En 2004, Caballero Bonald publicó «Manual de infractores», la diatriba poética de un disidente que siempre ha escrito en legítima defensa. Dijo entonces que no escribiría más, pero la poesía regresó imparable y hace unos meses parió «Entreguerras»: «La poesía es hermética cuando lo es el mundo que pretende describir». Y vuelve ahora a afirmar que se ha acabado, y que eso le produce una gran sensación de liberación y de plenitud. A sus 86 años, este materialista al que acaban de conceder el Cervantes, dice que le gustaría creer en la eternidad: «Cuando se esparzan mis cenizas terminaré convirtiéndome en árbol, en agua, en piedra».