Maite SOROA | msoroa@gara.net
«Buena» educación
La propuesta de reforma educativa del ministro de Educación español, que suena a chiste de mal gusto en estas y otras latitudes, era aplaudida ayer por el facherío, y había quien se emocionaba hasta el punto de no pararse a pensar en la posibilidad de estar profiriendo verdaderas barbaridades.
Alfonso Merlos, en «La Razón», calificaba a los nacionalistas catalanes de «Incorregibles. Impresentables. Indecentes en sus planteamientos. Tendiendo hacia lo salvaje en sus formas», y aseguraba que la mayoría de los representantes políticos catalanes han entrado «de lleno en el territorio del desacato. En efecto, de lo delictivo y por ende de lo sancionable y condenable conforme a las leyes», o por lo menos conforme a la cavernícola consideración de Merlos. Mostraba su apoyo al Gobierno español porque «está haciendo lo que debe. No sólo arreglar un decadente sistema educativo que nos mantiene en el furgón de cola de Europa nos midan por donde nos midan sino -algo más elemental- garantizar que del primero al último de los ciudadanos vea protegidos sus más básicos derechos y libertades». Ya, como con Franco, cuando no se planteaban estos problemas.
A «Abc» le parecía «Una reforma educativa imprescindible», según titulaba su editorial, y ante el anuncio de insumisión de la consejera de Educación catalana, Irene Rigau, decía que «Quizá, el principal problema que plantea esta reforma es que pone al descubierto la necesidad de revisar, con leyes básicas y leyes armonizadoras, toda la estructura de reparto de competencias entre el Estado central y las comunidades». Es decir, que hay que dejarse de contemplaciones.
Su hermano vasco de Vocento, «El Correo», sin embargo, decía que la propuesta de Wert «responde más a una situación hipotética que a un problema real». Pero Tonia Etxarri, en ese mismo diario, afirmaba que ese borrador «debería tener mucho recorrido, aunque llega treinta años tarde». Según ella, «en Euskadi y Cataluña el castellano ha sido progresivamente arrinconado». Y ponía el supuesto ejemplo de la CAV: «Las familias vascas, poco a poco, han ido matriculando a sus hijos en la enseñanza obligatoria del euskera hasta ir dejando el famoso modelo A (enseñanza en castellano con el euskera como asignatura) reducido a una expresión testimonial. Tanto los convencidos como los voluntarios forzosos». Ya nos sabemos ese cuento: si hacen lo que a mí me gusta, lo hacen libremente, y si no, lo hacen bajo coacción. Anda ya.