Los enfrentamientos a causa de la decisión del decreto del presidente egipcio, Mohamed Morsi, que blinda sus poderes, y la convocatoria de un referéndum sobre la nueva constitución han adquirido unas dimensiones verdaderamente preocupantes. Varios muertos y centenares de heridos, dimisiones de consejeros del presidente y otros cargos institucionales, y el palacio presidencial rodeado por tanques del Ejército componen un peligroso escenario. Oficialmente, la presencia de los tanques tiene por objeto evitar choques entre partidarios de Morsi y opositores; en cualquier caso, la represión no parece ser la mejor solución, y Morsi, ante la tentación de aplacar las protestas por medio de ella, debería tener muy presente, aunque solo sea por la proximidad de la revuelta que derrocó a Hosni Mubarak y posibilitó las elecciones que le llevaron a la presidencia del país, que los tanques no proporcionan legitimidad.

Por otro lado, en un contexto en en el que Egipto está adquiriendo notorio peso internacional como consecuencia de su postura respecto a Palestina, haciendo un cierto contrapoder frente a Israel en la zona, cabe preguntarse a quién beneficia un nuevo conflicto en el país.