Mursi llama al diálogo pero no cede a las demandas de la oposición
Mohamed Mursi no dará marcha atrás. Ni pospone el referéndum ni retira el decreto, según aseguró en un discurso televisado en el que invitó a la oposición a una mesa de diálogo para mañana. Hoy está prevista una nueva jornada de movilizaciones en El Cairo.
Alberto PRADILLA | EL CAIRO
No ha dicho nada. Ni revoca el decreto ni suspende el referéndum constitucional. ¡Nos toma por estúpidos!» La respuesta de Elsayed, opositor egipcio que participaba ayer en la concentración frente al palacio presidencial, resume el sentir de los detractores del presidente egipcio, Mohamed Mursi, ante su alocución de ayer por la noche. Tras los graves enfrentamientos del miércoles, que dejaron un saldo de 7 muertos y cientos de heridos, se había generado mucha expectación ante el anuncio. No cumplió las expectativas de la oposición. El jefe de Estado convoca a una jornada de diálogo para mañana, pero mantiene la consulta prevista para el próximo día 15. Nada más concluir el discurso, cientos de personas que se encontraban concentrados ante el cordón de la Guardia Republicana que bloqueaba el acceso a la sede gubernamental mostraron su enfado frente a los uniformados. Se registraron instantes de tensión, aunque no desembocaron en incidentes. La oposición egipcia, que une a diversos sectores que van desde los revolucionarios que salieron a la calle contra Hosni Mubarak hasta liberales e incluso personas relacionadas con el antiguo régimen, saldrá hoy nuevamente a la calle. Ha bautizado como el «último aviso» una jornada de protestas que se espera que concluyan, nuevamente, frente al palacio presidencial, ahora blindado por tanques y carros de combate.
«Quiero convocar un diálogo completo y productivo con todas las figuras y dirigentes de los partidos, la juventud revolucionaria y las personalidades legales», anunció Mursi, en una alocución televisada. Eso sí, advirtió sobre las intenciones «golpistas», en referencia a los miembros del antiguo régimen a quienes los islamistas acusan de promover las protestas. Estas conversaciones tratarán sobre el futuro del Consejo de la Shura (la Cámara Alta del Parlamento), de la Asamblea Popular (Cámara Baja) y la ley electoral. Además, se mostró dispuesto a nombrar una nueva asamblea constitucional en caso de que el texto que se vota el próximo día 15 no sea avalado. Un extremo poco probable, ya que su partido, Libertad y Justicia, formado por los Hermanos Musulmanes, ha obtenido la mayoría en las dos contiendas electorales celebradas en los últimos meses. Está por ver la viabilidad de la mesa de diálogo, que el presidente ha fijado para mañana a las 12.30 horas en el palacio de Ittahadia. Tras los graves enfrentamientos del miércoles, iniciados cuando fieles a Mursi asaltaron las tiendas de campaña instaladas frente a la sede del Ejecutivo, los opositores descartaron cualquier posibilidad de sentarse con la administración. Sin embargo, después del anuncio de ayer de Mursi, habrá que esperar a la respuesta del Frente de Salvación de Egipto, principal grupo opositor liderado, entre otros, por el premio Nobel de la Paz Mohammed El Baradei.
Los que ayer ya estaban congregados en el barrio de Heliópolis, mostraron su ira frente a la línea de soldados, aunque las tensiones no pasaron a mayores al cierre de esta edición. «¡Dejadnos pasar!», gritaban, incluso desde horas antes de que Mursi hablara en televisión. Hoy están llamados a una nueva convocatoria de protesta. Está previsto que diversas marchas que saldrán desde varias mezquitas enfilen hacia el palacio presidencial tras el rezo de mediodía. Ante la grave fractura social que amenaza Egitpo, será determinante también la posición que adopten los Hermanos Musulmanes. Hasta el miércoles, siempre se habían manifestado lejos de sus detractores. Sin embargo, hace dos días buscaron la confrontación. Ayer, su sede en Mokkatam, en El Cairo, fue incendiada, dentro de la dinámica de enfrentamiento civil que comienza a instalarse en la capital egipcia.
Acusaciones de «desestabilización»
Sobre los graves disturbios del miércoles también habló el Mursi, que trató de hacer una distinción entre las legítimas demandas de quienes se oponen a sus planes y quienes tratan de «desestabilizar», a quienes llegó a acusar de buscar los disturbios pagando a manifestantes. Este argumento se escucha también entre los miembros de base de los Hermanos Musulmanes. «Hemos capturado a decenas de agitadores, tenían dinero y armas», afirmaba, por la mañana, Manak Munir, uno de los islamistas que había pasado la noche en las inmediaciones del palacio presidencial. Tras expulsar el miércoles a los opositores, los partidarios de Mursi limpiaron los muros de la sede gubernamental de pintadas e instalaron sus propias tiendas de campaña, que defendían con razonamientos basados en el orden público. «Es una situación difícil y vamos a proteger el palacio hasta que todo se calme», insistía Munir a última hora de la mañana. Las acusaciones de recibir dinero o de consumir alcohol se han convertido ya en un clásico a la hora de deslegitimar a los manifestantes.
Sorprendentemente, el escenario de la batalla campal del miércoles había cambiado por completo su aspecto. Ayer no quedaba ningún resto de la alfombra de piedras que cubría las calles Khalifa Al Mamuna y Margani, aunque dos coches calcinados en la primera de estas arterias y muchos comercios con las lunas destrozadas evidenciaban el alcance de la violencia. Las tiendas que se habían salvado blindaban sus cristaleras con maderas o chapas metálicas. Aunque el ambiente estaba más relajado. Ahora, el cruce de acusaciones se centraba en señalarse como responsables de las agresiones. Tanto los Hermanos Musulmanes como los opositores aseguraban que los siete fallecidos se encontraban en sus filas. Las informaciones eran contradictorias. Lo que sí está claro es que durante los ataques se utlizaron armas de perdigones e incluso botes de humo.
La llegada de la Guardia Republiana, que se apostó en los alrededores del palacio presidencial cambió el panorama desde primera hora. Una decena de tanques, así como varios carros de combate, fueron desplegados en la zona como exhibición de fuerza. Mientras, los operarios soldaban las barricadas metálicas, rodeadas de alambre de espino, con las que sellaron los accesos. A partir de las 15.00 horas (14.00 horas en Euskal Herria), nadie podría trasparsar el perímetro. En principio, los Hermanos Musulmanes habían apelado a la calma y a abandonar el lugar a todos los manifestantes. Sin embargo, no todos sus fieles recibieron el mensaje. «No me han llegado instrucciones en ese sentido», reconocía Mohamed Belbula, que se mostraba decidido a no abandonar la zona hasta que los uniformados se hiciesen con el control. Una vez que las barricadas militares estuvieron montadas, todos los islamistas recogieron su campamento disciplinadamente. No se les volvió a ver por la zona. En realidad, los islamistas ejercieron de fuerzas de protección del presidente hasta que este ordenó a los uniformados que blindasen los accesos.
Controles para prevenir ataques
Si por la mañana eran los Hermanos Musulmanes quienes lanzaban cánticos en los alrededores del palacio, por la tarde fue el turno de los miembros de la oposición. Los disturbios del miércoles marcaban el ambiente. Ayer, tanto en los accesos a Tahrir, donde siguen instaladas muchas tiendas de campaña, como en las calles adyacentes a la sede del Ejecutivo, grupos de jóvenes controlaban a todo aquel que trataba de sobrepasar los improvisados puestos de control. Pedían la documentación y revisaban los bolsos, en previsión de que algún rival pudiese colarse entre los asistentes.
Cuando cayó la noche, los «allah uakbar (dios es grande)» de la mañana habían sido sustituidos por «hurriyah (libertad)». Mientras los miembros de la oposición se acercaban a las inmediaciones del palacio, Mursi ultimaba los detalles de su alocución con altos cargos del Gobierno, que en los últimos días ha sufrido varias deserciones. La última, la de Rafik Habib, vicepresidente copto de la rama política de los Hermanos Musulmanes. Tal y como pudo constatarse luego, los detractores del presidente egipcio podían esperar poco del contenido de la reunión. El debate, entre fuegos artificiales y el indispensable «el pueblo quiere que caiga el régimen», se centraba en valorar los próximos movimientos. «El referéndum no tendrá lugar», afirmaba un activista de izquierdas minutos antes de la intervención de Mursi, que tuvo lugar a las 22.00 horas. Los opositores han calificado la jornada de hoy como «último aviso» y, tras constatar que el presidente no va a dar marcha atrás, tendrán que definir su próximo movimiento.
En esta ecuación, que en la última semana se ha limitado a la falsa dicotomía entre «laicos» e «islamistas», faltan también muchos elementos del antiguo régimen y de la Junta Militar que pasan despercibidos en medio de la fractura social. No sería descabellado pensar que estén esperando su turno.
«No es momento de mirar atrás. Es cierto que no me hace gracia ir con determinados sectores, pero ahora estamos unidos por el rechazo a las políticas del presidente. Tenemos los mismos objetivos». Mohammed Abderraman, profesor de inglés, realizaba estas consideraciones acerca de la repentina unión de intereses entre revolucionarios que combatieron el régimen de Hosni Mubarak y sectores afines a este que ahora se han aliado con los opositores por su rechazo a los Hermanos Musulmanes. No todo el mundo comparte esta visión, aunque sí que se da la paradoja de que antiguos rivales comparten ahora la misma pancarta. Como todo el proceso en Egipto, este fenómeno tampoco puede evaluarse con brocha gorda. Ni todos los opositores están con el Frente Nacional de Salvación, que lidera Mohamed El Baradei ni existe una posición unánime sobre el papel de esos antiguos fieles al dictador egipcio que ahora se acercan al calor de las protestas.
Los «fulul», o antiguos partidarios del régimen de Mubarak, aparecen en muchos de los debates políticos en Egipto. Los Hermanos Musulmanes les acusan de ser los promotores de la desestabilización y los enfrentamientos. Sin embargo, algunos han logrado limpiar su imagen más de año y medio después de que cayese el «rais». Una de sus figuras más destacadas sería Amr Musa, que ocupó la cartera de Exteriores con Mubarak entre 1991 y 2001 y ahora aparece en las conferencias de prensa del Frente Nacional de Salvación junto a quien se perfila como su principal líder, el premio Nobel de la Paz Mohamed El Baradei. Sin embargo, esto no se puede interpretar como un apoyo de todos los opositores a establecer lazos con los mismos a quienes combatían hace poco. Tarek Shalaby, bloguero y activista, recuerda que el Frente a tratado de «aprovechar» las manifestaciones para sus propios intereses y señala que tanto en Tahrir como ahora en el palacio presidencial, Musa no es bienvenido.
No obstante, tampoco se puede olvidar que muchos de los denominados «fulul» se les considera como «del sillón», es decir, gente que ha visto desde el salón de su casa cómo se producía la revolución y que no se ha posicionado. Algunos de ellos, que antes defendían a Mubarak y ahora, al acercarse a las marchas, asumen su error, también forman parte de una compleja ecuación política en la que las alianzas y contradicciones son cambiantes. A.P.