La violencia machista en las zonas rurales de Araba
Relatos tan duros como necesarios de escuchar
Cientos de mujeres residentes en pequeños municipios de Araba víctimas de la violencia machista solicitan ayuda cada año para dejar atrás los abusos. A raíz del testimonio de veinte mujeres, la asociación pro derechos humanos Argituz ha realizado un informe donde analiza las necesidades y obstáculos en materia de atención, protección y justicia.
Oihane LARRETXEA
Tienen en común su condición de mujer y que habitan en zonas rurales de Araba, en municipios que cuentan con menos de 3.000 habitantes. No obstante, no es eso lo que las une, sino el drama de haber sufrido malos tratos físicos, síquicos y/o sexuales, así como amenazas a manos de sus respectivas parejas o exparejas durante años.
La asociación pro derechos humanos Argituz presentó ayer en Gasteiz el informe que lleva por título «Necesidades, obstáculos y buenas prácticas en los itinerarios de la salida de la violencia de género, desde la experiencia de mujeres del área rural de Araba», con un primer objetivo de detectar los obstáculos con los que se topan las mujeres en los itinerarios de salida de la violencia sexista. Subsanar las carencias es el segundo reto.
Para la elaboración de este vasto trabajo ha sido muy importante la colaboración de las veinte víctimas, con la aportación de duros testimonios. Su voz resultaba necesaria. Las mujeres entrevistadas tienen entre 24 y 78 años, aunque la franja de edad mayoritaria oscila entre los 36 y los 45 años.
Otra característica común de todas ellas es que han dejado atrás la situación que vivían utilizando, en los últimos cuatro años, alguno de los servicios de apoyo que ofrece la Diputación alavesa. De las veinte mujeres, catorce habían denunciado a su maltratador, y seis no lo habían hecho.
En cuanto al nivel educativo, seis de ellas poseen estudios de enseñanza primaria; ocho cuentan con formación secundaria, cinco han realizado estudios universitarios y una mujer no posee ningún tipo de estudios. Aunque la gran mayoría desempeña una ocupación laboralremunerada -a excepción de una desempleada y dos jubiladas-, casi todas tienen dificultades económicas y solo cuatro reconocen llegar sin apuros a fin de mes. Por último, añadir que a excepción de dos, todas ellas son madres.
Miedo al «qué dirán»
No es casual que el estudio se haya centrado en el análisis de las zonas rurales del territorio, porque sus autores pretendían identificar los elementos diferenciadores respecto a lo vivido por mujeres de entornos urbanos, tanto en la propia experiencia como en las vías de salida. La primera conclusión es que el entorno rural no es descrito por las mujeres como un obstáculo importante, salvo en el caso de la mayor. No obstante, el informe constata que aparecen de manera reiterada menciones al control social, al «qué dirán». De hecho, algunas han reconocido haber ocultado en el pueblo su experiencia, y otras han apuntado que las medidas de protección, a menudo, se compaginan mal con la necesidad de intimidad de las víctimas.
«Me dijeron, cuando me pasó eso, `podías haber llamado a la Ertzaintza y hubiera ido a casa', pero yo quería evitar que la gente lo viera y todo eso», relata una de las mujeres entrevistadas. También apuntan a la paradoja de que, aunque en los pequeños pueblos todos sepan de todos, es necesario un esfuerzo para ocultar la violencia machista. «Se sabe, pero que no se sepa», cuenta otra de las víctimas.
Reconocimiento y culpabilidad
Otro de los aspectos analizados, y si cabe uno de los más importantes en la vida de estas mujeres, es la salida de la relación. Ocho de las mujeres ha permanecido durante más de diez años en la relación violenta, seis convivieron entre cinco y diez años, cinco permanecieron menos de cuatro años, y solo una convivió menos de un año con su agresor.
La primera barrera para salir de la situación que viven es la dificultad de reconocer la relación como una relación violenta, y por ende, de reconocerse como víctimas de la violencia sexista. «He tenido momentos en que me he tenido que encerrar en el baño por miedo, pero bueno, yo no veía esas cosas como maltrato (...). Ahora veo que no se puede vivir con..., yo vivía con miedo, mucho miedo», se rememora en un relato.
Una de las mujeres que ha participado en el proyecto destaca la utilidad y la importancia del trabajo que realizó con ella la sicóloga para, en primer lugar, ampliar la descripción social de la violencia de género y después poder englobar las formas más invisibles y las más dañinas a largo plazo, como es el caso de los abusos sicológicos. «El maltrato no es que te metan dos hostias y que te pongan contra la pared, sino que es un trabajo diario de hacerte sentir que tú no vales nada y tú no eres nadie, que tú eres culpable de todo», cuenta.
El informe ha determinado que esta falta de reconocimiento genera un gran sentimiento de culpabilidad en las mujeres, en su relación de pareja con el agresor, que en muchos casos recuerdan que consideran su actuación el desencadenante de la violencia.
El miedo a una mayor violencia, o las amenazas que pudiera verter el agresor contra los hijos e hijas de la pareja eran también motivos por los que las víctimas dudaban de su capacidad para dejar la relación. Sin embargo, es el apoyo de la familia, amistades y vecinos uno de los factores clave para que estas mujeres tomaran la determinación, y en este aspecto no ha tenido gran relevancia el factor de que residieran en un pequeño municipio.
Terapia personalizada
Según el informe, uno de los aspectos que mejor han valorado «con diferencia», tanto las mujeres que denunciaron, como las que no lo hicieron, ha sido el servicio de atención sicológica especializada de la Diputación alavesa, y resaltan la importancia de que la terapia sea especializada. Todas reconocen la necesidad de un apoyo en el que se sintieran «acogidas, comprendidas y creídas», y tanto en la terapia individual como en las de grupo, afirmaron encontrar todo eso. «Una opinión tuya puede animar a una compañera y la de una compañera te puede ayudar a ti en un momento dado (...). Hay muchas veces que te sientes como yo, yo, yo, pero no en el plan egoísta, sino de decir `esto solo me pasa a mí'».
Teniendo en cuenta que uno de los aspectos que más preocupaba a las víctimas era las consecuencias de la violencia en los hijos e hijas -la mayoría tenían descendencia con el agresor-, valoran muy positivamente que la atención sicológica de la Diputación incluya un servicio de terapia infantil, pues, aunque en la mayoría de los casos los abusos se limitaban a la mujer, el ambiente del hogar tenía graves efectos. Una madre relata que su hija empezó a robar en la ikastola y que adoptó una actitud violenta.
Romper la relación y denunciar
Frente a la visión de que la denuncia representa la «puerta de entrada» del recorrido de salida de la violencia, algunas han apuntado que esa decisión requiere «un plus de preparación» y distinguen claramente la decisión de romper la relación de pareja con el agresor, de la iniciativa de denunciarle. Según las Macroencuestas realizadas por el Gobierno español desde 1999, la vía de salida de la mayoría de las mujeres no es la denuncia, sino la separación de agresor. Según los datos del 2011, solo el 29% de las mujeres que reconoció haber cortado con su agresor había interpuesto una denuncia.
Entre los factores que les impulsaron a interponer la correspondiente denuncia destacan el hecho de considerarla como un instrumento de protección, y la convicción de que la convivencia violenta era perjudicial para los hijos e hijas. De hecho, una de las entrevistadas confiesa que tuvo fuerzas para dar el paso al comprobar que los malos tratos se extendían a las hijas.
En cuanto a las barreras que mencionaron las mujeres, destacan tres: la protección del agresor -no querer hacerle daño-, el miedo a sus represalias, y la falta de convicción de que los abusos pudieran ser denunciables y demostrables, en el caso de las víctimas de violencia sicológica no acompañada de malos trato físicos.
De todas formas, tanto las que sí denunciaron como las que no lo hicieron, subrayan la presión que sintieron sobre ellas por parte de los medios de comunicación, de familiares y de profesionales. También se recoge en el informe que de las catorce que presentaron denuncia contra su agresor, solo dos han quedado conformes, y con matices, con el trato recibido durante el proceso judicial, con la protección y con la sentencia definitiva.
Una de las primeras necesidades expresadas por las mujeres ha sido la de reconocer la experiencia vivida como un abuso de género, y para ello piden que se profundice en el apoyo y la información para que las mujeres reconozcan las diferentes formas de violencia machista que existen.
Las acciones para una mejor inserción laboral y ayudas específicas es otra de las peticiones que destaca el informe, pues aseguran que tras la separación la emancipación económica no se adecua a las necesidades.
Entre otras demandas destacan la mejora de la calidad y accesibilidad de los centros de emergencia, más información y apoyo en el momento de la denuncia, mayor acompañamiento durante el proceso penal, mayor flexibilidad en el acceso a la justicia gratuita, y un trato respetuoso y mayor especialización en la Policía como en los juzgados. O.L.