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Dabid LAZKANOITURBURU | Periodista

Verde, rojo y marrón en la paleta egipcia

 

El futuro de la llamada Primavera Árabe se juega desde el principio en Egipto. De ahí la dificultad para desentrañar el papel de los actores en esta trama y la complejidad de un renqueante proceso que pronto cumplirá dos años.

Antes casi del minuto uno, cuando los militares obligaron a un incrédulo Hosni Mubarak a subirse al avión que lo llevó al exilio en el desierto del Sinaí, quedó claro que era al comienzo de un pulso en el que lo viejo se resiste a desaparecer y lo nuevo no termina de emerger.

Los triunfos electorales de los Hermanos Musulmanes, y de sus hermanos pero rivales salafistas, certificaron el peso del islam político, que reivindica un papel central en la ecuación. Así, y tras neutralizar a los poderes fácticos militar y judicial, aspiran ahora a condicionar el futuro forzando la aprobación de una Carta Magna redactada por su mayoría.

En estas circunstancias, es comprensible el desengaño de una izquierda que estuvo en primera línea en la Plaza Tahrir y ve cómo los advenedizos que se sumaron a última hora luchan por llevarse solos el premio, pintándolo además del verde del islam.

Actitud muy humana pero que es mala consejera a la hora de marcar prioridades, tiempos y compañeros de lucha. Porque la política consiste en saber esperar el momento. Y no enzarzarse en disputas que pueden acabar beneficiando a los que añoran los viejos tiempos.

Persistir en una alianza antinatura podría condenar a la izquierda a perder la oportunidad de, en previsión del más que seguro desgaste islamista, culminar en el futuro la revolución. En rojo.

Porque de todos es sabido que si pintas rojo contra verde te sale marrón. Rancio.

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