Berdaitz Juaristi | Arrigorriaga
Canibalismo lingüístico
Este año, el día de la Constitución lo pasé a caballo entre Salamanca y Sevilla. En el primero de ellos presencié uno más de los absurdos con los que se confirma que la estupidez humana no conoce límites. Las juventudes del partido popular llamaban a la defensa del castellano, sin duda abducidos por las reacciones que el nuevo borrador del Sr Wert ha suscitado en las comunidades bilingües. ¡Toma esa! Una solidaridad ejemplar, más cuando el mal que padece es un empacho mórbido. Quizás, la raíz de esa dolencia sea haberse zampado al resto de lenguas del estado. Dense un paseo por cualquiera de las capitales de Hego Euskal Herria y tendrán el mismo diagnóstico. La receta para todo trastorno digestivo es la mesura, es decir, la armonía entre los ingredientes.
En nuestro caso, entre el euskara y el castellano. Descartes decía que «daría todo lo que sabía por la mitad de lo que ignoraba». Él no sabía euskara. Yo no sé francés, ni alemán, ni quechua. Pero sí reconozco la sonrisa cómplice del otro al hablarle en su lengua madre. Porque madre solo hay una, y daría todo lo que sé por verla sonreír. El euskara parece que no tiene madre en muchas ocasiones y si el Parlamento tiene a bien no dejarla huérfana, le ruego que sea solidaria. Dejemos de lado los caprichos egocéntricos de abanderar una lengua sobre otra. Hitz egin dezagun euskaraz, hori da gure hizkuntzak behar duena eta. Euskara eta gaztelerak, hizkuntzek, ez baitute elkar jango. Guk bai akaso.