Ni Lech Majewski en persona creía que su experimento «El molino y la cruz» pudiera llegar a estrenarse en salas de cine. Lo veía más bien como una de sus instalaciones destinadas a ser expuestas en museos, hasta que el Festival de Sundance lanzó la película internacionalmente, para luego llevarse el Premio Especial del Jurado en el Festival de Sevilla. El resultado final ha ido incluso más lejos del desafío que suponía de partida su planteamiento, consistente en convertir en una obra fílmica un ensayo del crítico de arte Michael Francis Gibson sobre el cuadro de Pieter Brueghel El Viejo «Camino del Calvario».

Su condición de artista multidisciplinar le ha permitido a Majewski controlar todos las facetas creativas, encargandose de pintar los fondos en los que se iban a introducir digitalmente a los figurantes, combinados con la dramatización a cargo de los intérpretes principales y escenas en exteriores destinadas a recrear el contexto histórico reflejado en la pintura original. El cineasta polaco viajó por todo el mundo buscando el cielo o la luz adecuados, hasta encontrar las nubes renacentistas perfectas en Nueva Zelanda.

Rutger Hauer encarna al pintor en el Flandes de 1.564, siendo testigo de las atrocidades cometidas por las tropas de Felipe II durante la Guerra de los 80 años, así como de la persecución de la Inquisición española a los reformistas protestantes. Razón por la que su interpretación del martirio cristiano se ajusta a una simbología de su época, reflejando un caos humano al estilo de los cuadros dantescos de El Bosco.