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CRíTICA: «Sin tregua»

Las cámaras de vigilancia como nuevas armas policiales

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Mikel INSAUSTI

El cine se resiste a quedarse atrás, viendo como la televisión e internet desarrollan un nuevo realismo policial que no necesita de expertos en novela negra, por lo que David Ayer ha dado un paso definitivo para incorporar a la gran pantalla el punto de vista de las cámaras de vigilancia que a diario utilizan en su trabajo los agentes uniformados como un arma más. En apariencia «End of Watch» no dista mucho de esos realitys de los canales yanquis en los que es la cámara del coche policial la que facilita las imágenes de persecuciones, detenciones y tiroteos. Pero en manos del celebrado guionista que revolucionó el género con «Día de entrenamiento» se trata de un simple recurso visual, de un medio para colocar al espectador en el lugar del sujeto que experimenta el riesgo constante que supone patrullar las calles en zonas urbanas convulsionadas por la violencia racial.

Dado que este tipo de acción real transcurre en Los Angeles, contemplada desde nuestra lejanía causa todavía mayor impacto, por cuanto la omnipresencia de las cámaras dentro de la actividad policial nos suena a chino. Aquí no se estila, e incluso el actual gobierno pretende prohibir su presencia en las manifestaciones, por miedo a que los abusos policiales queden grabados y puedan ser utilizados como prueba judicial.

Evidentemente a David Ayer no le preocupa la cuestión legal, sino la asimilación de un material documental por parte de un entramado de ficción dotado de un incuestionable poder de convicción. Nunca antes el modelo genérico de la buddy movie ochentera había sido puesto al día con de forma tan creíble, ya que en ningún momento la pareja interracial compuesta por el actor de ascendencia nórdica Jake Gyllenhaal y el mexicano Michael Peña parecen estar interpretando unos papeles, como si verdaderamente fueron compañeros de trabajo y llevaran mucho tiempo juntos. Lo que les pueda llegar a pasar a cualquiera de los dos provoca unas reacciones que no resultan fingidas, con la consiguiente implicación en su drama común.

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