Jacques Audiard entiende en «De óxido y hueso» que el drama romántico no puede existir sin verdadero dolor, por eso interpreta el género de una forma totalmente distinta a la que nos tiene acostumbrados Hollywood. En lugar de plantear los obstáculos de la existencia como un reto para la superación humana, habla simplemente de la necesidad de convivir con el sufrimiento en una pelea física y moral constante.

El autor de «Un profeta» encuentra el punto justo de verdad en sus personajes, por lo que nunca cae en el retrato patético de la contrariada historia de amor entre una joven en silla de ruedas y un portero de discoteca separado, que es carne de combates ilegales para mantener a su hijo. A ello contribuye la autenticidad de las interpretaciones de Marion Cotillard y Mattias Schoenaerts, que son un poco como la Bella y la Bestia, pero en versión con discapacitada, lo que cambia las cosas.

La entregada pareja estelar cuenta con la valiosa ayuda de unos efectos digitales impecables, más meritorios sabiendo que el presupuesto ha rondado los quince millones de euros, rápidamente recuperados en el mercado francófono, lo que ha abierto un interesante debate. Es de admirar el potencial del cine francés para llevar a las salas a un gran número de espectadores sin dejar de ser fiel a su identidad cultural, algo que no se da en el cine español, donde para alcanzar recaudaciones como las de «Lo imposible» hay que hacer productos miméticos de la industria de Hollywood.

No se busca la espectacularidad gratuita en la secuencia clave del parque acuático, cuando la protagonista pierde sus piernas a consecuencia de un accidente con una orca. La misma coreografía se repite de forma intimista en la terraza del hogar, con ella valiéndose ya unicamente de los brazos.