Consecuencias de la política penitenciaria
El preso Jon Bienzobas sangró once horas sin recibir atención médica
Jon Bienzobas, encarcelado en la prisión de Saint-Maur, fue operado de la nariz el 13 de noviembre. Días más tarde, el 24, comenzó a sangrar sobre las 19.00. La hemorragia se agravó por la noche, pero el funcionario responsable no le dio relevancia, pese a las importantes pérdidas. No llamaron a la ambulancia hasta pasadas las cuatro de la madrugada y no llegó al hospital hasta las 6.30, donde le cauterizaron la herida y permaneció 36 horas ingresado.
Imanol INTZIARTE | DONOSTIA
La falta de atención sanitaria en la cárcel francesa de Saint-Maur puso en peligro la vida del preso de Galdakao Jon Bienzobas, quien en la noche del 24 al 25 de noviembre sufrió una importante hemorragia nasal que no fue atendida hasta once horas después de su inicio, cuando había perdido ya tanta sangre que el hospital al que le trasladaron ordenó que permaneciera ingresado durante día y medio.
Etxerat hizo ayer público el testimonio del propio Bienzobas, que en tres folios y medio explica con detalle todo lo acontecido.
El relato arranca unos días antes, concretamente el 12 de noviembre, cuando es trasladado a Châteauroux para ser sometido a una operación en la nariz consistente en una septoplastia -corrección del desvío del tabique nasal- y una cornectomía -los cornetes son los filtros de aire que tenemos en el interior de la nariz-.
La intervención se realiza el día 13 por la mañana. A pesar de que se lleva a cabo con anestesia total, la vigilancia policial a cargo del ERIS (Équipes régionales d'intervention et de sécurité) llega incluso hasta el interior del quirófano.
Permanece hospitalizado hasta el día 15 por la mañana, cuando retorna a Saint-Maur. Seis días más tarde, el 21, un especialista de Châteauroux se desplaza hasta la prisión para retirarle los protectores que tiene en el interior de la nariz.
Comienza la hemorragia
Los problemas comienzan el sábado 24 de noviembre, sobre las siete de la tarde. «Empiezo a sangrar de la nariz y en ese mismo momento lo comunico a la A.P. (Administración Penitenciaria) por medio de los dos carceleros que se encuentran en el piso, diciéndoles que hace 10 días he sido operado», explica Bienzobas.
Le responden que ya han llamado al servicio de urgencias (SAMU) y que mientras tanto se apriete la nariz. El preso reclama la presencia de un responsable, ya que «no es una simple y pequeña hemorragia». Sin embargo, hacen caso omiso de su demanda y, como es la hora de cerrar las puertas, cierran y se van. Una media hora después la hemorragia se para.
Sobre la 1.45 de la noche comienza a manar nuevamente la sangre, pero para al cabo de unos minutos. Es una breve tregua. «Cuando estoy medio dormido siento un sabor de sangre en la boca y me levanto de un golpe. De nuevo estoy sangrando por la nariz. En ese mismo momento, por medio del interfono, les advierto a la A.P. que de nuevo estoy sangrando y que no se para». Son las 2.30 y comienza su calvario.
Un cuarto de hora después entra en la celda un grupo de funcionarios encabezados por el responsable, al que el preso de Galdakao identifica como Bruno Guezat. «Ya en la celda hay grandes rastros de sangre; el lavabo, el WC, en el suelo, encima de la cama y bastante compresas llenas de sangre, y le digo que la hemorragia ya no la puedo parar como anteriormente. No me hace ni puto caso y me dice que haga como he hecho a la tarde, apretarme la nariz durante 20 minutos y que ya van a llamar al SAMU».
«Sin más me cierra la puerta y en ese momento una de las funcionarias que venían con él (bombera voluntaria en la vida civil) le dice que la situación es muy grave y que hay que hacer algo inmediatamente. La respuesta de Bruno Guezat hacia esa funcionaria es: ¡Tú te callas!», añade.
La situación empeora. El resto de presos comienza a protestar golpeando las puertas y a pedir ayuda por el interfono. «Yo casi no puedo hablar ya, pues se me llenaba la boca de sangre. El mayor miedo es el de perder el conocimiento, caerme y darme algún fuerte golpe y la hemorragia agrandarse, con la consecuencia de ahogarme en mi propia sangre», narra Bienzobas.
Vuelven los funcionarios
Una hora más tarde, casi a las cuatro de la madrugada, retornan los funcionarios que estaban con Guezat. «Uno se pone a mirarme desde la mirilla y a hablarme desde detrás de la puerta para tranquilizarme. Yo le digo que me abran de una puta vez la puerta y su respuesta era que ellos no tenían la llave». Al parecer, el protocolo ordena que solo la tenga el responsable del servicio nocturno.
«Los funcionarios cada vez se ponen más nerviosos al ir viendo que mi situación empeoraba y el responsable no aparecía por ningún sitio. Desde nuestras celdas oíamos a estos funcionarios decir las de Cristo contra Bruno Guezet y su impotencia era palpable. Los funcionarios y mis compañeros hablan entre ellos a través de las puertas y estos últimos les dicen que, si Bruno Guezet no quiere venir a abrir mi puerta, se salten la cadena de mando o de jerarquía y tomen contacto con otro jefe».
Es lo que hacen. Avisan a un «jefe de permanencia», que sobre las 4.15 abre la celda acompañado por Guezat. Le trasladan a la enfermería, donde le tapan con mantas. «Tenía mucho frío y empezaba a perder la sensibilidad de los pies. Otros funcionarios se relevan para contener la hemorragia de la nariz, otro me quitaba el sudor y me daba de beber agua con una jeringuilla, todo esto organizado por la funcionaria (bombera voluntaria). Esta última también me miraba la tensión, el pulso y la capacidad de oxígeno con una de las máquinas de la enfermería», rememora.
La ambulancia tardó otras dos horas en llegar. Sobre las 5.30 «fue el momento más duro, ya que tanto mi nariz como mi boca estaban llenos de coágulos de sangre y ya casi ni por la boca podía respirar. La funcionaria me intentó quitar los coágulos de la boca con un aspirador medical pero era demasiado pequeño para ello; yo por mi parte intentaba escupirlos pero era imposible, ya que se quedaban pegados a mi garganta. Hacia esta hora casi perdí el conocimiento un par de veces, pero la funcionaria me lo impidió de una forma u otra».
La ambulancia
Cuando llega el vehículo reaparece Guezet «con las esposas y la cadena para atarme los pies. Los carceleros que me llevaban, al ver eso, se quedaron atónitos». Sobre las 6.30 ingresa en Châteauroux. En el hospital, un otorrinolaringólogo le anestesia la nariz «para después meterme unas mechas que me supongo sería para cicatrizarme la herida. Una vez hecho esto, por medio de una cámara y un aspirador empezó a sacarme los coágulos. Esto fue impresionante, eran coágulos del tamaño de un dedo pequeño». La hemorragia se debió a la rotura de «una postilla de la cicatrización».
Se quedó en observación 36 horas, atado de pies y con tres policías en la puerta. «En dicha habitación no hay más que una cama, un WC y una ducha. No hay ni un pequeño armario donde dejar tus pertenencias, ni una mesilla donde dejar la comida, todo había que dejarlo por el suelo, incluso no había ni la barra donde se engancha el suero; éste estaba sostenido por un minúsculo enganche pegado a la pared como los que se utililan para colgar los trapos de cocina», concluye.
La asociación de profesionales de la salud Jaiki Hadi emitió ayer un comunicado en el que considera «inexplicable el tiempo transcurrido, once horas y media, para asistir a una persona con una hemorragia tan importante. Es evidente, por los síntomas manifestados, que se llegó a una situación de hipotensión importante, con grave riesgo de pérdida de conocimiento y, por tanto, de ahogo por hemorragia».
A su juicio, tras conocer el testimonio de Bienzobas, resulta patente que «el funcionario de noche responsable del módulo actuó con evidente negligencia al hacer caso omiso a las llamadas del preso. Tanto más cuanto que hacía poco que le habían sometido a una intervención quirúrgica importante; ese factor era más que suficiente para que el paciente fuera atendido con la máxima urgencia. Por tanto, nos encontramos ante un caso de negligencia grave».
Jaiki Hadi muestra su extrañeza e incredulidad ante la ausencia en esta prisión de «un protocolo de asistencia urgente para casos como éstos en horas nocturnas», y remarca que si se produce en ese periodo un infarto, un ictus o cualquier otro accidente vascular o de otro tipo, el prisionero «se encuentra ante un riesgo real de fallecimiento por desasistencia».
Esta asociación recuerda que ha denunciado en más de una ocasión este tipo de situaciones y que seguirán produciéndose casos similares o peores «mientras prevalezca la prioridad de las medidas de seguridad -medidas relacionadas con la apertura de las celdas en horas nocturnas, en este caso- sobre el derecho a la asistencia sanitaria inmediata». Citan como ejemplo los casos de Roberto Sainz o Mikel Zalakain, fallecidos «por la omisión de asistencia en horas nocturnas». El primero, natural de Portugalete, murió en 2006 a causa de un infarto en la prisión de Aranjuez, mientras que el segundo, vecino de Villabona, perdió la vida por la misma causa en 1990, cuando se hallaba en la cárcel de Martutene. I.I.