Referéndum constitucional en Egipto
Las marchas opuestas abren paso a las urnas
La mitad de Egipto abre hoy las urnas para la primera jornada del referéndum constitucional. Tres marchas con menor asistencia que en otras ocasiones en El Cairo y enfrentamientos en Alejandría precedieron a la decisiva votación.
Alberto PRADILLA
Después de tres semanas girando sobre sí misma, la crisis política egipcia entra en su fase decisiva. O, al menos, en una diferente, ya que en este país nunca se pueden dar los hechos por sentados. Tras un proceso marcado por la creciente fractura entre islamistas y una heterogénea oposición, hoy comienza la primera fase de las votaciones del referéndum constitucional, que se alargará hasta dentro de una semana. Los argumentos cruzados entre ambos sectores llevan días estancados así que, después de que el Frente Nacional de Salvación, la principal fuerza opositora, asumiese la consulta, la confrontación pasa ahora al terreno electoral. Esto no evita que cualquier chispa genere un nuevo cara a cara entre los simpatizantes del islamista Mohamed Morsi y sus detractores, un bloque unido exclusivamente por su anivadversión hacia los Hermanos Musulmanes y en el que convergen desde liberales hasta progresistas, pasando por miembros del antiguo régimen. Ayer ocurrió en Alejandría, donde se desató una batalla campal que dejó al menos una decena de heridos. En El Cairo, por el contrario, las marchas se desinflaron a 24 horas del inicio de la primera jornada de referéndum. Los islamistas (tanto Hermanos Musulmanes como salafistas) volvieron a concentrarse frente a la mezquita de Rabaa Al-Adawiyyah, en Nasr City mientras que los opositores se diversificaron entre el palacio presidencial y una apática plaza Tahrir. Puede que sea producto del agotamiento después de tres semanas de tensión, pero ninguna de las protestas llegó a las cifras de asistentes que se alcanzaron en jornadas anteriores.
Los tres escenarios movilizadores funcionaban ayer a medio gas. Mientras los Hermanos Musulmanes repartían copias de la Constitución y evidenciaban que no siempre que salen a la calle colapsan las avenidas, la oposición pisaba el acelerador en su campaña por el «no». Tras deshojar la margarita y descartar el boicot directo, ayer eran visibles los grupos de personas que repartían octavillas con el argumentario básico contra la Carta Magna. Consideran que, mientras la Hermandad constituye un bloque en decadencia y que ya ha exprimido su maquinaria interna, ellos tienen mucho por ganar. Se centran en los miembros del denominado «Partido del sofá», esos que no salieron durante la revolución. Es un sector amplio y jugoso. Como explica Mohamed Regeb, licenciado en Ciencias Políticias y miembro de los Hermanos Musulmanes, «más del 40% de los egipcios no se interesan por la política». Regeb recuerda que Egipto no es ajeno a un fenómeno que se repite en otros lugares como EEUU o Europa y que, tras décadas de sometimiento al régimen de Mubarak, muchos han aprendido a vivir al margen de las cuestiones públicas. Desde la oposición, sin embargo, se considera a este sector como el verdadero objetivo a convencer. El hecho de que nuevos manifestantes que no salieron el 25 de enero de 2011 se hayan sumado a las marchas contra la Hermandad se valora como un elemento que puede decantar la balanza.
Las razones del partido del sofá
«Si decido ir a las urnas votaré no, pero igual me voy a pasar el día con mis amigas». Wafaa, de 23 años y residente en Alejandría, representa ese sector que considera que nada va a cambiar con el proceso constitucional y que no le presta excesiva atención al debate político. Hassan, vecino de El Cairo y trabajador en una empresa de relaciones públicas, sigue en la misma línea. «No sé si votar o no. Quiero vivir y disfrutar», asegura, tras reconocer que su verdadera aspiración es hacer las maletas y abandonar Egipto. Como él, muchos jóvenes sueñan con un futuro en EEUU u otros países árabes. Paradójicamente, hay quien afirma que teme una involución religiosa pero prepara su migración hacia Arabia Saudí. Contradicciones al margen, dentro de este grupo no abundan los fieles de los Hermanos Musulmanes. Así que ayer, los activistas opositores salieron a repartir argumentarios, tratando de restar adeptos a la pasividad.
«Tenemos que oponernos a la Constitución porque no garantiza los derechos de los trabajadores». Mohamed, militante del Partido Comunista egipcio, repartía panfletos de última hora pidiendo el «no» en las inmediaciones de Talaat Harb, una céntrica calle comercial cercana a Tahrir. En medio del falso debate entre islamistas y seculares, los aspectos sociales han quedado apartados de la discusión constitucional. Esto ya lo habían advertido algunas de las voces más progresistas, como el periodista Hani Shukrallah, director da la versión «online» del diario «Ahram», que señala que «el artículo 53 constituye un ataque al sindicalismo». Dicho punto indica que solo podrá funcionar una única central por cada ámbito profesional, lo que, en la práctica, dejará fuera de la ley a las decenas de agrupaciones surgidas durante la efervescencia de los últimos años. Entre los puntos negros que mencionan los detractores en sus panfletos está el hecho de que la Constitución no prohiba explícitamente el trabajo infantil, la posibilidad de ser arrestado durante doce horas sin cargos o la pervivencia de los juicios militares contra civiles. También hay quien espera poder dar un voto de castigo porque, como asegura Mohamed, dueño de un pequeño puesto en el barrio popular de Imbaba, «los precios siguen subiendo mientras que nuestros bolsillos siguen vacíos».
Hoy comenzará a desvelarse el desenlace de la pugna constitucional. Finalmente, contra la opinión de los opositores, el referéndum se ha dividido en dos jornadas debido al boicot de los jueces. Además, apenas habrá observadores, lo que abre la puerta a una nueva crisis en caso de que los resultados sean ajustados. Como en otras citas, ya se esgrimen las acusaciones de compra de votos o sobre la utilización de la caridad por parte de los islamistas. «Hay mucha gente en áreas rurales que viven gracias a ellos. Eso les hace muy fieles», explica Islam, joven de Alejandría. Los detractores de Morsi ya han avisado que no rconocerán los resultados si advierten que las votaciones no han sido limpias. Además, las movilizaciones y acampadas siguen su curso, recordando que todavía quedan muchas tareas pendientes de un proceso con solo dos años de vida.
«El Islam no es algo que se quede en las mezquitas. Afecta a cómo desarrollas tu trabajo, a la forma de practicar sexo o a la manera de gestionar las instituciones». Así explicaba Islam, joven de Alejandría de 29 años, su visión sobre el papel de la religión en el futuro Egipto. Él se define como «salafista al 50%» y pese a que luce la característica barba, asegura que algunos de los posicionamientos del sector más rigorista de la religión musulmana «no están adecuados a los tiempos». Junto a él, Morad, también asiduo a la mezquita aunque opositor, rebate que lo que rechaza es que «los Hermanos Musulmanes definan qué es correcto y qué no». Al margen de la minoría copta, que supone aproximadamente un 10% de la población, y que rechaza por completo una Constitución con referencias a la Sharia, el debate se centra mayoritariamente en su aplicación. Según el texto, aprobado por una mayoría islamista tras el boicot de liberales y cristianos, los clérigos podrán interpretar las diferentes normativas, que no deberán chocar con las leyes religiosas, aunque la decisión final quedará en manos del Tribunal Constitucional. Algo que, para algunos, abre la puerta a una «teocracia». Los partidarios de Mohamed Morsi, crecidos ante las victorias electorales, se presentan ahora como campeones de la democracia y argumentan que es la mayoría la que desea un Estado islámico. En realidad, ese punto no se ha tocado, por lo que sigue exactamente igual que como se redactó en 1971. El problema es que los opositores desconfían del uso que vayan a hacer de él los Hermanos Musulmanes. Además del encaje de la religión en el Estado, el debate también se encalla cuando se centra en cómo adecuar las demandas de las minorías cuando su visión es incompatible con la de los vencedores. Alberto PRADILLA