Wadah Khanfar | El País, 2012/12/13. Traducción: María Luisa Rodríguez Tapia
La crisis de Egipto
(...) En teoría, el problema fue la declaración constitucional de Morsi. Los Hermanos Musulmanes ¯los Ikhwan¯ consideraban que esa declaración era necesaria para prevenir un fallo del tribunal constitucional que, en la práctica, habría quitado sus poderes al presidente y paralizado la transición política. (...)
El presidente tiene todos los motivos para sentirse escéptico sobre las intenciones del tribunal. Todos sus jueces fueron nombrados en tiempos de Mubarak, y algunos no han ocultado jamás su hostilidad respecto a los Hermanos. No obstante, la declaración presidencial fue un grave error. Al proclamar que sus decisiones no pueden recurrise legalmente -aunque sea durante un periodo limitado-, Morsi irritó a muchos jueces. Y, peor aún, su acción provocó la formación de una peculiar alianza entre liberales, nacionalistas y ciertos grupos revolucionarios juveniles, por un lado, y lo que en Egipto denominan felool, o «restos», por otro. Los «restos» son personas relacionadas con el régimen de Mubarak, incluidos personajes destacados del ejército, las fuerzas de seguridad y la justicia, líderes rurales y provinciales del deshecho Partido Democrático Nacional y empresarios que amasaron inmensas fortunas en la época de Mubarak. (...)
Ahora bien, la oposición también se ha equivocado. Sin darse cuenta, los elementos liberales, nacionalistas y juveniles de la oposición política han permitido que les dominara su propia fobia a los Ikhwan y se han dejado llevar más por su odio a las fuerzas islamistas que por su innegable amor a la democracia. Deseosos de derrocar a los Hermanos -un objetivo que el líder progresista del Frente de Salvación Nacional, Osama Ghazali Harb, reconoció el pasado domingo-, parecen dispuestos a cometer la mayor de las blasfemias: aliarse con las fuerzas del antiguo régimen. Incluso ignoran la violencia de las tristemente famosas baltagiya, las bandas criminales.
Estos matones actuaron contra los revolucionarios de la Plaza de Tahrir, y se acusó a los dirigentes del partido de Mubarak y empresarios relacionados de haberlos contratado.
(...) La oposición debe hacerse a la idea de que los islamistas son una parte orgánica de la vida política egipcia. Los intentos de excluirlos no llevarían a liberales ni nacionalistas al poder sino que sumirían el país en la violencia y el extremismo.
En cuanto a los Hermanos Musulmanes, tienen que acostumbrarse al diálogo político (...). Deben dar garantías de que no van a hacerse con toda la autoridad. La mayoría numérica en una democracia recién nacida no es un mandato para ejercer el autoritarismo.