Confieso que me intriga el coro de alabanzas con que, a diestra y siniestra, adulan al tecnócrata y primer ministro italiano, Mario Monti.

No me extraña que Merkel le pida que se presente a las elecciones. Al fin y al cabo, fue la canciller alemana la que puso en el cargo a este conservador sobrio pero implacable por encima de la voluntad de los italianos. Se me dirá que es preferible tener de jefe de Gobierno a Il profesore que al extravagante Silvio Berlusconi. Pero mucho me temo que esa no va a ser precisamente la disyuntiva.

Tras meses amagando con que se presenta o no a las elecciones, Il Cavaliere ha movido ficha. Primero hizo caerse del caballo a Monti retirándole el apoyo de su partido. Ya en el suelo, le ofrece su maquinaria electoral y mediática a cambio de que lidere una coalición de derecha en las elecciones.

Pronto se conocerá la decisión de Monti -hay quien lo ve como presidente de la República italiana o liderando la Comisión Europea-. Pero lo que está claro es que Berlusconi busca, ante todo, salvar el pellejo y garantizarse inmunidad ante la batería de juicios que le esperan.

No es casualidad que ambos coincidieran en el encuentro del Partido Popular Europeo paralelo a la cumbre de la UE en Bruselas.

Pero el entusiasmo por Monti va más allá y congrega a socialdemócratas como el primer ministro francés, François Hollande. Hasta Pier Luigi Bersani, el nominado candidato del PD (extinto PCI) y rival en febrero de Berlusconi o de Monti, ha apoyado sin rechistar los draconianos recortes de este último. Pobres italianos, dirá alguno. Y pobres franceses, me permito añadir. Y augurar.