CRíTICA: «El bosc»
La guerra de los mundos en el 36
Mikel INSAUSTI
Desde que el mexicano Guillermo del Toro dio un giro fantástico al recurrente tema histórico de la Guerra del 36 con «El espinazo del diablo» y «El laberinto del fauno», el cine español se ha visto obligado a tomar nota y seguir la vía abierta por un autor foráneo. El ejemplo más reciente lo representa la película todavía no estrenada de Juan Carlos Medina «Insensibles», que aplica la misma fórmula que conecta lo real con lo imaginario a través del horror y el sinsentido bélicos. Óscar Aibar, que siempre intenta ser original en cuanto artífice de la película de culto «Platillos volantes», ha probado a distorsionar la realidad para acercarla así a una dimensión desconocida, provocando una serie de alteraciones bastante tendenciosas e insensatas.
El cine catalán puede presumir del mejor cine costumbrista sobre la victoria fascista frente al bando republicano gracias a Agustí Villaronga y «Pa negre», pero Óscar Aibar da un paso atrás al manipular ese costumbrismo en un afán mal entendido por escapar de los estereotipos. Un anarquista es el malo de la función, mientras que aquel que es tildado de fascista y de cacique local se gana su propio cielo. El malvado en cuestión actúa guiado por motivos personales, con lo que traiciona su ideología revolucionaria. Para dar vida a ser tan contradictorio Pere Ponce cae en la caricatura, lo que resulta más grave en una película en la que predomina la acción real, y la parte de ciencia-ficción funciona como una alegoría o fábula rural vista desde la óptica urbana y cinéfila de los contactos con extraterrestres en la tercera fase.
Aibar se centra en la narración de cuanto sucede en la lado conocido de la existencia a consecuencia de las limitaciones presupuestarias, para relegar a la tradición oral algo que es puramente inventado, y de ahí el principal desequilibrio de «El bosc». Por mucho que Alex Brendemühl describa en sus relatos a los alienígenas como a «besugos», se trata de salidas humorísticas fuera de lugar, teniendo en cuenta que el verdadero monstruo es situado entre los rojos.