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Entrañables recuerdos del pelo largo

Alvaro HILARIO D

Cuando era un crío, allá por los años 70 y 80, el cine era entretenimiento, diversión y, como señaló ayer Txus Retuerto, una necesidad. El cine era parte de nuestra vida; los cine-fórum, el lugar donde accedíamos a lo novedoso, al conocimiento y, por qué no, al mundo adulto.

Mi infancia y mi adolescencia están unidas a cines de barrio como el Canciller, el Banderas y el Deusto, a cines de colegio y, cómo no, al cineclub FAS, además del cine del Museo y, más adelante, al cineclub de la Universidad de Deusto, aquel que los jesuitas cerraron (y hubieron de reabrir) por proyectar «El último tango», en plena década de los 80.

Recuerdo la sala San Vicente, los duros asientos, las corrientes de aire, la gente que, cuaderno de apuntes en mano, polemizaba sobre lo visto. Recuerdo como me impresionó «La balada de Narayama», de Shohei Imamura. También recuerdo la última vez que estuve en el FAS, viendo el largometraje que había hecho quien fuese compañero de pupitre, Toni Abad. El mismo con el que juntaba monedas para no faltar a nuestra cita semanal.

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