Xabier Silveira | Bertsolari
Fin del mundo
Me despediría con un original «Felices fiestas», pero sería un poco macabro llamar fiesta al entierro de todos nosotros, ¿no?
Recuerdo aquella casa como si fuera ayer cuando entré por primera vez. Entre una sucursal del Opus Dei y una ikastola de las de la jet set, allá estaba ella, azul y blanca en honor al equipo de fútbol de la ciudad, caótica por lo mismo, supongo, una reliquia de las de derribar. Eso es al menos lo que habría pensado el cuasi dios Pedro Miguel Etxenike cuando se la propusieron para que montara allá su chiringuito, su Physics Center. Alguien decidió prioritario un hotel gratuito para científicos que viven de dar charlas al lado de viviendas para gente sin casa.
Inminente el desalojo me fui, pero la vida me llevó a una bertso bazkari a 500 metros de ella el día D. No era la primera vez que presenciaba un desalojo, aunque sí que era la primera vez que veía desalojar a gente de su casa. Cinco minutos para recoger las cosas y zipayos y munipas encapuchados entraron a saco rompiendo y poniendo todo patas arriba. Niños pequeños y no tan pequeños se quedaron sin casa en un visto y no visto.
Que yo sepa solo realojaron a la familia gitana que habitaba el piso superior al nuestro. Los únicos que no querían casa. Más de una vez les escuché comentar que vivían mejor en la «fragoneta». Y tampoco me extrañó mucho, la verdad. Una asistenta social puede ayudar a integrarse en la sociedad a quien crea que su vida es peor que la de la sociedad en general, pero no era el caso. Ni la casa.
Cuando entré por primera vez, la estación meteorológica marcaba una humedad relativa del 99, 99 por cien. Y porque no tenía la pantalla más dígitos, si no ni el Etxenike nos lo podría hacer entender. La verdad es que allí no se podía vivir, es más, aquella casa era más propicia para morir que para vivir. Pero verla desaparecer bajo las excavadoras fue un golpe tal que jamas lo olvidaré.
No penséis que os cuento esto porque sé que no lo vais a leer, tampoco soy tan holgazán. ¿O quizá sí? Sea como fuere, ya no importa.
Es extraña, muy extraña la sensación de escribir para el público a sabiendas de que todo potencial lector de lo escrito estará, si no muerto, luchando contra una enorme ola o lengua de fuego cuando esto se publique. Qué putada. Ahora que todos los que nos cruzamos en la acera somos pobres, ahora que nadie tenía nada que envidiar a nadie, justo ahora va y se acaba el mundo. ¡Qué oportunos los mayas! Qué más les daría que siguiera un poco más, aunque solo sea para ver caer a quien aún sigue en pie. ¡Cuán maniática se vuelve la gente con la edad!
Aunque cabe la remota posibilidad de que nada acabe hoy, o sea, ayer. Bueno, cuando sea aquí el día que tiene que ser cuando sea 21 de diciembre de 2012 donde vivían los mayas. Puede que fueran buenos en todo menos en matemáticas y la pifiaran, y en lugar de joderse todo hoy suceda, tal y como asegura la NASA, en 2087. Aunque si hoy no pasa nada, la credibilidad del fin del mundo será tal que acabará siendo tomada por el pito de un borracho.
Me despediría con un original Felices fiestas, pero sería un poco macabro llamar fiesta al entierro de todos nosotros, ¿no?