crisis política en el egipto postMUbarak | Análisis
Para ganar no basta con Tahrir
La segunda jornada de referéndum constitucional en Egipto certificará la victoria islamista, que ha capitalizado la revolución que acabó con Hosni Mubarak. En la falsa dicotomía entre mezquitas y seculares, la izquierda revolucionaria ha perdido espacio. El previsible acelerón neoliberal de Mohamed Morsi puede reubicar el debate y remover nuevamente unas alianzas cambiantes. La izquierda puede aprovecharlo.Voces como la de Tarek Shalaby advierten de la posibilidad de que Hermanos Musulmanes y antiguos partidarios de Mubarak terminen unidos por su agenda neoliberal.
Alberto PRADILLA Periodista
La segunda jornada del referéndum constitucional certificará el aval de la población egipcia al texto elaborado por la mayoría islamista y abrirá una nueva fase en el proceso postMubarak. La polarización social en torno a ese falso debate de «religiosos» contra «seculares» sigue marcando la agenda, al menos en público, y abriendo la grieta entre Hermanos Musulmanes y salafistas y sus rivales del Frente Nacional de Salvación, heterogénea amalgama de progresistas, liberales y miembros del antiguo régimen.
A corto plazo, con las previsibles elecciones parlamentarias como próximo paso, la pugna para liderar la transición egipcia seguirá en el terreno de las urnas, que es el que más interesa a los islamistas. A futuro, sin embargo, se abre un período incierto y con importantes retos para la izquierda. En primer lugar, debería de plantearse porqué se ha quedado en fuera de juego y cómo hacer frente a las dificultades causadas por una polarización en la que se ha visto envuelta sin escogerlo. Además, tendrá que analizar las razones que explican sus problemas a la hora de llegar a su base social, más cercana al Corán que al Capital. El cambio de paradigma, con la Constitución aprobada y un previsible acelerón neoliberal de los Hermanos Musulmanes, pueden reubicar la discusión pública. Una oportunidad para un sector que sigue enarbolando el lema de «pan, libertad y justicia social» que explotó desde el 25 de enero de 2011.
Antes, toca poner fin al proceso constitucional. Las fuerzas opositoras cantaron fraude casi nada más empezar la votación. Era de esperar y, probablemente, las alertas se repitan hoy durante la segunda ronda. El Gobierno egipcio fue muy inteli- gente y ubicó en la primera jornada a las ciudades que podrían plantarle cara (El Cairo, Alejandría o Mahalla). Con los feudos opositores ya contabilizados, ahora solo queda esperar y ver cómo engordan las urnas verdes en terrenos rurales donde el poder de los Hermanos Musulmanes es casi hegemónico. ¿Hubo irregularidades? Probablemente. Aunque se da la paradoja de que el boicot de los jueces, aliados con los detractores de Morsi, ha podido favorecer los desfalcos.
Con la victoria en el bolsillo de Mohamed Morsi, la oposición tiene que aclarar si reconocerá lo que salga de las urnas o seguirá con su escalada. Las apelaciones a la «estabilidad» y la sensación de que personajes como Mohamed El Baradei solo defienden sus propios intereses han hecho mella en los sectores sociales a quienes necesita seducir. Mientras que los Hermanos Musulmanes presentan un discurso ganador («votar `sí' es garantizar el avance del país»), el Frente de Salvación se define por lo que rechaza. En privado, algunos tampoco dudan de que ciertos líderes opositores aprovechan las marchas de los jóvenes revolucionarios para surfear por encima y presentarse como una alternativa que, en el fondo, no pasa de un «quítate tú para ponerme yo».
La creciente confrontación ha provocado que, por primera vez, se haga mención al enfrentamiento civil. Una apreciación que ahora no parece probable, al margen de escaramuzas a pedradas, pero que sí evidencia la división cada vez más irreconciliable. Convendría hacer una lectura crítica sobre qué ocurrió el miércoles 5 de diciembre, germen de los posteriores enfrentamientos. Fueron los Hermanos Musulmanes, actuando como fuerza de choque de Morsi, quienes prendieron la mecha. También hay que reconocer que eran muchos más y que, pese a ello, pusieron la mayoría de las siete víctimas mortales. ¿Quién sale ganando con esto? Probablemente los militares que, mientras con una mano se presentan como garantes de la seguridad, con la otra mantienen un pacto de no agresión con Morsi, que les ha colocado en un puesto privilegiado.
No se puede olvidar que entre algunos de los asistentes a las protestas se ha extendido la teoría de que estarían dispuestos a dar marcha atrás y acatar a la Junta Militar con tal de no someterse a la cofradía. Los jóvenes revolucionarios, que sufrieron la represión de Mubarak y de la Junta Militar, miran con recelo a estos nuevos compañeros de cama. Sin embargo, en este contexto, su voz queda silenciada ante unos focos que dibujan la realidad en blanco-opositor y negro-islámico.
En el status quo y la pervivencia del régimen está una de las claves. Como decía Tarek Shalaby, una de las voces más lúcidas de los jóvenes revolucionarios, «terminaremos viendo a los `feloul' (antiguos miembros de la dictadura) aliados con los Hermanos Musulmanes. Tienen la misma agenda económica».
Con las alertas sobre la posible implantación de una teocracia, apenas hubo tiempo para analizar los puntos más antisociales de una Constitución que mantiene las mismas estructuras económicas. El discurso de cualquier seguidor de Morsi, centrado en la «estabilidad» y las «inversiones», evidencia que no está en sus planes abordar una redistribución de la riqueza. Como prueba, el crédito solicitado al FMI y que se paralizó a pocos días de la primera jornada de referéndum porque la subida de impuestos a la que obligaba la institución internacio- nal podría haber incrementado el descrédito del presidente. Una vez que el texto esté aprobado, habrá que ver cuánto tarda el mandatario egipcio en dar vía libre al plan y seguir con una agenda económica que, en esto sí, no se diferencia en absoluto de la que lideraron sus antecesores.
Es en este ámbito donde la izquierda tiene mucho por ganar. No se puede olvidar que la derecha, más si mira a las alturas, siempre ha recurrido a la caridad mientras que la izquierda defiende la justicia social. Tampoco que Egipto no es Tahrir ni los alrededores del palacio presidencial. El tejido industrial de Mahalla, histórico por sus huelgas, o las empobrecidas áreas rurales son los espacios que, poco a poco, comienzan a ganar las fuerzas progresistas. Salir de los enfrentamientos sectarios para ubicar la pelea como punto y seguido del 25 de enero es la apuesta necesaria volver a reubicar la discusión de la calle. El papel clave de Egipto en la región (especialmente en Palestina) provocará que las fuerzas reaccionarias no lo pongan fácil.