Como había anunciado, el primer ministro de Italia, Mario Monti, presentó ayer su dimisión como jefe del Gobierno al presidente de la República italiana, Giorgio Napolitano, tras trece meses al frente de un Ejecutivo tecnócrata.

Según informó la Presidencia, Monti formalizó ayer su renuncia, que ya anunció el pasado 8 de diciembre a Napolitano después de que el Pueblo de la Libertad (PDL), el partido de su predecesor, Silvio Berlusconi, le retiró el apoyo parlamentario, dando por concluida la experiencia iniciada en noviembre de 2011. «Hace un año, este Gobierno nació, hoy concluye y no por culpa de la profecía maya», dijo Monti, al anunciar «su último discurso antes de mi renuncia». Según Monti, esa tarea de Gobierno, desempeñada durante unos meses «difíciles, pero fascinantes», ha hecho que Italia sea «más fiable, además de más competitiva y atractiva para los inversores extranjeros» y también ha permitido que la «situación de Europa y del euro haya mejorado notablemente».

Elogios fuera, críticas en Italia

El «profesor» deja detrás un balance adulado por sus homólogos europeos y por el mundo de los negocios, pero no tan exitoso a ojos de sus conciudadanos que sufren al recesión y la austeridad impuesta.

Los líderes europeos votarían unánimemente a Mario Monti si pudieran y no ocultan su deseo de verle de nuevo al frente del país. El anuncio de su dimisión tras la aprobación presupuestaria despertó súbitamente en ellos el fantasma de una Italia políticamente incontrolable.

El principal éxito del excomisario europeo ha sido haber conseguido impedir que Italia se hundiera en el precipicio de la deuda y suscitar una tímida vuelta de la confianza de los mercados. Los medios financieros y empresariales en Italia aplauden y piden al próximo gobierno que no pierdan el hilo de las reformas. «Espero que Monti siga en el poder para siempre. Se comprometió a acabar con este gasto y no será fácil a corto plazo», afirmaba, con tono de provocación, el dueño de Fiat, Sergio Marchionne.

Pero la deuda continúa aumentando. Por primera vez en la historia del país ha superado la barrera simbólica de los 2.000 millones de euros.

Para conseguir sus objetivos el Gobierno impuso una severa cura de austeridad que ha hundido el país en una profunda recesión (-2,4% esperado este año) y de la que no se espera que se recupere antes de 2014. Y el paro bate marcas, sobre todo entre los jóvenes (36,5%).