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Louis Aragon, el sueño del porvenir

De los sueños como materia prima para la escritura a los sueños esperanzados en un futuro mejor para la humanidad, este fue el trayecto vital de quien muriese el día 24 de diciembre de 1982, hace ahora treinta años.


Iñaki URDANIBIA

Decir vital, en el caso de Louis Aragon, es decir escritura pues, como él mismo señalase, no recordaba nada sobre lo que no hubiese escrito y lo hacía para pasar el tiempo, muchas veces en medio de la tormenta. Toda su existencia fue un grito profundo y entregado a sus compromisos sucesivos, nunca fue un hombre de medias tintas, sino que fue una persona que se entregaba en cuerpo y alma a la defensa de sus ideas; eso sí, siempre revisándose y variando lo escrito en las sucesivas visitas a su obra, sin arrepentimientos: «No he sido siempre el hombre que soy. He aprendido durante toda la vida para llegar a ser el hombre que soy, pero no he olvidado, sin embargo, el hombre que he sido. Y si entre esos hombres y yo hay contradicción, creo haber aprendido, progresado, cambiado; y de esos hombres, cuando volviéndome, los miro, no me avergüenzo en absoluto de ellos, son las etapas de lo que soy, llevaban a mí, no puedo decir yo sin ellos».

Aragon tuvo una infancia un tanto particular y digna de la más enrevesada de las novelas: un padre desaparecido que se presenta como su padrino y una madre que se hace pasar por su hermana, junto a una abuela que hace como que ha adoptado a quien luego sería conocido con el nombre de Louis Aragon, en recuerdo de algún escarceo amoroso paterno pues su verdadero nombre era Louis Andrieux. Tras dicho periodo en el que devora todos los libros que caen en sus manos, y que a veces hace que sus familiares tengan que guardar estos bajo llave para evitar la bulímica inclinación del muchacho, realiza los estudios de medicina. Movilizado en la primera Guerra Mundial, coincide con André Breton ejerciendo labores en el campo de la medicina militar, y nace entre ellos una estrecha amistad. En los años siguientes, Aragon servirá de introductor, en el Hexágono, del dadaísmo, tomando contacto con Tristan Tzara, para a continuación, junto al ya nombrado Breton y Soupault, participar en la fundación y dinamización del surrealismo.

Desde entonces el escritor va a moverse sin descanso en los medios de las distintas vanguardias, desde sus tempranos poemas (significativos el repetitivo «Persiennes» o su alfabético «Suicide») que se asemejan a los ready made de Marcel Duchamp, Aragon no va a dejar de escribir, inspirándose en las fuentes clásicas para referirse al presente que le tocó vivir, en un mestizaje formal que usa la prosa, la poesía, y ambas entremezcladas. Del dadaísmo al surrealismo hasta el compromiso con el comunismo. Esta evolución coincidió con el conocimiento de Elsa Triolet (Elsa Bugomolov, cuñada del poeta futurista soviético Vladimir Maiakovski) a finales de los años veinte, de quien ya no se separará hasta la muerte de ella. En esa época va a viajar a la URSS, a congresos de escritores, y se comprometerá como periodista de revistas y periódicos del comunismo francés («Lettres françaises», «Ce Soir», «L'Humanité»). Su bulímica producción literaria se diseminará por todos los géneros, mostrará su compromiso en algunas novelas de corte autobiográfico y de retrato social en la onda del realismo socialista.

A resultas de sus intervenciones habrá de hacer frente, y no era la primera vez, a distintas querellas judiciales, y también a amonestaciones dentro de las filas de su partido, le parti des fusillés, organización con la que se implicará en las redes de la Resistencia contra los ocupantes y sus cómplices vichystas. Más tarde llegarían una cierta nostalgia de los amigos de antaño («A pesar de todo lo que llegó a separarnos/ Oh amigos de entonces solo os veo a vosotros/ Y en mi memoria recorrida por un estremecimiento/ Conserváis siempre la mirada de antaño», se lee en «Le Roman inachevé», auténtico poema autobiográfico) y ciertas desavenencias con la ortodoxia estalinista, al ensalzar la lucha de los jóvenes en mayo del 68, al mostrar su desacuerdo con la invasión de Checoslovaquia por los tanques -dichos- soviéticos, o por sus nítidos posicionamientos a favor de la libertad de algunos disidentes perseguidos en los países del Este, y hasta por su apoyo directo a alguno de ellos.

Tres van a ser los centros de atención de sus poemas y sus escritos: Elsa Triolet («Les Yeux d'Elsa», «Le Fou d'Elsa»), Francia -y especialmente su capital, la Ville lumière- y la lucha por alcanzar una sociedad más libre y justa. Esos van a ser los tres amores que van a marcar su obra, y su vida, pasando a convertirse en la materia prima de su variada y abundante escritura.

El tono airado, a veces hasta el grito, no se inclina, no obstante, hacia lo panfletario -salvo raras excepciones en que emplea la pluma como arma de combate- sino que se mantiene dentro de los límites que lindan con el clasicismo, y empapado por este alcanzará a ser considerado como perteneciente a tal categoría. Una escritura que pretendía convertirse en «el periodismo de la humanidad del porvenir». Una obra de entrega, empeñada en desvelar enigmas y traducir la pluralidad de la persona, una obra en «movimiento perpetuo» e imbuída de una innegable, y contagiosa, pedagogía del entusiasmo. «Tú eras el asesino y la víctima, el hombre y la mujer, el amante y el marido engañado, el viejo y el joven, el santo y el crápula».

Y así no resulta asombroso que, con tal gama de intereses, el sueño en verso se convirtiese en canto. Destacadas voces del panorama hexagonal hicieron suyos los versos de Louis Aragon y los entregaron al gran público. Léo Ferré -de quien el propio poeta decía que «me entrega para ser soñado, como Eluard decía de los pintores que entregan para que se vea»-, Jean Ferrat, Georges Brassens, Yves Montand, Marc Ogeret, Catherine Sauvage, entre otros, han puesto voz a entregados cantos de amor y de combate desde «Elsa» hasta «L' Affiche rouge», cantos de alegría y de dolor, de esperanza y desesperanzados, que cesaron de ser creados el 24 de diciembre de 1982, en su domicilio parisino... destellos que todavía reflejan «como una estrella en el fondo de un agujero».

 

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