Acaso sea por el alcance y la duración de la crisis global que azota especialmente a Occidente y a sus aliados, pero 2012 ha quedado marcado por una suerte de nostalgia por otros tiempos, en los que los papeles de rico-pobre y de amo-subordinado estaban meridianamente claros.

Todos los procesos electorales recientes en Europa -desde los estados español y francés hasta Grecia (en este último caso por los pelos)- han estado marcados por el triunfo de opciones políticas que estuvieron en el poder antes del estallido de la Gran Burbuja. Es el efecto del miedo, que más que parálisis, provoca una reacción inconsciente que busca rebobinar. Añoranza de tiempos pretéritos y doblemente pasados por el tamiz de la desmemoria. Luego llega, puntual, el desengaño.

Como llegará a un México y a un Japón que han optado por los partidos eternos (el PRI y el PLD respectivamente) tras años de interregno.

Aunque en el caso nipón todo apunta a que la nostalgia va más allá y busca resituarse en un escenario, el del este de Asia, que se revela tan decisivo de cara al futuro como heredero de antiguas pugnas. La emergencia de China, el viaje a la deriva de la UE y los errores estratégicos de EEUU en el mundo árabe forzarán a un reelegido, pero más viejo, Obama a centrarse en el Pacífico.

Y para completar el panorama, los pueblos árabes que han logrado sacudirse el yugo de sus tiranos han optado casi unánimemente por el islamismo político, una suerte de apuesta ideológica por el renacimiento desde los orígenes que debió haberse dado hace un centenar de años en la región pero que fue impedido por la intromisión de las potencias coloniales. Toma nostalgia.