Carlos GIL | Analista cultural
Ad líbitum
No existe renuncia ni deserción, debemos pasar por cada día del calendario por condena religiosa
Aconsejaba el cura Patxi Larrainzar no titular nunca con latinajos. En días tan patéticos como estos donde se acumulan las buenas voluntades alrededor de una compota, la memoria se carameliza. Volver la mirada hacia atrás es un acto nostálgico, pero seguir con la vista fija al frente entra dentro del manual del buen neurótico. No existe renuncia ni deserción, debemos pasar por cada día del calendario por condena religiosa. Sin recomendación ni bula. La soledad se considera una rebeldía. La tristeza se embadurna de turrón o se baña en licores. Es la gran farsa. Es la gran coartada cultural de perfil consumista, de valor insignificante, de cuentas grandilocuentes.
Vamos despidiendo un año cultural que nos deja «tiks» vergonzosos. Ocurrencias de gestores culturales acomplejados que solamente saben copiar, mal y caro, un cúmulo de incumplimientos, destrozos irreversibles, desmoronamientos, sospechas de amiguismo, desvaríos presupuestarios. Uno diría que está todo bastante peor que hace un año. O que dos. Ha sido un desmantelamiento progresivo, una especie de misión cumplida por unos cuadros que han actuado sin objetivos, simplemente buscando afianzar amistades, preparar su futuro inmediato y que han despilfarrado cientos de miles de euros en acciones ridículas e inservibles.
Se abre una nueva etapa, deberemos fijar las posiciones y reclamaremos una interpretación de lo cultural señalando en la partitura de manera muy visible el ad líbitum, pero que desde la libertad asegure la permanencia, la pertenencia, afianzando estructuras, no volándolas para no dejar ni rastro que es, a la postre, lo que han dejado los que se han ido. Y con paga extra.