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Un libro y una ópera siguen la pista del lado oscuro de Walt Disney, el perfecto americano

Con motivo de la versión operística que ha realizado Philip Glass y que se estrenará en enero, la editorial Turner acaba de publicar la versión en castellano de «The perfect american», la novela biográfica que el estadounidense Peter Stephan Jungk escribió en torno a su célebre compatriota Walt Disney y en la que explora los aspectos más comprometidos de su personalidad.

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Mikel CHAMIZO

Soy un líder, un pionero, soy uno de los grandes hombres de nuestro tiempo. Más personas en el mundo conocen mi nombre que el de Jesucristo. Miles de millones han visto al menos una de mis películas. Es algo que nunca ha existido antes de mí: una forma de arte, una idea, un concepto, que consigue hablar y emocionar y maravillar a toda la humanidad. He creado un universo. Mi fama sobrevivirá a los siglos». Este es el rezo que, según el escritor Peter Stephan Jungk, se repetía para sí mismo Walt Disney durante gran parte de su vida, nada más despertarse, en la penumbra previa al amanecer. En «El americano perfecto», recientemente editada en castellano por Turner, el escritor y guionista estadounidense da un repaso a los últimos meses de vida del creador del imperio Disney, un hombre de extracción humilde que encarnó como ningún otro la realización del sueño americano, pero cuya personalidad brillaba con claroscuros de toda índole.

«El personaje de Disney es tremendamente interesante porque es muy diferente a lo que uno pensaría a primera vista», opina Jungk, que comenzó a investigar la vida de Disney en los años ochenta. «Siempre estaba lleno de preocupaciones, era depresivo, sufría de dolores físicos; había pasado una niñez horrenda en Marceline, un pueblo muy pequeño de Missouri. Toda su cinematografía se puede reinterpretar en función de las pasiones que este lugar produjo en él. Era una persona triste, que pocas veces se sentía feliz aunque hubiera creado algo muy importante. Cuando un proyecto estaba terminado ya no le parecía suficiente, siempre quería seguir y avanzar».

La novela comienza con la visita de Walt y Roy Disney a Marceline en 1966, para inaugurar una piscina pública que lleva su apellido. Hasta allí les sigue Wilhelm Dantine, un ilustrador austríaco que trabajó un largo período en el emporio Disney, hasta que fue despedido arbitrariamente. Un personaje ficticio, pero cuya obsesión con el antiguo jefe nos va descubriendo la cara privada y secreta del creador del mundo mágico de Mickey o el Pato Donald. Animales por los que Disney sentía una inusitada ternura, que plasmó en sus películas y que cambió para siempre la actitud con que los niños observan el reino animal. Cuenta Jungk que en el jardín de su casa en Marceline organizó una pequeña feria, en la que disfrazaba con vestidos humanos a gatos, perros y ardillas, cobrando un pequeño precio a los visitantes. En ese mismo jardín, mientras dibujaba bajo su árbol predilecto, le sucedió algo que le traumatizaría de por vida: cayó a sus pies un pequeño búho que el aterrorizado Walt mató al instante, pues su tío le había asegurado que quien veía un búho moría al día siguiente.

El miedo a la muerte es uno de los ejes temáticos de la novela biográfica de Jungk. En ella se observan los planes de Disney para trascender a su desaparición, desde la creación de Disney World a sus tratos con Neil Armstrong para que depositara una pequeña figura de Mickey en la Luna. Y su deseo de ser criogenizado, un asunto que le tuvo obsesionado y que su familia, al contrario de lo que asegura la leyenda urbana, no cumplió, pues el cuerpo de Disney fue incinerado. «El americano perfecto» refleja también su relación con Hazel George, su fisioterapeuta, con la que Disney mantuvo una larga relación extramatrimonial y con la que se comportaba como si fuera un niño mimado. Es esta relación con su confidente la que Jungk aprovecha para exponer algunos de los matices más peliagudos de la personalidad de Disney. «Su conservadurismo era de extrema derecha», asegura el escritor. «En la época de la Guerra de Vietnam defendía que el presidente Johnson debería arrasar con bombas todo el réginen vietnamita. Estaba también en contra de la Black America, de forma que no había ni un negro trabajando en Disney a no ser que fueran señoras de la limpieza o jardineros. También era machista, en su estudio las mujeres solo podían colorear los fotogramas de las películas, nunca hacer los dibujos, que era una labor creativa reservada a los hombres». Un mito que desarma Jungk es el de su antisemitismo. «No es del todo cierto. Trabajaba con muchos empleados judíos, aunque no le resultaban simpáticos».

No todo son sombras en «El americano perfecto». Aunque saca a la luz muchos de los trapos sucios del creador del idílico imperio Disney, no falta también en la novela un reconocimiento a su buenas cualidades. «Yo he intentado verle como una persona bastante equilibrada y humana, un genio en su capacidad para obtener lo mejor de los dibujantes que trabajaban para él. Era carismático, y en el trasfondo de la novela creo que se respira un respeto hacia él por la inmensidad de lo que creó y que no sólo ha influido en los niños, también en los adultos. Los aspectos positivos y negativos de sus películas nos acompañarán para toda la vida».

Aunque «El americano perfecto» se publicó en 2001, el interés por la novela resurgió tras el anuncio de que el compositor Philip Glass preparaba una ópera basada en su historia. Una coproducción entre el Teatro Real y la English National Opera de Londres, que se estrenará el próximo 22 de enero en Madrid, una de las grandes citas de la temporada operística europea. Gerard Mortier, director artístico del Teatro Real, que lleva cinco años impulsando el proyecto, vio las posibilidades teatrales de la novela en una escena en que Disney dialoga con un autómata de Abraham Lincoln que mandó instalar en Disney Land. La estatua pronunciaba un discurso sobre la libertad e igualdad de todos los americanos. En la novela, Disney no está de acuerdo con lo que escucha y ordena a un subordinado que elimine algunos párrafos condenatorios de la esclavitud, a lo que el robot, en una escena digna del «Don Giovanni» de Mozart, sufre un cortocircuito y golpea al dibujante. «Esta escena fue el clic que me hizo decidirme por convertirla en ópera, aunque esta será menos dura que el libro», dice Mortier. «En ópera necesitamos momentos líricos, por eso hemos acentuado la relación de Disney con los niños. Por ejemplo en la gran fiesta de inauguración de la piscina, que es una manera perfecta de comenzar una ópera, o en la escena de Halloween, en la que una niña con un búho llama a la puerta de Disney y este entra en pánico al ver al animal. También hay escenas más reflexivas, como sus confesiones a un chico cuando está internado en el hospital. Hemos buscado que el libreto tenga todo lo necesario para una ópera: momentos líricos, la reflexión sobre la muerte, un buen antagonista en Wilhelm Dantine... solo nos faltaba un gran dueto de amor, pero este era un tema secundario en la novela». En cuanto a la elección de Philip Glass, Mortier opina que «es el perfecto compositor americano, la figura que ha creado la ópera norteamericana. Y en su música minimalista siempre se repiten las mismas notas, como en los dibujos de una película de animación, que al final crean una imagen en movimiento».

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