Tras quince años repartiendo ritmos, creando mundos a base de sonido, iluminación y movimiento, convirtiendo cubos de basura en instrumento de percusión, convocando a los artistas más versátiles para que puedan repetir cientos de veces unas estructuras reiterativas, pero eficaces, de una calidad media suficiente como para que nunca acabe el show, la palabra más repetida en ente recuento de algunos de los números históricos de esta compañía que reparte energía, buen rollo, a base de una disciplina que en ciertos pasajes se convierte en la propia materia de su creación.

Quince años contados por Andreu Buenafuente, una incorporación que le dota de más proximidad televisiva, de mayor proyección popular. Y en esos quince años, en este repaso somero, nos encontramos con una evolución que pasa no solamente por los reiterados ritmos percusivos llevados al paroxismo y el éxtasis, sino por la incorporación de la tecnología hasta apoderarse por momentos de todo el discurso escénico.

Y siempre, cuerpo jóvenes, cuerpos preparados, para bailar, para percutir, para actuar o cantar. Un equipo versátil, muy igualitario en sus prestaciones y calidades. Multirracial, como debe ser para acoplarse a su mensaje de universalidad, con un equipo técnico de primera magnitud para que todo funcione a la perfección. Tan perfecto es que a veces nos hace dudar de si sucede en vivo y en directo o está pre-grabado. En cualquier caso, uno sale con ganas de hacer música con lo primero que encuentra. Una buena descarga de energía positiva.