crónicA | rememorando el proceso de burgos
El 27 de diciembre en el que Euskal Herria le quitó la careta al franquismo
La anécdota es conocida, pero todavía conmueve. Un 28 de diciembre como hoy, pero de 1970, a Miguel Castells le tocó comunicar a Jokin Gorostidi que estaba condenado a muerte. «Es el mejor regalo de navidad que me podías hacer», le respondió el militante de ETA. Tenía razón: Dos días después llegaba el indulto, y el mundo había descubierto la resistencia vasca y la cara real del franquismo.
Ramón SOLA
Quien por cuestión de edad no lo vivió en 1970 pudo comprobar ayer, en la Parte Vieja de Donostia, hasta qué punto dejó huella el proceso de Burgos. Han pasado 42 años y el tema sigue apasionando hasta el punto de reventar la sala en que Goldatu y Euskal Memoria reunieron ayer a cuatro protagonistas de excepción. Y en una fecha señalada: 27 de diciembre, el día en que «se le quitó la careta al franquismo», como resumió el abogado Miguel Castells, forzando una sentencia plagada de condenas a muerte.
Los activistas de ETA fueron quienes se encargaron de hacer ese retrato real del régimen y ponerlo ante los ojos de toda la comunidad internacional. Pero una de ellas, Itziar Aizpurua, matizó que en realidad aquel no fue un proceso «contra unos militantes ni contra ETA siquiera, sino contra Euskal Herria», dado que en los años 60 había despertado en lo político, en lo social y en lo cultural. Aizpurua evocó la creación de la organización como factor clave, pero también las huelgas obreras, el florecimiento cultural, las primeras ikastolas, el batua, las escuelas sociales, Gabriel Aresti, Jorge Oteiza, la unión de la independencia y el socialismo, el «nacionalismo revolucionario frente al nacionalismo burgués» que definió Gorostidi...
Si el franquismo combatía a Euskal Herria, los militantes de ETA sabían que la única opción de contraataque pasaba por movilizar a Euskal Herria. Por eso prepararon con detalle un «juicio de ruptura» en toda regla. Castells reconoció que «a los abogados nos gusta hablar», pero que aquella vez tuvieron que limitarse a seguir el guión de los acusados, que ordenaban las preguntas, las respuestas y hasta los tiempos.
En el fondo, explicó Antton Karrera, «sabíamos que la movilización de la calle era lo único que nos salvaría. Los abogados allí no eran determinantes». Así, narró que incluso se provocó el final del juicio artificialmente porque ya discurría el séptimo día y eran conscientes de que la huelga general en Euskal Herria no podría ir mucho más lejos: «No queríamos romper esa unidad con la calle, así que lo cortamos. Todo estaba preparado, nada se improvisó».
Con el famoso canto del ``Eusko Gudariak'', la tensión estalló. Karrera recordó los sables de los militares, e incluso «una pistola a mi derecha». Y Castells remarcó que todo aquel proceso era inevitablemente «un choque de trenes». Por un lado estaba un régimen que ya había hecho dos amagos anteriores de condenas a muerte contra ETA, primero contra Iñaki Sarasketa en 1968 y luego contra Andoni Arrizabalaga en 1969. Ambas fueron conmutadas, pero en 1970 Franco se encontraba también con la presión añadida de la Guardia Civil por la muerte de José Pardines y con la de la Policía por la de Melitón Manzanas. «Pedían muerte -aseguró-, aquel sumario olía a calavera». Mientras, por la misma vía pero en sentido contrario llegaban unos militantes dispuestos a perder la vida si ello suponía un avance para su causa, como ejemplifica la frase de Gorostidi en su celda.
Cada acusado tenía su papel. Jon Etxabe recordó que intentó acudir a Burgos vestido de sacerdote, «con alzacuellos y todo», para poner de manifiesto que mientras ejercía como cura había sido también «primero colaborador, luego militante y después militante armado de ETA, con todas las contradicciones que conllevaba». Finalmente su mayor aportación resultó ser la denuncia de torturas, porque se trataba de la única incluida en el sumario y se leyó de cabo a rabo en la vista.
Pero la clave, insistieron todos, no era solo lo que pasaba ante el tribunal militar, sino el efecto en las calles de Euskal Herria, y por extensión de Barcelona, Valencia, París, Berlín, México D.F., el encierro de intelectuales en Montserrat... En el diseño minucioso del juicio tenía una importancia enorme que lo que iba ocurriendo en Burgos se difundiera rápidamente a la calle. Castells indicó que había personas en la sala de vistas para llevar las noticias a Euskal Herria, donde se vivían con absoluta emoción momentos como el de los acusados hablando en euskara -«en lengua desconocida», rezaban las actas de entonces-, o denunciando la opresión contra la clase obrera, o detallando torturas, o entonando el ``Eusko Gudariak''... Para Aizpurua, fue un antes y un después porque «gracias al movimiento que surgió, Euskal Herria le demostró al franquismo que podía vencer. Resistió al franquismo y luego a la reforma, y ahora tiene la opción de ganar». Castells ve innegable el éxito de la estrategia: «El día 30 llegó el indulto, Franco no tuvo más remedio».
En el camino se quedó Roberto Pérez Jauregi, muerto de un disparo policial en las protestas de Eibar. El comunicado leído por su familia en el acto completó el mensaje de aquella impactante unión entre los de dentro y los de fuera: «Tuvimos que pagar un precio muy alto, pero estamos orgullosos».