El Pradón de los vascos
Recuerdo de un viaje a la guerra sin retorno
La Diputación de Gipuzkoa y el Ayuntamiento de Donostia han anunciado su intención de recuperar los restos de un centenar de milicianos y gudaris vascos enterrados en Areces (Asturias), que murieron entre los días 21 y 23 de febrero de 1937. Esta es la historia.
Iñaki EGAÑA I Historiador
Los preliminares de este trabajo comenzaron en 2006, con las investigaciones que llevaron a la recuperación del cuerpo de Cándido Saseta, comandante en jefe de Eusko Guda- rostea y responsable de las tropas que se habían desplazado, por orden del Gobierno vasco, hasta Asturias, con el objeto de asediar, junto a otras unidades del Ejército republicano, la capital Ovie- do, entonces en poder de tropas franquistas.
El 8 de marzo de 2008 fueron exhumados en Areces los restos de Cándido Saseta y repatriados a Euskal Herria. Recibió homenajes en la Casa de Juntas de Gernika y en su ayuntamiento natal, Hondarribia, promovidos por la asociación que lleva su nombre, así como por grupos de sensibilidades políticas diferentes.
Cándido Saseta es un icono y un mito dentro de la historia reciente vasca. Militar de profesión, estuvo destinado en la posición africana de Alhucemas y en ella fue noticia la inscripción que colgaba en la entrada de su tienda de campaña: «Hemen sartzen dena Euzkadin sartzen da. Euskalduna bazara, mintzatu euskaraz. Eta abertzalea bazara deidar zazu: Gora Euzkadi Askatuta».
Amigo personal del lehendakari Agirre, Telesforo Monzón lo recordó cuando compuso una canción a Eustakio Mendizabal, Txikia, muerto en una emboscada policial en 1973. Los versos de Monzón unieron las vidas de Txikia y de Saseta, dos generaciones, dando lugar a un eslogan de la época: «Atzoko eta gaurko gudariak».
En los homenajes de 2008 tuvieron especial protagonismo los sobrinos de Saseta, algunos de ellos llegados desde México, donde se exilió el grueso de la familia al finalizar la contienda. Tuvo señalada relevancia en los actos Jon de Luisa Saseta, sobrino de Cándido e hijo de un responsable de Interior del Gobierno vasco de 1936 casado precisamente con la hermana del comandante.
Jon de Luisa fue el principal instigador para recuperar no solo a su tío, sino también al resto de combatientes vascos que habían quedado enterrados y olvidados en Areces. Se reunió con todos aquellos agentes susceptibles de apoyar su iniciativa, incluido el entonces lehendakari, Juan José Ibarretxe. Durante cuatro años redobló sus esfuerzos. No pudo conocer los resultados porque falleció en Celaya (México) en febrero de este año.
La iniciativa liderada por De Luisa participaba de investigar un terreno perteneciente al llamado Palacio de Areces, una pequeña localidad de apenas 20 habitantes, concerniente al concejo asturiano de Las Regueras, con capital en Santullano, a unos 20 kilómetros al noroeste de Oviedo.
En este lugar, y según diversos testigos que participaron en las inhumaciones, fueron enterrados entre 80 y 100 soldados vascos. En otras cinco fosas de los alrededores, en el camino que asciende de Promuño a Areces, los mismos testigos afirmaron que habría otros 30 enterrados. El valor de estos testimonios quedó reflejado con la identificación y localización de la fosa donde se encontró a Saseta.
Areces había sido la retaguardia de intensos combates que tuvieron lugar durante la tercera semana de febrero de 1937 con la construcción de un puente que cruzara el río Nalón. En el Palacio, el Ejército vasco instauró un hospital de campaña para atender a los numerosos heridos que llegaban del frente cercano.
La presencia de tropas vascas en Asturias fue paradójica. La primera ocasión en que batallones vascos se habían desplazado a Asturias fue en octubre de 1936, aunque únicamente lo hicieron los de adscripción comunista. Acudieron bajo el nombre de Rusia. En total fueron casi setecientos milicianos que tuvieron en Trubia su cuartel general, participando en la defensa de esta población atacada por las fuerzas fascistas.
La de febrero de 1937, aún no había comenzado la ofensiva de Mola contra Bizkaia, tuvo un componente de adiestramiento para las tropas vascas, repletas de voluntarios, que apenas habían tenido relación con las armas y menos con los combates. La paradoja llegó del hecho de que Cándido Saseta se oponía, junto a otros compañeros, a abandonar tierra vasca por razones políticas. Pero acató, por disciplina y por amistad, las órdenes del lehendakari Agirre, que seguía la estrategia del Estado Mayor republicano.
En esta ocasión la aportación del Ejército vasco partió de diversas compañías de los batallones Perezagua, Isaac Puente, Largo Caballero, Prieto, Euzko Indarra, Olaberri, Ariztimuño, Amayur y Rusia, es decir, de todo el espectro político vasco. En el terreno militar, la participación vasca en esta campaña en Asturias fue un auténtico fracaso. No solamente para las tropas que, en autobús, habían partido desde Bilbo, sino para todo el contingente del Ejército del Norte que atacó las posiciones de los fascistas.
Los batallones vascos entraron en combate poco después de las cuatro de la mañana del 21 de febrero de 1937. El propósito táctico que tenían asignado era la toma del promontorio conocido como El Pando, para cortar las comunicaciones de los facciosos con el resto del Estado. Este primer objetivo fue logrado por las tropas vascas, compuestas en ese sector por compañías de voluntarios comunistas y anarquistas, cortando al enemigo las comunicaciones con su retaguardia.
Al día siguiente entraron en escena las compañías enviadas por el PSOE, PNV y ANV, en una operación que consistía en cruzar el río Nalón para sorprender al enemigo atrincherado al otro lado. La brigada vasca echó a suertes quien cruzaría la posición, correspondiendo a los de Euzko Indarra, que lo hicieron por turnos en una improvisada gabarra.
Las fuerzas fascistas estaban esperando el pase del río Nalón, por lo que la travesía de los del Euzko Indarra se convirtió en una ratonera. Decenas de milicianos de ANV quedaron atrapados por el fuego cruzado, muriendo en la intentona. Aun así, la posición fue tomada por Euzko Indarra, acompañado del Amayur, aunque por poco tiempo, ya que el enemigo la recuperaría, provocando una de las situaciones más temidas en una batalla: la retirada desordenada, en esta ocasión de los milicianos vascos. En estas circunstancias perdió la vida Cándido Saseta.
La campaña de Asturias se prolongó hasta mediados del mes de marzo. El día 17 terminaba definitivamente para las tropas republicanas. En esa misma jornada fallecía el jefe de capellanes de Eusko Gudarostea, José María Korta, al recibir el impacto de una bala de fusil cuando caminaba por la carretera de Trubia a Oviedo.
En el aspecto humano, la campaña de Asturias fue una experiencia sin retorno para cientos de milicianos vascos. Entre los fallecidos la mayoría pertenecía a Euzko Indarra, cuyo batallón quedó diezmado. En Asturias ANV perdió, entre muertos y heridos, el 34% de sus efectivos, entre ellos a su máximo responsable militar, Ramón Azurmendi.
La militancia de esta formación llegó a quejarse a sus superiores de su presencia permanente en la vanguardia de los frentes, preguntándose «si la guerra se había declarado únicamente para exterminarnos a nosotros».
Los heridos de esos días fueron internados en el hospital de campaña, en el Palacio de Areces. Fueron copados por un tercio franquista y un batallón de legionarios marroquíes, que los mataron, en la mayoría de los casos a bayoneta. Fueron enterrados en terreno del mismo Palacio de Areces, junto a un palomar, en una trinchera cavada en zig-zag. Los enterraron los vecinos del pueblo y no los militares, por lo que el impacto en la memoria del concejo ha sido enorme.
Por eso llamaron al lugar «El pradón de los vascos». Durante 70 años, este prado ha sido lugar de pasto, porque poco después de la guerra al arar «salían huesos», por lo que los vecinos dejaron crecer la hierba. Ahora, los deseos de la familia de Saseta, que siempre apoyó la repatriación del resto de milicianos y gudaris, parece que se verán cumplidos, así como las de varias decenas de familias de los fallecidos, que habían sugerido la intervención de las instituciones vascas en la exhumación y repatriación de los restos de los suyos.