El caso de los policías sorprendentemente descontrolados que se han dedicado a fabricar pruebas incriminatorias contra CiU y sus dirigentes demuestra de una manera magnífica, sublime, hasta qué punto la transición fue un fracaso. Porque, hecha tal como se hizo, no sirvió para extirpar la mentalidad franquista de algunas de las instituciones clave del estado.

Lo que publicó ayer el diario El País sólo se explica por la pervivencia del concepto de la antipatía, tan arraigado en la mentalidad de la dictadura. Son policías que no vivieron la época de Franco pero al que -como nadie hizo limpieza en la institución- les han transmitido los valores del franquismo intactos.

(...) actuaciones como las de estos policías sólo se entienden por la creencia de que hay `dos Españas': la que ganó una guerra -que es de donde viene la legitimidad de Franco... y Juan Carlos- y la que la perdió, la anti-España, la antipatía que hay que continuar eliminando. Porque en esta visión demencial los anti-España no somos enemigos del partido ni siquiera del régimen o del estado, sino de toda la `nación'. Y esto lo permite y lo justifica todo.

En su cabeza, todo vale contra los antipatía, que seguramente seguimos siendo una versión ligeramente modificada de lo de `rojos, masones y separatistas', especialmente los separatistas. Sobre todo los separatistas.

(...) funcionarios muy importantes del estado continúan creyendo que el derecho de conquista -la del 1939- y la victoria de sus armas aún impera sobre la propia constitución aprobada no para que nada cambiara, sino para que cambiasen tan pocas cosas como fuera posible.

Pero si la cosa ha sido alimentada desde el poder político, todavía peor. Porque eso sería un GAL mediático. Intolerable.

Pronto tendremos un indicio de cuál de las dos cosas es. Si no hay depuraciones, dimisiones, expulsiones ni presentación explícita de pruebas, entonces tendremos que entender que efectivamente tenemos delante el GAL. (...) Y si hay depuraciones, dimisiones y expulsiones, entonces deberán reconocer que este estado donde vivimos está podrido de franquismo hasta unos extremos que ninguna democracia puede aceptar. (...)