Menchu Gal, la aventura de los colores. la pasión por la pintura, la furia por vivir
A medio camino del Museo de Bellas Artes y del Guggenheim, en la Campa de los Ingleses, en Abandoibarra, se encuentra el paraninfo de la UPV -también conocido como Bizkaia aretoa- que desde el 14 de diciembre y hasta el 28 de febrero nos ofrece la exposición antológica «Menchu Gal: la fuerza del color».
Alvaro HILARIO I
Frente a la Universidad de Deusto, en la otrora zona industrial de la Campa de los Ingleses (Abandoibarra), a mitad de camino del Museo de Bellas Artes de Bilbo y del Guggenheim, se encuentra el paraninfo de la UPV, la Bizkaia aretoa. Un edificio en forma de «L» diseñado por el arquitecto portugués Alvaro Siza e inaugurado en 2010.
Su luminoso interior, acostumbrado a las actividades académicas, cuenta en su primera planta con cuatro salas de exposiciones que, en conjunto, suman 540 m2. Este espacio -no tan conocido como los dos museos citados- alberga hasta el 28 de febrero «Menchu Gal: la fuerza del color», en palabras de su comisario, Rafael Sierra, «la mejor y mayor exposición antológica de la pintora del Bidasoa, a orillas del Nervión».
La muestra se compone de 167 cuadros de Menchu Gal divididos en cuatro bloques, división que atiende más a motivos y técnicas que a la cronología; desde los bodegones, paisajes y marinas tanto cubistas como expresionistas a los retratos.
Un documental sobre la vida y obra de Menchu Gal y una audioguía didáctica para el mejor seguimiento de la exposición facilitan el acercamiento a las circunstancias vitales y artísticas de la pintora, la primera mujer galardonada con el Premio Nacional español de Pintura. También se ha publicado un amplio catálogo, «Menchu Gal: Un espíritu libre» y se han programado conferencias y una mesa redonda: «Menchu Gal: entre las escuelas pictóricas de París y Madrid».
Bodegones
La primera de las cuatro salas contiene una serie de paisajes cubistas castellanos -fechados en los años 50 y 60- y algunos bodegones. Los colores oscuros, el negro, los grises, son los protagonistas de estas obras.
En el otro extremo, está la sala dedicada a los retratos, bodegones e interiores, algunos de ellos representativos de los comienzos de Menchu Gal donde el cubismo se enseñorea de las formas.
Los interiores van, poco a poco, ganando en animación con la presencia de objetos (es palpable la influencia de grandes maestros como Cezanne o Picasso). Los bodegones evolucionan de los primeros grises («Bodegón al pastel», 1940; «Bodegón cubista, 1940; «Bodegón gris», 1945) a otros colores más cálidos, más vivos, opción en la que tuvo que ver su encuentro con Matisse, con quien coincidió en la Bienal Internacional de Venecia de 1950. «Balcón» (1965), por ejemplo, es una muestra de la influencia de Matisse. De todos modos, hay obras tempranas («Interior V», 1935) en las que ya hay una notable querencia por el colorido, por lo impresionista aunque lo figurativo predomine.
También el fauvismo (de continuada presencia en su obra posterior) hace su presencia a través de rojos y ocres: «Bodegón de otoño» (1970) y «Bodegón con pajarito» (1980) son dos ejemplos de lo dicho.
De todos modos, si hay algo que llama la atención del espectador es la aparición de técnicas y gamas de colores similares en obras muy alejadas entre si en el tiempo. Pareciera que Gal fue apropiándose de una enorme variedad de recursos, de influencias que, a lo largo de toda su obra, va aplicando en función del motivo del cuadro, tendencia visible, en especial, en los paisajes.
Una gama de color, un lugar
Así nos encontraremos con las salas donde cuelgan diferentes paisajes: escenas de vendimia en La Rioja, el Baztan, Castilla, Hondarribia e Irun, entre otros.
En todos estos paisajes hallaremos la naturaleza como motivo fundamental. Árboles, viñedos, montes o masas de agua son motivos típicos del impresionismo. En ellos volúmenes y figuras se construyen en base a contrastes de colores, estando el dibujo propiamente dicho ausente. Sin embargo, los colores (como en los árboles, vivamente rojos, de los paisajes de Elizondo), el ritmo ondulado de montes y colinas nos colocan ante unos lienzos emotivos, muy cercanos también al expresionismo.
De los ocres y grises, pasamos a locos colores, oníricos, propios del fauvismo, pasando por otras tonalidades (blancos, verdes y azules). Gal es una colorista alegre, llena de sensualidad y alegría. «Montes nevados» (1968) o «El gran bosque» (1965-68) son paradigmático de esa felicidad cromática. En este último el paisaje roza la abstracción; árboles, troncos y lianas se retratan en colores terrosos y rojizos, amén de algún blanco y verde que rompen la monotonía de la trama. La pulsión creadora que atraviesa transversalmente estos temas es la misma. El viaje va de los paisajes de los años 50 se cuentan con juegos de volúmenes próximos al cubismo a otros de los años 80 y 90 («Abstracción II», 1995; «Nocturno en el Bidasoa», 1980-85) donde el paisaje se va estilizando hasta convertirse en manchas de color, en líneas.
Hay paisajes del Baztan de los años 50, 60, 70 y 80, por ejemplo. Pero esa horquilla temporal no hace que Menchu Gal deje de ser fiel al color y la pincelada que considera óptimo para retratar el otoño navarro, aún a pesar de que la paleta vaya, con el paso de los años, ganando luminosidad. Podríamos señalar, sin ir más lejos, «Caserío de Baztan» (1981), de un colorido furiosamente fauve.
La figura humana aparece en los cuadros referidos a la vendimia en La Rioja, pero lo hace como un elemento más integrado en el paisaje. Son figuras realizadas en base a trazos rápidos, a manchas de color. Igual que sucede con el Baztan, los paisajes riojanos datan de momentos tan dispares como 1947, los años 60, la primera mitad de la década de los 80 y los años 90.
El mar, los paisajes de acantilados, playas y ciudades costeras es otro de los temas, otra de las pasiones recurrentes en Gal. El Golfo de Bizkaia -de Hondarribia a Asturias- o Ibiza se nos aparecen conservando cada cual ese pasaporte, esas señas de identidad que Menchu Gal dio a cada uno de ellos. Aquí nos encontramos de nuevo con esa facilidad que la pintora de Irun tenía para transitar por estilos y colores sin tener en cuenta el tiempo: «Navia» (1965) o los paisajes de Ibiza (años 80) comparten querencias cubistas. La desembocadura del Bidasoa («Atardecer», 1990-95; «Vista de Fuenterrabia», 1960-70) o las playas, como la de Ereaga, son excusas para jugar con colores y formas, variaciones sobre un mismo tema.
Menchu Gal nació en Irun el 7 de enero de 1919 y falleció en Donostia el 12 de marzo de 2008.
Desde muy temprana edad manifestó sus habilidades para la pintura por lo cual sus padres contrataron a Gaspar Montes Iturrioz para que le diera clases de dibujo y pintura. Por sugerencia de este se matriculó en la Academia de Amédée Ozenfant a la edad de 13 años. Allí, Menchu descubrió las formas del fauvismo y del expresionismo que tanta imprtancia tuvieron en su trayectoria profesional.
En 1934 se traslada a Madrid, matriculándose en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, donde conoce a Aurelio Arteta. Al estallar la guerra dos años después, la familia se traslada a Zuberoa.
En los años 40 se afinca en Madrid. Allí, en contacto con las vanguardias de la época, se implicará en la tarea de romper con el academicismo imperante.
A partir de 1950 expone en Madrid, América (La Habana) y Europa (Bienal de Venecia, Tate Gallery de Londres).
Recibió la Medalla de Oro de Gipuzkoa en 2005 de manos del lehendakari, Juan José Ibarretxe, y en 2006 la medalla de oro de la Ciudad de Irun de manos del alcalde José Antonio Santano. Su vinculación con Irun, dónde vivió sus últimos años fue permanente así como su apego a sus gentes y costumbres.
En el casco histórico de Irun se encuentra un espacio expositivo permanente de la trayectoria artística de la pintora irunesa desde principios de los años 30 hasta la década de los 90. Alberga algunas de las obras más reconocidas de la artista, que se mezclan con exposiciones temporales de otros autores.